La
 restricción aprieta y la salida neoliberal está a la vuelta de la 
esquina. Siempre te atrapa de la misma manera: te llevan hasta el borde 
del precipicio y, desde ahí, toca elegir el mejor salto al abismo. A 
medida que crece la restricción externa, más difícil es huir del 
laberinto neoliberal en su versión más moderna. Los tentáculos del orden
 hegemónico global aparecen habitualmente como “auxiliadores” para 
superar cualquier emergencia. Así fue en el pasado y lo es ahora. Pero, 
esta vez, se presenta en versión siglo XXI, aprendiendo del pasado. Ya 
se acabó la era de ofertar todo como un paquetazo de ajuste 
social. La ayuda financiera es presentada sin aparente contrapartida, 
sin grandes virajes. Las políticas económicas salvadoras en materia 
cambiaria, precios, tributarias y monetarias tampoco asoman con descaro 
neoliberal. Se esconden en forma de grandes acuerdos, de alianzas con 
amistades (peligrosas). Estamos en otro momento histórico. Todo se hace 
más amigable.
Esta es la primera vez que el bloque
 de países progresistas ha de afrontar un ciclo tan prolongado de caída 
de los precios de las materias primas. Economías acostumbradas a 
funcionar con muchas divisas han de desafiar un nuevo estado de vacas 
flacas. No es momento para mirar hacia atrás. Seguramente hubieron 
errores en el pasado; pero también se llevaron a cabo políticas 
económicas exitosas en redistribución de la renta, garantías de derechos
 sociales, crecimiento (democratizado) del consumo interno, 
reapropiación de sectores estratégicos, recuperación de la soberanía, 
mejores condiciones de inserción geoeconómica. No obstante, la clave no 
está ni en vanagloriarse ni autoflagelarse por el pasado. El presente es
 lo que manda; y el futuro es lo que espera.
En 
ningún manual se encuentra la receta para encarar esta emergencia 
económica caracterizada por un frente externo adverso. La economía 
mundial no presenta síntomas de recuperación: ni los precios de los 
commodities, ni el comercio global y, mucho menos, la economía 
productiva global. Países como Venezuela, Ecuador o Bolivia enfrentan 
una situación inédita por la combinación conjunta de múltiples retos: a)
 no retroceder en materia social, b) sostener un patrón de consumo 
superior al del siglo pasado, c) gestionar una nueva estructura de 
clases sociales que cambió su matriz de demandas, d) no hipotecar el 
futuro ni ceder en clave de soberanía. Y todo ello hay que hacerlo 
ganando elecciones y venciendo la actual batalla que gira en torno a las
 expectativas de “estar mejor”.
El neoliberalismo 
del siglo XXI te extiende la mano con nuevas fórmulas. El gran Tratado 
de Libre Comercio se sustituye por acuerdos parciales; el ALCA por los 
“alquitas”. Cada país firma con quien puede para ver si así logra captar
 más divisas. De esta manera, se atomiza la región y se desanda todo lo 
que se avanzó en materia de integración regional. Los Tratados 
Bilaterales de Inversión se camuflan en blindajes particulares por cada 
inversión extranjera directa. La fragmentación geográfica de la 
producción mundial y sus cadenas globales de valor sirven para captar el
 mayor porcentaje posible de ganancia generada en cualquier proceso de 
transformación. La nueva economía del conocimiento y sus acuerdos de 
propiedad intelectual construyen nuevas cadenas de dependencia entre los
 países centrales y la periferia. Las translatinas son actores tan 
trascendentes como las transnacionales. La banca privada internacional y
 el FMI proponen préstamos con condiciones leoninas exigiendo como 
garantías expropiaciones de activos públicos. No resulta sencillo 
escapar de esta avalancha de rebajas en época de liquidación. La 
tentación neoliberal retorna aprovechándose de que nunca se fue del todo
 procurando injertarse definitivamente ahora que las contradicciones 
internas-externas florecen.
Ante cierto 
agotamiento relativo de la inventiva creadora de los procesos 
progresistas en materia económica, se corre el riesgo de “dejar hacer, 
dejar pasar” al neoliberalismo en su versión siglo XXI. Sin embargo, la 
política económica heterodoxa (postkeynesianismo, neomarxismo, 
feminismo, institucionalismo, escuela de regulación) otorga un gran ramo
 de posibilidades para huir de esta salida neoliberal. Lo primero es 
partir de varias premisas básicas: 1) la economía como un todo (y como 
la suma de sus partes), 2) la economía política está más presente que 
nunca, 3) no hay acierto económico sin una adecuada comunicación 
económica, 4) la eficiencia no debe estar reñida con la justicia social,
 5) la economía también produce subjetividades, 6) la sociedad con 
mercado (pero no de mercado) es un hecho y, como tal, hay que definir 
qué vaya a ser. A partir de ahí, toca edificar un nuevo metabolismo 
económico capaz de sostener materialmente las revoluciones sociales que 
se han venido aconteciendo. He aquí algunas líneas para escapar del 
neoliberalismo 2.0.
Por un lado, la política 
tributaria ha de dejar de ser mera acompañante para convertirse en una 
herramienta decisiva en este dilema. Es necesario utilizar este motor 
frente a la emergencia económica por varias razones: a) hay que avanzar 
en soberanía tributaria (recaudar adentro lo que se necesite adentro), 
b) lo tributario ha de servir como incentivo para fomentar producción 
nacional, frenar importaciones y penalizar lo 
ocioso-improductivo-especulativo. Por otro lado, el sistema bancario ha 
de remar en la misma dirección del modelo de desarrollo productivo. Hay 
que regular las carteras de créditos evitando burbujas ineficientes y 
especulativas; se deben poner a funcionar las reservas excedentarias a 
favor de la economía productiva; hay que procurar nuevos mecanismos de 
ahorro interno. En materia cambiaria, se deben buscar mecanismos 
novedosos que logren amortiguar la supremacía del dólar: timbres 
cambiarios que resuelvan desequilibrios comerciales, bonos ahorros 
cambiarios que salvaguarden de ataques a la moneda, utilización de las 
divisas disponibles bajo criterios multiplicativos en la economía real. 
En lo comercial, es momento para repensar otras modalidades de 
intercambio en otras divisas con los BRICS.
De 
nada servirían estas políticas si no vienen acompañadas de un cambio del
 modelo productivo, no sólo produciendo nuevos bienes finales sino 
también considerando la fabricación de insumos productivos, verdaderos 
generadores del valor agregado. En este sentido, tampoco se debe 
descuidar quién produce (pequeños, medianos, grandes, transnacionales) y
 bajo qué condiciones laborales, y especialmente bajo qué objetivos: 
para satisfacer la demanda interna, privada o pública, o para exportar. 
Es hora de una nueva planificación productiva que, además, contemple los
 requerimientos de la política de compras públicas. Es imprescindible 
sintonizar la demanda del Estado con la nueva etapa productiva.
A
 pesar del mandamiento neoliberal, del “no hay alternativa”, sí que se 
puede tomar otra ruta económica para afrontar este desafío de época. 
Nadie dijo que iba a ser fácil.
Alfredo Serrano Mancilla, @alfreserramanci
Director CELAG, Doctor en Economía
 

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