Gustavo Duch
-El mundo se mueve tan 
rápido que marea. Para no errar, y mucho menos ser indiferente, se hace 
importante la ayuda de un amigo. Déjame, Gustavo, saber de ti, tu 
familia y de cómo ves lo que acontece en Catalunya. La prensa 
ha dado mucha cobertura a las elecciones de ayer. A mí más me interesa 
saber cómo lo sienten tú y mi gente de allá. No dudes de mi cariño. Un 
abrazo caribeño.
–Me alegra saber de ti, querida Luz María, y espero que estés bien. 
Me vendrá muy bien contarte, para así ordenar también mis sensaciones 
nada duchas en esta materia, bien lo sabes. En los recientes años la 
pregunta que tantas veces nos hemos desayunado para no sólo decir, sino 
cómo hacer otro mundo mejor, ha encontrado en el derecho y la urgencia 
de recuperar soberanías las respuestas más audaces y solidarias. Así me 
lo ha hecho aprender la soberanía alimentaria, para asegurar un campo 
fértil y una mesa suficiente, o su hermana, la soberanía que explica el 
derecho a decidir sobre tu cuerpo y tu sexualidad, o –en estos tiempos 
de monopolios– la soberanía energética que busca satisfacer necesidades y
 no proveer privilegios… y como un paraguas abierto que les da cobertura
 y sentido, la soberanía popular para autogobernarse, cual concejo 
campesino bajo el tejo de la plaza mayor. Pues como dicen por aquí, sin 
soberanía no se pueden hacer políticas de transformación.
Y así, ya te conté, sin ser catalanista, simplemente catalán que 
habla en catalán, escribe en castellano y sueña indistintamente, llegué 
no hace demasiados años a una postura clara en favor de todas las 
independencias de cualquiera de los pueblos que la sueñen, para hacer 
posible esta soberanía, estas soberanías. Unas independencias nacidas 
para relocalizar un mundo peligrosamente globalizado; hechas para 
descapitalizar capitalismos que ahogan a la gente en mares mortums y volver a economías cercanas, sostenibles y reales y, en nuestro caso, para salir, cual muchedumbre refugiada, de una UE, sus troikas
 y sus deudas ilegítimas. Para romper fronteras impuestas y levantar 
firmes y sólidas relaciones desde la complicidad y el amor. Amiga, ¿cómo
 podemos soñar cambiar el estado de las cosas sin responsabilizarnos de 
nuestras decisiones?
Y disculpa, porque me preguntabas por los resultados. No quiero 
aburrirte con los bostezos que aquí llaman argumentos y son sólo juegos 
malabares y partidistas con las cifras de ayer. Sólo señalarte dos ideas
 para mí centrales. La primera, que tú seguro ya has advertido y que no 
soy capaz de explicar, es que tendremos en el Parlament, 
independentistas o no, una mayoría de escaños ocupados por posturas 
claramente neoliberales. Quizás el miedo a la crisis, quizás la poca 
educación política, quizás el azote de ésta convertida en show mediático o la invisibilización de la clase obrera y sus referencias ideológicas... no sé.
La segunda es un pero, un pero chiquito, pero esperanzador, 
modesto, pero histórico. La CUP, independentista, feminista y 
anticapitalista, sin dejar sus ecosistemas –la calle, el campo y los 
pueblos– tiene ahora una presencia determinante en el Parlament,
 para que el anhelo de una independencia que permita cambiarlo todo sea 
como las corrientes marinas que nunca pierden su propio rumbo y nunca se
 dejan manejar. Como cantaba Atahualpa, querida, los reconocerías 
en el lejano mirar, y de hecho a algunas de sus caras más conocidas los conociste, como Gabriela y David, en aquellos años donde compartimos cooperación. Sí, con el internacionalismo de los pueblos y las sin fronteras en las venas, son mayoritariamente gente muy joven con valores tan diferentes al statu quo que se les siente dignos y valientes, que luchan aquí porque quieren ser parte del cambio aquí y allí, que amanecen pensando en Palestina, pues cogieron el sueño con un libro de Galeano, que en la mesita de noche observa cómo con el Twitter se conectan y conspiran solidaridades con el pueblo andaluz, castellano, vasco, kurdo o zapatista. Te cuento, Luz, que canturrean poesía catalana con las notas de Ovidi Montllor y, disimulando, roban de nuestros cajones la música de Paco Ibáñez o Labordeta y aquel disco de Silvio que me regalaste. Así en asambleas, okupaciones de un solar urbano para hacer un huerto comestible y otras desobediencias, ameniza aquello de
hoy voy a fundar un partido de sueños, talleres donde reparar alas de colibríes. Se admiten proscritos, rabiosos, pueblos sin hogar, desaparecidos, deudores del Banco Mundial.
–Me gusta tu pero, Gustavo. Sospechaba que por ahí irías y me alegro.
 Me abrazo a esta esperanza. Pienso en lo difícil del camino de los 
principios y de la dignidad. Sintiéndome tentada a no entender, hago 
votos por que se mantenga fresca, sin complejos y sin miedo, digna de 
una tierra engrandecida que se gobierna a sí misma, sin pactos con 
corruptos por los que sólo se puede sentir vergüenza. Pero no la tienen 
fácil las muchachas y muchachos.
–No la tienen fácil, Luz, pero la tienen. Ya te cuento. Abrazos anchos.
 
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