David Brooks
La Jornada
Hemos optado por ser criminales sin poder en tiempos de poder criminal. Hemos optado por ser llamados criminales de la paz por los criminales de guerra. Daniel Berrigan.
Daniel Berrigan, quien falleció la semana pasada a los 94 años de edad,
fue una expresión de conciencia durante gran parte de su vida como
sacerdote jesuita radical, quien se volvió figura central en la
detonación masiva de la oposición a la guerra de Estados Unidos contra
el pueblo de Vietnam, pero también contra la violencia que provenía no
sólo de políticas, sino de un sistema de injusticia social tanto dentro
como fuera de su país. Catholic Worker, una de las organizaciones que
fundó, llevó a cabo la ceremonia de su funeral el pasado dia 6, que
incluyó una procesión con una banda estilo Nueva Orleáns por las calles
del East Village, en Nueva YorkFoto Ap
Berrigan, quien falleció la semana pasada, a los 94 años de edad, fue
una expresión de conciencia durante gran parte de su vida como
sacerdote jesuita radical, y se volvió figura central en la detonación
masiva de la oposición a la guerra contra el pueblo de Vietnam, pero
también contra la violencia que provenía no sólo de políticas, sino de
un sistema de injusticia social tanto dentro como fuera de su país.
Fue conciencia colectiva. Tanto en las grandes manifestaciones contra
la guerra en Vietnam, y después en el masivo movimiento internacional
contra las armas nucleares, como en enfrentar la injusticia social
sistémica en Estados Unidos. Berrigan, frecuentemente junto a su hermano
Philip, se convirtió en una especie de brújula moral, tanto en sus
declaraciones y versos como en sus acciones. Berrigan fue praxis
rebelde.
Berrigan captó la atención nacional en mayo de 1968, cuando él y su
hermano, junto a otros siete, ingresaron a un centro de reclutamiento
militar en Catonsville, Maryland, retiraron archivos de servicio militar
de más de 300 jóvenes (en ese entonces obligatorio), salieron a la
calle y, con napalm que fabricaron en casa, los quemaron. En un
comunicado difundido poco antes de la acción, ofrecieron disculpas a los
trabajadores del lugar por la irrupción, y explicaron que la intención
era
quemar papeles en lugar de niños (en la guerra)y para “despertar ira de los representantes de la muerte… no podíamos hacer otra cosa”.
Fueron arrestados y enjuiciados en un caso bautizado Los 9 de Catonsville, donde
serían condenados a prisión. No sería la primera vez. Pero antes de
entregarse para iniciar su condena, Berrigan se fugó y así logró ocupar
un lugar en la lista de los más buscados por la FBI durante cinco meses.
En la clandestinidad no guardó silencio, apareció sorpresivamente en
varios actos en diversos lugares del país para continuar
caminando la palabracontra la guerra. Finalmente fue detenido y encarcelado 18 meses. No sería la última vez.
Ese acto avivó una ola de disidencia expresada en miles de acciones
de desobediencia civil y manifestaciones que llegarían a hacer temblar
al gobierno y contribuir al fin de esa guerra.
En su autobiografía comentó sobre el efecto de Catonsville: “encendió
los lugares oscuros del corazón, donde la valentía, el riesgo y la
esperanza estaban esperando una señal, un amanecer. Por el resto de
nuestras vidas, estos incendios estarían vivos en corazones y mentes, en
juntas de reclutamiento, en prisiones y tribunales… ‘Nada se puede
hacer’. Con cuánta frecuencia habíamos escuchado ese grito entrecortado:
el último de lo humano, del alma, de la libertad. Por supuesto, algo
podía hacerse, y se hizo. Y se hará”.
Berrigan había participado anteriormente en otros actos de
desobediencia civil y, según algunas versiones, fue el primer cura
estadunidense en ser arrestado en protestas contra la guerra; en
Washington, en octubre de 1967.
Más aún, en febrero de 1968 viajó a Vietnam del Norte con el historiador radical Howard Zinn (quien fue colaborador de La Jornada) para
recibir a tres militares prisioneros de guerra estadunidenses, donde
ambos tuvieron que ingresar a refugios antibomba donde, junto con
civiles –y sobre todo niños– aguantaron los intensos bombardeos
estadunidenses, algo sobre lo cual poder escribir más tarde.
En 1980 los hermanos Berrigan y otros activistas lograron ingresar a
una fábrica de misiles de la General Electric, en Pensilvania, donde con
martillos dañaron las puntas de estas armas nucleares para volverlas
inoperantes, y después las mancharon con su propia sangre. Eso resultó,
sí, en más prisión, pero también en el nacimiento de un movimiento
internacional antiguerra llamado Plowshares. Ante el tribunal, Berrigan afirmó:
el único mensaje que tengo para el mundo es: no, no se nos permite matar a gente inocente. No se nos permite ser cómplices en asesinatos.
Desde joven, poco después de convertirse en sacerdote en 1952, Berrigan viajó a Francia, donde se inspiró con los
curas trabajadoresde ese país, y al regresar impulsó proyectos como el de estudiantes activistas en solidaridad con los pueblos del tercer mundo. A la vez, empezó a publicar lo que serían más de 50 libros de poesía, teología y ensayos de todo tipo; y su primer libro de poesía, Time Without Number, ganó el Premio Lamont y fue nominado para el Premio Nacional del Libro.
Fundó otras organizaciones antiguerra y colaboró con varias
organizaciones, sobre todo la Catholic Worker (quien a finales de la
semana realizó su ceremonia funeraria, incluida una procesión con una
banda de metales estilo Nueva Orleáns por las calles del East Village),
participó en todo tipo de esfuerzos hasta sus últimos años, entre ellos
la campaña para cerrar la Escuela de las Américas y el movimiento Ocupa
Wall Street. Se consideraba un opositor vitalicio contra lo que llamaba
el
imperialismo militar estadunidense.
Viajó en 1966 por América Latina e incluyó la estancia de unos meses
en México, así como en Chile, Colombia, Venezuela y Argentina. Ahí,
cuentan amigos, se sumó, naturalmente, a las corrientes de la teología
de la liberación.
Berrigan se convirtió en uno de los sacerdotes más famosos en el mundo, ocupó la portada de la revista Time y
provocó intensos debates entre las fuerzas progresistas, así como
dentro de la propia Iglesia. Incluso fue consejero y tuvo un papel
pequeño en la película La Mision, con Robert DeNiro y Jeremy Irons.
Para algunos, Berrigan era un profeta, un santo, una de las grandes
figuras morales a nivel mundial. Veía, como tantos otros, la acción por
la paz como un acto religioso, pero sin vanidad ni protagonismo, sino
como invitación a la disidencia ante lo inmoral. Un guerrillero por la
paz.
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