Periódico La Jornada
Una nueva derecha está 
emergiendo en el mundo y también en América Latina, región donde 
presenta perfiles propios y una nueva e inédita base social. Para 
combatirla es necesario conocerla, rehuir los juicios simplistas y 
entender las diferencias con las viejas derechas.
Mauricio Macri es bien distinto de Carlos Menem. Éste introdujo el 
neoliberalismo, pero era hijo de la vieja clase política, al punto de 
que respetaba algunas normas legales y tiempos institucionales. Macri es
 hijo del modelo neoliberal y se comporta según el modelo extractivo, 
haciendo del despojo su argumento principal. No le tiembla el pulso a la
 hora de pasar por encima de los valores de la democracia y de los 
procedimientos que la caracterizan.
Algo similar puede decirse de la derecha venezolana. Se trata de 
alcanzar objetivos sin reparar en medios. El modo de operar de la nueva 
derecha brasileña se diferencia incluso del gobierno privatizador de 
Fernando Henrique Cardoso. Hoy los referentes son personajes como Donald
 Trump y Silvio Berlusconi, o el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, 
militarista y guerrero que no respeta ni al pueblo kurdo ni a la 
oposición legal, cuyos locales y mítines son sistemáticamente atacados.
Estas nuevas derechas se referencian en Washington, pero es de poca 
utilidad pensar que actúan de modo mecánico, siguiendo las órdenes 
emanadas de un centro imperial. Las derechas regionales, sobre todo las 
de los grandes países, tienen cierta autonomía de vuelo en la defensa de
 intereses propios, sobre todo aquellas que se apoyan en un empresariado
 local más o menos desarrollado.
Pero lo realmente novedoso son los amplios apoyos de masas que 
consiguen. Como se ha dicho, nunca antes la derecha argentina había 
llegado a la Casa Rosada por la vía electoral. Esta novedad merece 
alguna explicación que no se puede agotar en este breve espacio. Tampoco
 parece adecuado atribuir todos los avances de la derecha a los medios. 
¿Qué razones hay para sostener que los votantes de la derecha son 
manipulados y los de la izquierda son votos conscientes y lúcidos?
Hay dos cuestiones que sería necesario desbrozar antes de entrarle a 
un análisis más amplio. La primera son los modos de hacer, el 
autoritarismo casi sin freno ni argumento. La segunda, las razones del 
apoyo de masas, que incluye no sólo a las clases medias, sino también a 
una parte de los sectores populares.
Sobre las decisiones autoritarias de Macri, el escritor Martín Rodríguez sostiene: 
El macrismo actúa como un Estado Islámico: su ocupación del poder significa una suerte de profanación de los templos sagrados kirchneristas(Panamarevista.com, 28/01/16). Los despidos masivos decididos se apoyan en la firme creencia de las clases medias de que los trabajadores estatales son
privilegiadosque cobran sin trabajar. Porque el costo político de esas tremendas decisiones ha sido hasta ahora muy bajo.
La comparación con los modos del Estado Islámico suena exagerada, 
pero tiene un punto de contacto con la realidad: las nuevas derechas 
llegan arrasando, llevándose por delante todo aquello que se interpone 
en su camino, desde los derechos adquiridos por los trabajadores hasta 
las reglas de juego institucionales. Para ellos, ser democráticos es 
apenas contar las papeletas en las urnas cada cuatro o cinco años.
La segunda cuestión es comprender los apoyos de masas 
conseguidos. El antropólogo Andrés Ruggeri, investigador sobre las 
empresas recuperadas, destaca que la derecha pudo 
construir una base social reaccionaria capaz de movilizarse, basada en los sectores más retrógrados de la clase media, sectores que siempre existieron y que en los 70 apoyaron la dictadura(Diagonal, 13/02/15). Esa base social está anclada en un votante-consumidor
que adquiere un voto como un producto de supermercado.
Considera que el gran error del gobierno de Cristina Fernández 
consistió, en vez de fomentar un sujeto popular organizado, en promover 
un conjunto social desmembrado, individualista y consumista, que además pensó que las conquistas de la lucha de 2001, y los beneficios sociales logrados en estos 12 años, eran derechos adquiridos que no estaban en riesgo. Convencerlos de esto último fue un gran logro de la campaña de la derecha, clave para su triunfo(Diagonal, 13/02/16).
Las clases medias son muy diferentes a las de los años 60. Ya no se 
referencian en las camadas de profesionales que se formaron en 
universidades estatales, que leían libros y seguían estudiando cuando 
finalizaban sus carreras; aspiraban a trabajar por sueldos medianos en 
reparticiones estatales y se socializaban en los espacios públicos donde
 confluían con los sectores populares. Las nuevas clases medias se 
referencian en los más ricos, aspiran a vivir en barrios privados, lejos
 de las clases populares y del entramado urbano, son profundamente 
consumistas y recelan del pensamiento libre.
Si una década atrás parte de esas clases medias golpearon cacerolas contra el 
corralitodel ministro de Economía, Domingo Cavallo, y en ocasiones confluyeron con los desocupados (
piquete y cacerola, la lucha es una sola, era el lema de 2001), ahora sólo les preocupa la propiedad y la seguridad, y creen que la libertad consiste en comprar dólares y vacacionar en hoteles de cinco estrellas.
Estas clases medias (y una parte de los sectores populares) están 
modeladas culturalmente por el extractivismo: por los valores 
consumistas que promueve el capital financiero, tan alejados de los 
valores del trabajo y el esfuerzo que promovía la sociedad industrial 
hace apenas cuatro décadas.
Los defensores del modelo neoliberal consiguen un piso de apoyos en 
torno a 35-40 por ciento del electorado, como muestran todos los 
procesos de la región. A menudo no sabemos cómo enfrentar esta nueva 
derecha. No es agitando contra el imperialismo como la derrotaremos, 
sino mostrando que se puede gozar de la vida sin caer en el consumismo, 
el endeudamiento y el individualismo.
 

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