Tras ser postergada un 
par de veces, la cumbre productiva “Sembrando Bolivia” está prevista 
para el 21 y 22 de abril en Santa Cruz de la Sierra. Esta cumbre 
pretende constituirse en una instancia decisiva para perfilar los 
pilares de la política agraria nacional de los próximos años. Dado que 
se desprende de un esfuerzo de planificación más amplio, como es la 
Agenda Patriótica 2025, este es un evento sin precedentes en la historia
 reciente del país. Empresarios, campesinos e indígenas compartirán 
criterios y demandas con el Estado a fin de potenciar la actividad 
agropecuaria a nivel nacional.
No obstante, no será la primera 
vez que el conjunto de actores productivos debata bajo el auspicio 
estatal. A finales de los años 90 y principios de los 2000, los 
gobiernos de turno facilitaron una seguidilla de “diálogos nacionales” 
para abordar un conjunto de temas, entre los que también figuraba la 
problemática agropecuaria. En aquellas ocasiones, tanto la organización 
como el contenido de los eventos reflejaba el sesgo neoliberal de la 
época. Para empezar, la inclusión de los sectores campesinos e indígenas
 era marginal y en esencia se buscaba simplemente legitimar estos 
espacios. Dada la urgencia de reducir la pobreza bajo la iniciativa de 
condonación de la deuda (HIPC), los tecnócratas debían lucir renovados y
 cercanos a la ciudadanía marginada, aunque en la práctica continuaban 
con sus lecturas conservadoras, reduciendo la participación de los 
sectores populares a los ámbitos culturales y simbólicos.
De 
igual manera, las propuestas dominantes reproducían preceptos de corte 
neoliberal. Por un lado, primaba la articulación de las llamadas 
“alianzas público-privadas” que, como argumenta el geógrafo David 
Harvey, terminan concentrando las ganancias en el sector privado, 
mientras el sector público es el que asume los riesgos. 
Consecuentemente,
 el aparato estatal era puesto al servicio del empresariado bajo la 
creencia de que el éxito de este último garantizaría el bienestar de la 
sociedad en su conjunto. Se planteaba que la reducción de las brechas 
sociales podría lograrse a través del famoso “efecto de goteo”, algo que
 la historia se encargó de desmentir. Por otro lado, el llamado 
“crecimiento económico hacia afuera” era el enfoque transversal a las 
estrategias planteadas. Para encontrar nichos en los mercados 
internacionales, los asesores de ese entonces planteaban como desafío 
último el apostar por las exportaciones de ventaja comparativa. Frases 
como: “producir lo que toca, en el momento que toca y en el lugar que 
toca” y el recordado “exportar o morir” sintetizaban claramente la 
apuesta en el plano económico. Existía una fe cuasi religiosa en el 
mercado como el instrumento más eficiente para asegurar el crecimiento 
económico, aunque se enfatizaba que la condición necesaria para su 
correcto desempeño era la no intervención del Estado.
Sin duda 
las condiciones sociales, políticas y económicas han cambiado 
radicalmente desde ese entonces y, por tanto, una cumbre productiva en 
tiempos de Evo Morales debería reflejar estas transformaciones de manera
 inequívoca. De hecho, la cita venidera debería constituirse en una 
especie de antítesis a los eventos del pasado. De este modo, la 
participación campesina e indígena no solo tiene que ser considerada 
cualitativamente distinta, sino que además debe gozar de un lugar de 
privilegio. En la oportunidad, este sector ensayará una propuesta 
trabajada colectivamente bajo el paraguas del llamado “Pacto de Unidad”,
 que aglutina a las cinco principales organizaciones sociales del país 
(Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, 
CSUTCB; Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas 
Originarias de Bolivia “Bartolina Sisa”, CNMCIOB-BS; Consejo Nacional de
 Ayllus y Markas del Qullasuyu, Conamaq; Confederación de Pueblos 
Indígenas de Bolivia, CIDOB; y, la Confederación Sindical de Comunidades
 Interculturales de Bolivia, CSCIB). Resultaría paradójico que las 
propuestas del Pacto de Unidad, siendo base social fundamental de la 
actual estructura de poder estatal, queden en un lugar secundario.
Esta no será una tarea sencilla pues existen intereses claramente 
encontrados entre los distintos sectores. Basta comparar las demandas 
empresariales con las determinaciones asumidas por la CSUTCB en su 
cumbre nacional realizada el pasado año. En este contexto, y a 
diferencia de gobiernos anteriores, no correspondería que el Estado 
asuma un supuesto rol neutral o de “facilitación” —que en la práctica 
históricamente ha tendido a beneficiar a los sectores de mayor poder 
económico— sino que más bien debería optar por una opción política 
nítida a favor de las reivindicaciones populares, sin que esto 
signifique el desconocimiento del resto de las propuestas. Ciertamente 
será un debate complejo en el que el Estado deberá operar 
inteligentemente entre el compromiso con sus bases sociales, sus 
contradicciones intrínsecas y las condiciones materiales 
preestablecidas.
Aunque aún no se ha difundido el contenido 
oficial del evento, el empresariado ya estableció de manera pública sus 
demandas y expectativas. Tal y como se refleja en una entrevista 
publicada por el matutino paceño La Razón el 1 de febrero, cuatro son 
los ejes propuestos por este sector: seguridad jurídica, función 
económica social, biotecnología y exportación “sin restricciones”.
De manera implícita, esta agenda propone reducir el control y 
regulación estatal así como cuestionar las conquistas sociales de la 
última década, por lo que puede interpretarse como un intento de 
restauración de las condiciones pasadas. Por ejemplo, la demanda de 
exportar “sin restricciones” es un ataque frontal a la política 
alimentaria que el Estado ha venido implementando desde 2009 bajo la 
premisa de restringir las exportaciones de aquellos productos que no 
hayan satisfecho la demanda interna. Como lo han reconocido varios 
organismos internacionales, esta ha sido una política relativamente 
exitosa en cuanto al abastecimiento de los mercados y al control de la 
inflación de alimentos. Conceder tal demanda al empresariado sería en 
esencia reivindicar las políticas neoliberales de fines de los 90. Por 
tanto, si las propuestas empresariales resultan las dominantes en la 
cumbre, en esencia no habrá nada nuevo respecto a los eventos pasados.
Más allá de perfilar la política agropecuaria a futuro, la cumbre 
“Sembrando Bolivia” constituirá un espacio donde una vez más las 
organizaciones sociales medirán fuerzas con el empresariado tradicional.
 Es cierto que será necesario encontrar consensos que permitan salidas 
viables, pero reproducir lógicas del pasado sería inaceptable. El 
Gobierno estará ante la oportunidad de demostrar que el nuevo Estado 
puede ser más que un ente para la legitimación de los intereses del 
poder económico. 
 

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