Según los sondeos a 
boca de urna y del conteo rápido realizados tras el referendo realizado 
ayer en Bolivia, ganaría por un ligero margen (entre 51 y 52.3 por 
ciento) el no a una propuesta de modificación constitucional 
que permitiría al presidente Evo Morales presentarse para una nueva 
relección y, de ganar, permanecer en el cargo hasta 2025. Sin llegar a 
constituir una derrota como la sufrida por el kirchnerismo en Argentina 
en las elecciones presidenciales de noviembre del año pasado, ni la 
pérdida del Poder Legislativo por el chavismo en Venezuela el mes 
siguiente, el rechazo de los electores a permitir un nuevo periodo 
presidencial al actual mandatario constituiría, de confirmarse, el 
tercer golpe al hilo a los gobiernos progresistas que surgieron en 
Sudamérica durante las décadas pasada y antepasada, en tanto que para el
 ex dirigente de campesinos cocaleros y su partido, el Movimiento al 
Socialismo (MAS), representa un primer fracaso electoral en una década 
de ejercicio gubernamental.
El resultado referido no significaría, por sí mismo, que el programa 
político, económico y social vigente en Bolivia fuera interrumpido, por 
cuanto el partido en el poder podría ganar las elecciones previstas para
 2019 con un candidato distinto al actual mandatario. El rechazo 
ciudadano a permitir una nueva candidatura de Evo tampoco interferiría 
con su actual desempeño como jefe de Estado de aquí a entonces, ni le 
implicaría una pérdida significativa de poder. Pero sí debiera ser visto
 por el actual equipo de gobierno de La Paz como una señal de alerta 
ante el desgaste del poder, el debilitamiento de los vínculos entre la 
Presidencia y los electores y la persistente campaña de sectores 
oligárquicos locales y del gobierno de Estados Unidos en contra de las 
transformaciones puestas en práctica en el país andino en la última 
década.
La relección y la permanencia prolongada en el cargo 
presidencial han sido un rasgo común de los gobiernos referidos. Hugo 
Chávez ejerció la presidencia desde 1999 hasta su muerte (13 años); 
Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, sumaron más de 12 años 
en sucesivos mandatos (de 2003 a 2015) y Rafael Correa cumplirá en 2017 
una década en la jefatura de Estado de Ecuador.
Es necesario tener en cuenta, sin embargo, que en contextos políticos
 e históricos distintos al de México la relección no es en sí misma un 
rasgo antidemocrático. En Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt 
acumuló cuatro mandatos presidenciales consecutivos y murió antes de 
completar el último. Antes y después de él ha sido frecuente que los 
mandatarios estadunidenses se mantengan ocho años en el cargo. François 
Miterrand fue presidente de Francia 14 años (de 1981 a 1995) y su 
sucesor, Jacques Chirac, pasó 12 en el Palacio del Elíseo; Felipe 
González fue presidente del gobierno español durante más de 13 años. Con
 esos antecedentes, resultan fariseas e insustanciales las acusaciones 
en contra de los sudamericanos a los que gobiernos y medios occidentales
 tildan de autoritarios por mantenerse en el cargo presidencial durante 
periodos similares.
Sin embargo, debe reconocerse que una de las debilidades de los 
proyectos con sentido social y soberano que se han desarrollado en 
Sudamérica ha sido su carácter fuertemente personalista y, por ende, su 
debilidad a la hora de renovar los más altos cargos del Estado.
Cabe esperar, finalmente, que el revés electoral sufrido ayer por el MAS boliviano sirva p
ara
 revitalizar el proyecto transformador que se aplica en ese país e 
impulsar la consolidación de dirigentes capaces de relevar a Evo Morales
 en el liderazgo.
 

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