CAROLINA ESCOBAR SARTI
Los mensajes recibidos por el Servicio de Impuestos Internos de Chile 
hace algunos meses fueron anónimos. Luego vino la debacle. En 
Latinoamérica creíamos que Chile estaba vacunado contra la corrupción. 
Posiblemente, entre la población en general, sea así. O a lo mejor es un
 espejismo. En todo caso, en las alturas de aquel país, el aire se ha 
puesto denso, y no es solo a causa de la erupción volcánica. Un hecho 
inédito ha sembrado la semilla de la desconfianza. De paso, el caso 
Penta o Pentagate ha encendido la luz de alerta en países como 
Guatemala, porque da cuenta de lo que sucede cuando la institucionalidad
 es frágil y la legislación que regula el financiamiento político de los
 partidos, inexistente.
El caso chileno lo tiene todo: diputados y excandidatos a la Presidencia
 pidiendo sus mesadas para campañas electorales a Penta, uno de los 
grupos empresariales más fuertes de Chile. Ernesto Silva, el presidente 
del partido de derecha Unión Demócrata Independiente (UDI), dando 
información a la empresa, vía internet, acerca del avance de un proyecto
 de ley. Pablo Wagner, subsecretario de Minería del gobierno del 
expresidente Piñera, recibiendo un sueldo extra de Penta durante su 
gestión.
Nunca antes Chile había sacado a luz pública un caso de corrupción de 
estas dimensiones, y hay evidencia que data de varios años atrás, más de
 12. Seis implicados están ya en la Cárcel de Alta Seguridad de Chile 
cumpliendo prisión preventiva: Carlos Alberto Délano y Carlos Eugenio 
Lavín, ambos dueños del grupo Penta, señalados por evasión de impuestos y
 financiamiento irregular de la política (sobornos, para decirlo 
simple). Los otros son dos exfuncionarios de Estado asociados con la 
derecha chilena, y dos exgerentes de Penta acusados de cohecho y lavado 
de activos. También suenan los nombres de integrantes de otros dos 
partidos políticos y varias personas más. Esto ha representado una 
verdadera sacudida entre la población, y más aún entre los sectores 
empresarial y político. Según el magistrado que aplicó la sentencia, los
 seis sentenciados son un peligro para la sociedad, y las penas pueden 
llegar a 15 años de cárcel. Quién sabe hasta dónde se vaya a descubrir 
el pudridero, porque las investigaciones continúan y las principales 
inversiones de Penta están en negocios de previsión social, seguros, 
sectores inmobiliario y financiero, educación y salud.
El modelo político chileno se derrumba por el centro. El gobierno de la 
presidenta Bachelet ya envió al Parlamento un proyecto de ley para el 
financiamiento y gasto electoral que prohíbe a las empresas financiar a 
los partidos. Pensemos que el efecto dominó también funciona de sur a 
norte, y esperemos que vaya abriéndose paso hasta llegar a Guatemala, 
donde está pendiente una reforma profunda del sistema político del país 
hace ya más de una década. La ecuación es sencilla: mientras las 
empresas (o el crimen organizado en Guatemala) tengan la posibilidad de 
financiar campañas políticas y políticos en campaña, los conflictos de 
interés nacerán como la mala hierba, rápido y por todas partes, hasta 
ahogar la transparencia y la justicia, condiciones indispensables de 
cualquier democracia.
cescobarsarti@gmail.com
 
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