Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Introducción
La principal razón por la que Washington se empeña en guerras,
sanciones y operaciones clandestinas para asegurar su poder en el
exterior es que sus clientes no consiguen ganar en elecciones libres.
Un breve repaso a resultados electorales recientes muestra el escaso
atractivo que tienen para sus votantes los partidos apoyados por
Washington. La mayoría de los electorados democráticos rechazan a los
candidatos y partidos que apoyan la agenda global estadounidense:
políticas económicas neoliberales; una política exterior muy
militarizada; la colonización y anexión israelí de Palestina;
concentración de la riqueza en el sector financiero; y escalada militar
contra Rusia y China. Mientras la política de EE.UU. intenta volver a
imponer el saqueo y el dominio de la década de los noventa mediante
regímenes clientelares reciclados, los electorados democráticos desean
avanzar mediante gobiernos menos belicosos y más inclusivos que
restauren los derechos laborales y sociales.
Estados Unidos
pretende imponer el mundo unipolar de la era Bush padre y Clinton y se
muestra incapaz de reconocer los enormes cambios que ha experimentado
la economía mundial, entre otros el ascenso de China y Rusia como
potencias, la aparición de los países BRIC (Brasil, Rusia, India y
China) y otras organizaciones regionales y, sobre todo, el aumento de
la conciencia democrática de los pueblos.
Al no poder
convencer a los votantes mediante la razón o la manipulación,
Washington ha optado por intervenir mediante la fuerza y financiar a
organizaciones que subviertan el proceso electoral. La facilidad con
que la política exterior de EE.UU. recurre a las armas y la coacción
económica cuando no consigue el “resultado apropiado” mediante las
urnas muestra su naturaleza profundamente reaccionaria. Reaccionaria
tanto en sus fines como en los medios utilizados para conseguirlos. En
la práctica, las políticas socioeconómicas imperiales aumentan las
desigualdades y reducen el nivel de vida. Los medios para conseguir el
poder, los instrumentos de esas políticas, que incluyen guerras,
intervención y operaciones encubiertas, son similares a los de los
regímenes extremistas y cuasi-fascistas de extrema derecha.
Elecciones libres y rechazo a los clientes de EE.UU.
Los partidos y candidatos apoyados por Estados Unidos han sufrido
derrotas en todo el mundo, a pesar del generoso apoyo financiero y de
las campañas de propaganda de los medios de comunicación de masas
internacionales. Lo más sorprendente de estas derrotas electorales es
que la inmensa mayoría de los adversarios no son anticapitalistas ni
“socialistas” y que todos los clientes de EE.UU. son partidos y líderes
de derecha o extrema derecha. Es decir, que el enfrentamiento se suele
producir entre partidos de centro-izquierda y de derecha; lo que está
en juego es reforma o reacción, una política exterior independiente o
satelital.
Washington en Latinoamérica: Fracaso tras fracaso
En la última década, Washington respaldó a todos los candidatos
neoliberales que fueron derrotados en América Latina y posteriormente
intentó subvertir los resultados democráticos.
Bolivia
Desde 2005, Evo Morales, el dirigente de centro izquierda partidario de
reformas sociales y una política exterior independiente, ha ganado tres
elecciones presidenciales contra partidos de derecha apoyados por
EE.UU., cada vez con un margen mayor. En 2008, expulsó al embajador
estadounidense y a la DEA por intervenir en la política interna del
país; en 2013 hizo lo mismo con la agencia de desarrollo USAID y la
misión militar estadounidense, que habían apoyado un golpe de Estado
fallido en el departamento de Santa Cruz.
Venezuela
A lo largo de los últimos quince años, el Partido Socialista Unificado
de Venezuela (PSUV) y su predecesor han ganado todas las elecciones
presidenciales y legislativas (excepto una), a pesar de las ayudas
financieras valoradas en miles de millones de dólares de EE.UU. a los
partidos opositores neoliberales. Incapaz de derrotar al gobierno de
reformas radicales encabezado por Chávez, Washington respaldó un
violento golpe de Estado (2002), un paro patronal (2002-03) y una serie
de ataques paramilitares a líderes y activistas pro-democracia a lo
largo de diez años.
Ecuador
Estados Unidos
se ha opuesto al gobierno de centro-izquierda de Rafael Correa por
expulsarle de su base militar de Manta, renegociar y rechazar el pago
de parte de su deuda externa y apoyar pactos regionales que excluyen a
EE.UU. Por estos motivos, Washington apoyó el golpe de Estado
encabezado por la policía en 2010 que fue rápidamente derrotado.
Honduras
Durante el gobierno democráticamente elegido de Manuel Zelaya, de
centro-izquierda, Honduras intentó estrechar sus relaciones con
Venezuela para conseguir mayores ayudas económicas y acabar con su
reputación de república bananera controlada por Estados Unidos.
Washington fue incapaz de derrotarlo en las urnas y respondió apoyando
un golpe militar (2009) que derrocó a Zelaya y puso de nuevo al país
bajo el control estadounidense. Desde entonces, Honduras es tristemente
el país latinoamericano que ha sufrido más asesinatos de líderes
populares (200).
Brasil
El Partido de los
Trabajadores ha ganado cuatro elecciones directas frente a los
candidatos neoliberales apoyados por Washington, desde 2002 hasta las
recientemente celebradas en 2014. La maquinaria de propaganda de EE.UU.
-incluyendo el espionaje de la NSA a la presidenta Dilma Rousseff y a
la compañía estatal de petróleo, Petrobras- y la prensa financiera
internacional hicieron todo lo posible por desacreditar al gobierno
reformista de centro-izquierda. Sus esfuerzos fueron en vano. Los
votantes prefirieron al régimen social-liberal “inclusivo” que practica
una política exterior independiente antes que a una oposición integrada
en las políticas socialmente regresivas desacreditadas del régimen de
Cardoso (1994-2002). Durante la campaña electoral previa a estas
últimas elecciones, los especuladores financieros brasileños y
estadounidenses intentaron crear temor en el electorado apostando en
contra de la divisa brasileña (el real) y provocando una caída del
mercado de valores. Pero no sirvió de nada. Roussef ganó con el 52% de
los votos.
Argentina
En Argentina, una
revuelta popular masiva acabó con el régimen neoliberal apoyado por
EE.UU. del presidente De la Rua en 2001. A continuación, en 2003, el
electorado se decantó por el gobierno de centro-izquierda de Kirchner
frente al candidato derechista apoyado por Estados Unidos, Menem.
Kirchner desarrolló un programa reformista imponiendo una moratoria
sobre la deuda externa y combinando un alto crecimiento económico con
importantes gastos sociales y una política exterior independiente. La
oposición de Estados Unidos aumentó con la elección de su esposa
Cristina Fernández. Las élites financieras, Wall Street y los
tribunales y el Tesoro de EE.UU. intervinieron para desestabilizar al
gobierno, tras fracasar en la reelección de Fernández. Las presiones
financieras extraparlamentarias se han unido al apoyo económico y
político a los políticos derechistas en preparación para las elecciones
de 2015.
Con anterioridad, en 1976, Estados Unidos apoyó el
golpe militar y el terror político que provocaron la muerte de 30.000
activistas y militantes. En 2014, Estados Unidos ha apoyado un “golpe
financiero” al tomar partido desde los tribunales por los “fondos
buitre”, sembrando el terror financiero en los mercados internacionales
contra un gobierno elegido democráticamente.
Paraguay
El presidente Fernando Lugo era un antiguo obispo moderado que proponía
un programa descafeinado de centro-izquierda. A pesar de ello, algunos
de los temas que puso sobre la mesa entraban en conflicto con la agenda
extremista de Washington, entre ellos la entrada de Paraguay en los
organismos regionales que excluyen a EE.UU., como Mercosur. Lugo
contaba con el apoyo de los trabajadores rurales sin tierra y mantuvo
lazos con otros regímenes de centro-izquierda latinoamericanos. Fue
depuesto por el Congreso en 2012, en un más que dudoso “golpe
institucional” que rápidamente recibió el respaldo de la Casa Blanca, y
fue reemplazado por el neoliberal Federico Franco, que mantenía
estrechos lazos con Washington y era hostil a Venezuela.
Amenazas globales de Estados Unidos a la democracia
Las trabas a la democracia impuestas por Estados Unidos cuando
formaciones políticas de centro-izquierda compiten por el poder no se
limita a Latinoamérica. ¡Ahora ha adquirido dimensiones globales!
Ucrania
El ejemplo más notorio es el de Ucrania, a la que Estados Unidos dedicó
más de 6.000 millones de dólares a lo largo de quince años. Washington
financió, organizó y apoyó a las fuerzas de choque favorables a la OTAN
que derrocaron al régimen elegido democráticamente del presidente
Yevtushenko, que intentaba equilibrar los vínculos con Rusia y
Occidente. En febrero de 2014, un levantamiento armado y una revuelta
de masas provocaron la caída del gobierno electo y la imposición de un
régimen títere completamente dependiente de Estados Unidos. Los
golpistas violentos encontraron resistencia por parte de muchos
activistas pro-democracia del este del país. La junta de Kiev dirigida
por Petro Poroshenko envió tropas por tierra y aire para reprimir la
resistencia popular con el apoyo unánime de EE.UU y la UE. Cuando el
régimen derechista de Kiev decidió imponer su control sobre Crimea y
romper el tratado militar que permitía el uso de sus bases por Rusia,
los ciudadanos de Crimea votaron (con una gran mayoría del 85%) para
decidir su escisión y la unión con Rusia.
Tanto en Ucrania
como en Crimea, la política estadounidense tenía como objetivo imponer
por la fuerza la subordinación de la democracia al plan de la OTAN para
rodear a Rusia y debilitar su gobierno elegido democráticamente.
Rusia
Tras la elección de Vladimir Putin como presidente, Estados Unidos organizó y financió un gran número de grupos de estudio (think tanks)
y ONG entre la oposición para desestabilizar al gobierno. Las
manifestaciones a gran escala organizadas por estas ONG tuvieron gran
eco en todos los medios de comunicación occidentales.
Incapaces de asegurar una mayoría electoral tras sufrir una serie de
derrotas en elecciones legislativas y presidenciales y utilizando el
pretexto de la “intervención” rusa en Ucrania, Estados Unidos y la UE
declararon una guerra económica a gran escala contra Rusia. Se
aprobaron sanciones económicas con la esperanza de crear un colapso
económico y una revuelta popular. Pero nada de esto ha ocurrido. Putin
ha aumentado su popularidad y mejorado su posición en Rusia y ha
consolidado relaciones con China y otros países BRIC.
En
resumen, Washington ha recurrido a revueltas populares, cercos
militares y una escalada de las sanciones económicas para derrocar a
gobiernos independientes en Ucrania, Crimea y Rusia.
Irán
Irán celebra elecciones periódicas en las que compiten partidos pro y
anti occidentales. Irán ha despertado la ira de Washington por su apoyo
a la liberación de Palestina del yugo israelí; su oposición a los
estados absolutistas del Golfo Pérsico; y sus vínculos con Siria,
Líbano (Hezbolá) y el Iraq post-Saddam Hussein. Por lo tanto, Estados
Unidos ha impuesto sanciones económicas con el fin de paralizar su
economía y sus finanzas y ha sufragado ONG y facciones políticas entre
la oposición pro-occidental neoliberal. Ante su incapacidad para
derrotar electoralmente a la élite islamista en el poder, ha optado por
desestabilizar el país mediante sanciones para alterar su economía,
asesinar a científicos y librar una ciberguerra.
Egipto
Washington fue un fiel aliado de la dictadura de Hosni Mubarak durante
más de tres decenios. Tras la revuelta popular de 2011, que consiguió
derrocar al régimen, Washington mantuvo y fortaleció sus lazos con la
policía, el ejército y el aparato de inteligencia de Mubarak. Al mismo
tiempo que promovía una alianza entre el ejército y el recién electo
presidente Mohamed Morsi, Washington financió a ONG que actuaron para
subvertir al gobierno mediante manifestaciones masivas. El ejército,
encabezado por el general Abdel Fattah el-Sisi, favorable a EE.UU.,
ilegalizó a la Hermandad Musulmana y abolió las libertades
democráticas.
Inmediatamente, Washington renovó la asistencia
militar y económica a la dictadura de Sisi, reforzando sus lazos con el
régimen autoritario. En línea con la política estadounidense e israelí,
el General Sisi intensificó el bloqueo a Gaza, aliado con Arabia Saudí
y los déspotas del Golfo, reforzó sus lazos con el FMI y puso en marcha
un programa neoliberal regresivo, eliminando las subvenciones al
combustible y los alimentos y reduciendo los impuestos a las grandes
empresas. El apoyo al golpe de Estado y la restauración de la dictadura
era la única manera en que Washington podía asegurar la permanencia de
clientes leales en el norte de África.
Libia
Estados Unidos, la OTAN y sus aliados del Golfo tuvieron que recurrir a
la guerra contra el gobierno popular y de bienestar del Coronel Gadafi
(2011) como único modo de acabar con él. Incapaces de derrotarlo
mediante la subversión interna y de desestabilizar su economía,
Washington y sus secuaces de la OTAN lanzaron cientos de bombardeos
acompañados de envíos de armamento a los sátrapas islámicos locales,
clanes, tribus y otros grupos autoritarios. El posterior “proceso
electoral” careció de las mínimas garantías políticas y estuvo plagado
de corrupción, violencia y caos, produciendo diversos centros de poder
rivales. Washington optó por debilitar los procedimientos democráticos
produciendo un mundo violento y hobbesiano y sustituyendo un régimen
popular de bienestar por el caos y el terrorismo.
Palestina
La política de Washington se ha caracterizado por el apoyo a la
ocupación y colonización de territorio palestino, los bombardeos
salvajes y la destrucción generalizada de Gaza. La determinación
israelí de acabar con el gobierno democráticamente elegido de Hamás ha
contado con el apoyo incondicional de EE.UU. El régimen colonial
israelí ha implantado colonias racistas y armadas a lo largo de toda
Cisjordania, financiadas por el gobierno estadounidense, inversores
privados y donantes sionistas de EE.UU. Cuando han tenido que optar
entre un régimen nacionalista democráticamente elegido, Hamás, y un
régimen militarista brutal, Israel, los legisladores estadounidenses no
han dejado de apoyar a Israel en su propósito de destruir el
mini-Estado palestino.
Líbano
Estados
Unidos, junto con Arabia Saudí e Israel, se ha opuesto a la coalición
de gobierno dirigida por Hezbolá que ganó las elecciones en 2011.
Asimismo, apoyó la invasión israelí de 2006, que fue derrotada por las
milicias de Hezbolá, y a la coalición de derechas liderada por Hariri
(2008-2011) que perdió las elecciones en 2011. Su intención era
desestabilizar la sociedad apoyando a los extremistas suníes,
especialmente en el norte de Líbano. Al carecer de suficiente respaldo
electoral para convertir el Líbano en un Estado clientelar, Washington
se basa en las incursiones militares israelíes y en los terroristas con
base en Siria para desestabilizar al gobierno elegido democráticamente.
Siria
El régimen sirio de Bashar al-Asad ha
sido blanco de la enemistad de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia
Saudí e Israel a causa de su apoyo a Palestina, sus lazos con Irak,
Irán, Rusia y Hezbolá. Asimismo, su oposición al despotismo de los
estados del Golfo y su negativa a convertirse en un Estado clientelar
de EE.UU. le ha supuesto la hostilidad de la OTAN. Bajo presiones de su
oposición democrática interna y sus aliados externos, Rusia e Irán, el
régimen de Asad convocó una conferencia de partidos opositores, líderes
y grupos no violentos con el fin de hallar una solución electoral al
conflicto actual. Pero Washington y sus aliados rechazaron la vía de
resolución democrática, prefiriendo financiar y armar, con ayuda de
Turquía y los países del Golfo, a miles de extremistas islámicos que
invadieron el país. El resultado directo de la decisión de Washington
de conseguir un “cambio de régimen” mediante el conflicto armado ha
sido más de un millón de refugiados y 200.000 muertos entre la
población.
China
China se ha convertido en
la mayor economía del mundo, el líder comercial e inversor del planeta.
Ha sustituido a Estados Unidos y la Unión Europea en los mercados
asiáticos, africanos y latinoamericanos. Obligado a hacer frente a la
competencia económica pacífica y a propuestas de acuerdos comerciales
beneficiosos para ambas partes, Washington ha escogido llevar adelante
una política de cerco militar, desestabilización interna y acuerdos de
integración en el área del Pacífico que excluyen a China. Estados
Unidos ha ampliado sus instalaciones militares y sus bases en Japón,
Australia, y las Filipinas. Ha incrementado la vigilancia naval y aérea
en los límites fronterizos chinos dando alas a las reclamaciones
marítimas de sus vecinos y amenazando las vías marítimas vitales para
el país.
EE.UU. ha dado su apoyo a los separatistas violentos
de la región autónoma Uigur, a terroristas tibetanos y a las protestas
populares de Hong Kong, con el fin de fragmentar y desacreditar el
gobierno chino sobre su territorio soberano. El fomento de la
separación mediante métodos violentos ha provocado una dura represión,
que crea malestar entre sus ciudadanos y ceba las críticas de la prensa
occidental. La clave de la oposición estadounidense al ascenso
económico chino es política: fomento de las divisiones internas y
debilitamiento de la autoridad central. La democratización que
pretenden los ciudadanos chinos tiene poco que ver con el sainete de
“democracia” financiado por Estados Unidos en Hong Kong o la violencia
separatista de las provincias.
Los esfuerzos estadounidenses
por excluir a China de los principales acuerdos comerciales y de
inversión asiáticos han resultado un fracaso irrisorio. Los principales
aliados de EE.UU., Japón y Australia, tienen una fuerte dependencia del
mercado chino. Los aliados (de libre comercio) de Washington en América
Latina (Colombia, Perú, Chile y México) están ansiosos por incrementar
su comercio con China. India y China están camino de suscribir acuerdos
inversores y comerciales multimillonarios con China y la política de
exclusión económica de Washington ha sido abortada desde su inicio.
En resumen, la decisión estadounidense de primar la confrontación
frente a la conciliación y la asociación, el cerco militar frente a la
cooperación y la exclusión frente a la inclusión es lo contrario a una
política exterior democrática diseñada para promover la democracia en
China y otros lugares. La opción autoritaria para conseguir una
supremacía inalcanzable en Asia no es una virtud, sino un signo de
debilidad y decadencia.
Conclusión
En
nuestra revisión global de las políticas de Estados Unidos frente a la
democracia, los gobiernos de centro-izquierda y las elecciones libres
podemos encontrar innumerables pruebas de oposición y hostilidad
sistemáticas. La base política de la “guerra contra el terrorismo” de
Washington es un ataque planetario y continuado pernicioso contra los
gobiernos independientes, especialmente aquellos de centro-izquierda
que se proponen seriamente reducir la pobreza y la desigualdad.
Los métodos elegidos por Washington para llevarla a cabo oscilan desde
la financiación de partidos políticos derechistas a través de USAID y
otras ONG, hasta el respaldo a golpes militares violentos; desde el
apoyo a las revueltas callejeras destinadas a la desestabilización
hasta invasiones aéreas y terrestres. La hostilidad de Washington ante
los procesos democráticos no se limita a determinada región o grupo
religioso, étnico o racial. Estados Unidos ha bombardeado africanos
negros en Libia, organizado golpes de Estado en Latinoamérica contra
indígenas y cristianos en Bolivia, apoyado guerras contra musulmanes en
Irak, Palestina y Siria, financiado “batallones” neofascistas y ataques
armados contra cristianos ortodoxos en el este de Ucrania y denunciado
a ateos en China y Rusia.
Washington subvenciona y apoya
elecciones únicamente cuando las ganan los regímenes clientelares
neoliberales y se dedica a desestabilizar sistemáticamente los
gobiernos de centro-izquierda opuestos a sus políticas imperiales.
Ninguno de los objetivos de las agresiones estadounidenses es,
estrictamente hablando, anticapitalista. Bolivia, Ecuador, Brasil y
Argentina son regímenes capitalistas que pretenden regular, fiscalizar
y reducir las disparidades de riqueza mediante reformas moderadas del
bienestar.
A lo largo de todo el mundo, Washington apoya a
los grupos políticos extremistas ocupados en actividades violentas y
anticonstitucionales que acosan a dirigentes democráticos y a sus
partidarios. El régimen golpista de Honduras ha asesinado a cientos de
activistas demócratas, campesinos pobres y trabajadores rurales, tanto
dirigentes como simples militantes.
Los yihadistas armados
por Estados Unidos para combatir en Libia han perdido el favor de sus
mentores de la OTAN y ahora están en guerra unos contra otros, ocupados
en masacrarse mutuamente.
Dondequiera que se han producido
intervenciones estadounidenses en Asia central y meridional, norte de
África, América Central y el Cáucaso, los grupos de extrema derecha han
sido, al menos durante un tiempo, los principales aliados de Washington
y Bruselas.
Las fuerzas favorables a la OTAN y la UE en
Ucrania incluyen a un fuerte contingente de neonazis, bandas
paramilitares y cuadros del ejército propensos a bombardear barrios
civiles con bombas de racimo.
En Venezuela, las fuerzas
terroristas paramilitares y los extremistas políticos bajo la nómina de
Washington asesinaron a un líder socialista del Congreso y a docenas de
izquierdistas.
En México, Estados Unidos ha asesorado,
financiado y apoyado regímenes derechistas cuyas fuerzas militares,
paramilitares y narcoterroristas recientemente asesinaron y quemaron
vivos a 43 estudiantes de magisterio y que están implicadas en la
muerte de otros 100.000 ciudadanos en menos de un decenio.
En
los últimos once años, Estados Unidos ha inyectado más de 6.000
millones de dólares en asistencia militar a Colombia, creando seis
bases militares y varios miles de comandos de operaciones especiales,
duplicando el tamaño del ejército colombiano. Como resultado, miles de
activistas de derechos humanos y de la sociedad civil, periodistas,
líderes sindicales y campesinos han sido asesinados. Más de tres
millones de pequeños campesinos han sido expulsados de sus tierras.
Los medios de comunicación mayoritarios encubren estas decisiones de
EE.UU. de apoyar a la extrema derecha, describiendo a los gobiernos que
asesinan en masa como “regímenes de centro-derecha” o “moderados”:
perversiones lingüísticas o eufemismos grotescos tan estrafalarios como
las actividades bárbaras perpetradas por la Casa Blanca.
No
hay crimen que no se cometa para conseguir la supremacía mundial,
ninguna democracia que se oponga puede ser tolerada. Ni siquiera países
tan pequeños como Honduras y Somalia o tan grandes y poderosos como
Rusia y China escapan a la ira y la desestabilización encubierta de la
Casa Blanca.
La búsqueda de la dominación mundial va de la
mano de la creencia subjetiva en “el triunfo de la voluntad”. La
supremacía global depende por completo de la fuerza y la violencia, de
la destrucción de un país tras otro: bombardeos masivos en Yugoslavia,
Irak, Afganistán y Libia; guerras por delegación en Somalia, Yemen y
Ucrania; asesinatos masivos en Colombia, México y Siria.
No
obstante, la propagación de los “campos de exterminio” se ha topado con
ciertos límites. En Venezuela, Ecuador y Bolivia, los procesos
democráticos están siendo defendidos por movimientos ciudadanos
consolidados. La proliferación de golpes de Estado violentos con el
apoyo del Imperio se ve obstaculizada por el advenimiento de otras
potencias globales. Tanto China en el Lejano Oriente como Rusia en
Crimea y el este de Ucrania han adoptado medidas enérgicas para limitar
la expansión imperial estadounidense.
En el ámbito de la ONU,
el presidente de Estados Unidos y su delegada, Samantha Powers,
despotrican llevados por el paroxismo contra Rusia, calificándola de
“el mayor Estado terrorista del mundo” por su resistencia a verse
cercada militarmente y a la anexión violenta de Ucrania. El extremismo,
el autoritarismo y la insensatez política no conocen fronteras. El
extraordinario crecimiento de la policía política secreta, la Agencia
de Seguridad Nacional (NSA), la destrucción de las garantías
constitucionales, la conversión de los procesos electorales en farsas
multimillonarias controladas por las élites, la creciente impunidad de
la policía en los asesinatos a civiles, todo ello sugiere que la
conquista violenta del dominio mundial necesita la existencia de un
Estado policial totalitario dentro de Estados Unidos.
Los
movimientos ciudadanos, los partidos y gobiernos de centro-izquierda
coherentes, los trabajadores organizados, en Latinoamérica, Asia y
Europa, han demostrado que es posible derrotar a los extremistas
autoritarios delegados de Washington. Es posible revertir las
desastrosas políticas neoliberales. A pesar de los esfuerzos imperiales
por impedirlo, es posible crear leyes que defiendan los estados de
bienestar y la reducción de la pobreza, el desempleo y las
desigualdades.
La inmensa mayoría de los estadounidense, aquí
y ahora, se oponen rotundamente a Wall Street, las grandes empresas y
el sector financiero. Tres cuartas partes del pueblo estadounidense
desprecian a la Presidencia y al Congreso de su país y se oponen a las
guerras en el exterior. El público norteamericano tiene sus propias
razones e intereses para compartir con los movimientos a favor de la
democracia de todo el mundo una enemistad común hacia Washington y su
búsqueda del poder mundial. Aquí y ahora, en los Estados Unidos de
América, debemos aprender y construir nuestros propios instrumentos
políticos democráticos poderosos.
Debemos contener y derrotar
“la razón de la fuerza”, la insensatez política que conforma la
“voluntad de poder” de Washington, mediante “la fuerza de la razón”.
Tenemos que deconstruir el Imperio para reconstruir la República.
Debemos detener nuestras intervenciones contra la democracia en el
exterior para construir una república democrática del bienestar en
casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario