A setenta años de la Revolución del 44, Guatemala es un Estado
desfinanciado, corrupto, impune y desigual. Entendemos que,
independientemente de quién llegue al poder, el ejercicio político y
ciudadano será cuesta arriba en los años que vienen. Entendemos que
vivimos en un país naturalmente bello y socialmente obsceno. Y también
entendemos que no se sale de la crisis en un período de gobierno. Pero
eso hemos venido diciendo los últimos 30 años antes de cada elección.
Siempre decimos que ya tocamos fondo, pero resulta que, cual infierno de
Dante o Xibalbá del Popol Vuh, siempre hay un círculo más abajo. Sin
queja, me pregunto ¿por qué descendemos al siguiente círculo y por qué
seguimos votando, pero no eligiendo? ¿Qué forma de pensar no cambiamos,
qué statu quo sostenemos, a qué símbolos les apostamos vez tras vez?
¿Qué relaciones de poder no cambian dentro de la sociedad guatemalteca?
¿Por qué a la política no se quiere meter gente honorable y capaz? ¿Qué
salto no nos atrevemos a dar?
Basta ver lo que implicó poner en la Presidencia a un militar de
cuestionada reputación, luego de 36 años de guerra y solo 15 años
después de haber firmado la paz. Encima de todo, nos tardamos cinco
meses tratando de hacerlo renunciar (cosa que no habría sucedido si los
baldizónhaters no hubieran visto en ello su gran oportunidad para
sacarlo de una vez por todas) para que, solo unas pocas semanas después,
exista la posibilidad de que vayamos de la Línea a la Otra Línea y
llegue a la Presidencia un clon sucesor en lo simbólico, en la visión de
mundo, en las comunes fuentes de financiamiento y pensamiento, en las
propuestas de nación. No está fácil porque ninguna de las opciones
convence.
El tema, como decía Winston Churchill, es que el éxito no es final ni el
fracaso es fatal; lo que cuenta es el coraje para continuar. Soy de las
que le apuesta a seguir caminando e intentándolo hasta donde las
fuerzas nos den, sabiendo que estamos asistiendo al cambio que queremos
ser. Queremos levantar unas agendas de nación más incluyentes, queremos
ya otras formas de hacer política. Es tiempo de girar 180 grados y poner
la vista en otra dirección, porque en Guatemala muchos tenemos vértigo
frente a la realidad que nos impone este país.
Alguien invitaba en Twitter a la juventud guatemalteca a no creer o
escuchar a los mayores de 30 años. Creo que no es una cuestión solo de
edad, sino de ideas, porque hay jóvenes muy conservadores y viejos con
ideas muy avanzadas. Nos falta hacer un ejercicio intergeneracional con
gente que se atreve a mover las ideas, a disentir y a hablar, gente que
no le tenga miedo a los cambios que pueden perfilar un nuevo país. Gente
que ya no hable en clave comunismo-neoliberalismo, aunque no
desconozcamos su definición conceptual, su necesario paso por la
justicia y su anchura histórica. La Guatemala de la sobrevivencia, el
desamparo, la depredación y la violencia precisa nuevas maneras de
pensar y relacionarse. Esto no tiene ideología, es una nueva. Yo ya
tengo ganas de ir de una primavera a otra primavera, aunque tengamos que
pasar por Xibalbá.
cescobarsarti@gmail.com
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