La Jornada
A los contrastes que 
caracterizan a Brasil hay que agregar otro: el paisaje del domingo 17 de
 marzo mostró las más amplias manifestaciones de masas que el país ha 
conocido contra la decisión más antidemocrática tomada por un Congreso 
que no refleja nada de la sociedad, cercado por 200 mil personas en 
contra el golpe.
La votación fue fijada para un domingo por Eduardo Cunha, el nefando 
presidente de la Cámara de Diputados, porque creía que los favorables al
 golpe colmarían los espacios públicos, en particular alrededor del 
Congreso. Pero todo resultó al contrario: fueron los antigolpistas 
quienes congregaron a cientos de miles de personas en cientos de 
ciudades. Por primera vez Copacabana no fue el escenario de los 
derechistas, pero las comunidades de las favelas bajaron para hacer su 
música funk, copando la playa.
El que mirara la sociedad brasileña diría que el golpe estaría 
derrotado. Pero el Congreso es otro mundo. Aun triunfando el gobierno 
del Partido del Trabajo por cuarta vez consecutiva, la composición del 
Legislativo cambió considerablemente de forma negativa. Siendo el último
 parlamento elegido con financiamientos empresariales, la derecha 
concentró ahí su fuerza y logró imponer el peor Congreso que Brasil ha 
tenido en democracia. Controlado por los lobbies del armamento,
 de las religiones fundamentalistas, del agronegocio, de los planes 
privados de salud, de los medios de comunicación, de la enseñanza 
privada.
Por otra parte, los movimientos sociales y populares no tienen 
tradición de eligir sus bancadas de parlamentarias. Mientras los 
intereses privados en salud y educación tienen sus fracciones, no hay 
bancadas de representantes de la enseñanza y de la salud públicas. Sin 
hacer referencia a todos los sectores sindicales, además de los de 
juventud negra, de mujeres, de periodistas, estudiantes, entre tantos 
otros.
Es un Congreso blanco, de adultos, de hombres, de clases media alta y
 de estratos ricos de la sociedad en gran medida. Hay tres 
representantes de los trabajadores rurales y un enorme lobby de dueños del agronegocio, lo inverso de cómo es la situación en el campo brasileño.
Ello explica el contraste entre las calles y la plenaria de la
 Cámara de Diputados. Siendo el último Congreso con financiamiento 
empresarial, el movimiento popular –fortalecido como nunca con estas 
protestas– acaso saque la conclusión de que sólo habrá un Legislativo 
progresista si los movimientos populares eligen a sus propios 
representantes para poder contribuir a superar ese grave nudo político 
en Brasil.
El otro inmenso contraste es de carácter moral: el político más 
corrupto de Brasil, reo por escándalos de desvíos de dinero, incluyendo 
cuentas no declaradas en Suiza, promovió, por venganza (porque el PT 
logró que sea procesado por la comisión de ética del Congreso), un 
proceso de impedimento en contra de la presidenta Dilma Rousseff, sobre 
quien no hay ninguna acusación de improbidades y sobre quien hacen 
acusaciones de irregularidades administrativas en el presupuesto. No 
puede haber contraste humano y moral más grande que entre Eduardo Cunha y
 Dilma Rousseff.
¿Que pasará ahora en Brasil? La crisis, en lugar de ser superada, se 
ahonda. Aunque por un periodo de indefinición institucional hasta la 
primera votación del Senado con mayoría simple, la participación del 
Supremo Tribunal Federal y la votación final del Senado, que debe 
pronunciarse por dos tercios sobre el impeachment, como decisión final.
Si ya estaba paralizado, el país ahora va a quedar en suspenso hasta 
la decisión final del Senado, donde la derecha no tiene los dos tercios 
que necesita. Nadie cree que un gobierno de Michel Temer, en caso de que
 llegue a existir, pueda tener lo mínimo de estabilidad para sobrevivir a
 la crisis brasileña; aún más, promete un duro ajuste fiscal. Se va a 
chocar con un movimiento de masas más fuerte que nunca y con el 
liderazgo político de Inacio Lula da Silva. La perspectiva más probable 
es que al final se llegue a una crisis institucional que no tendrá hora 
para concluir; quizá haya nuevas elecciones directas, aun antes de 2018,
 donde el nombre de Lula, con estas espectaculares movilizaciones 
populares, despunta como el gran favorito. Otro contraste en este país 
de tantos contrastes.
 

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