Un llamado a la defensa de la soberanía energética
La política petrolera ha sido desde principios
 del siglo XX un tema fundamental de la historia del desarrollo 
nacional. Tanto por sus implicancias estratégicas para el impulso 
industrial, que sólo se logra sobre la base de una robusta base 
energética; como para la soberanía nacional, ya que se trata de un 
recurso escaso, limitado y por el cual las grandes potencias lanzan 
guerras e invaden países; también lo es en relación a la distribución de
 la riqueza entre los distintos sectores sociales, por la puja constante
 en torno al reparto de la renta; y por último, por las implicancias 
ambientales que ha cobrado en las últimas décadas, producto de la 
urgente necesidad de abrir caminos alternativos en la búsqueda de 
energías renovables y limpias. 
En estos cuatro puntos fundamentales, el 
acuerdo con la norteamericana Chevron tiene implicancias regresivas para
 el país. El acuerdo está enfocado en la explotación de la técnica del 
fracking, lo que significa la adopción por parte de Argentina de la 
tecnología y la forma de explotación que quieren las grandes 
corporaciones petroleras norteamericanas. Se inscribe incluso dentro de 
la política geoestratégica norteamericana de promover este método en el 
mundo de la mano de sus empresas. Se mencionan las fuertes presiones del
 Departamento de Estado cuando Argentina negociaba con empresas chinas. 
 Las corporaciones norteamericanas han impedido por todos los medios, 
incluso mediante el chantaje y el soborno, el impulso a nuevas 
tecnologías y energías limpias en todo el mundo, imponiendo la cultura 
de la energía fósil como si fuera inevitable y natural. Obligaron al 
gobierno norteamericano a rechazar el acuerdo de Kioto sobre reducción 
de emisiones de carbono, o la tecnología del auto eléctrico,  o 
impusieron, mediante un fuerte lobby en el congreso norteamericano, la 
enmienda Hulliburton que permitió la utilización de químicos 
contaminantes en la explotación por el método de fractura hidráulica, 
que ha contaminado a poblaciones enteras en EEUU y por el que se ha 
declarado una moratoria en la utilización de este peligroso método en 
muchos Estados. Por lo tanto, el acuerdo orienta a YPF por el camino que
 pretende Chevron, dejando de lado la inversión para la explotación de 
petróleo convencional, por ejemplo las plataformas marítimas, y para la 
diversificación de las energías alternativas. 
Al concentrarse en el 
fracking sabemos desde hoy que YPF se desentiende de invertir en una 
nueva matriz energética, de las consecuencias ambientales y humanas de 
su aplicación y de la pesada carga que Chevron lleva tras de sí en su 
deuda ambiental con los pueblos amazónicos del Ecuador. 
Además,
 las rentas sobre la exportación son apropiadas por la empresa, que 
sumada a la libre disposición de las divisas, bloquea la soberanía sobre
 la mitad de la producción, fomenta la fuga de capitales (el mismo 
gobierno acepta que en 8 años se recupera la inversión con lo que luego 
de ese período la fuga de divisas tenderá a profundizarse) y, al no 
cobrar retenciones sobre una poción de la exportación, bloquea la 
distribución de la renta para capitalizarla en la industria o 
distribuirla hacia el trabajo impulsando el consumo. 
Se
 dice que este es el costo inevitable para recuperar la soberanía 
energética pues YPF no tiene el dinero suficiente para realizar las 
inversiones. Este argumento contradice todo lo dicho por la empresa y el
 gobierno en 2012, pues el plan preveía que un 68% de la financiación se
 realizaría con las propias utilidades y flujos de caja de la empresa, 
el 20% sería mediante financiación nacional, y sólo el 12% provisto por 
socios internacionales [1]. Incluso si fuera inevitable la toma de créditos internacionales, éstos 
podrían hacerse con bajos intereses, respaldado por el stock del 
carburante, y permitiría que toda la ganancia quedara en manos del 
estado nacional. 
Y sobre todo se podía avanzar por la vía de la 
integración energética latinoamericana con países de amplia experiencia y
 socios más fiables como Bolivia, Venezuela y Ecuador. Con la Chevron se
 abandona cualquier intento de avanzar seriamente por el camino de esta 
integración. La lógica de que los países del sur no tienen dinero 
suficiente para invertir por sí mismos es muchas veces un mito más 
conveniente para la situación de 1930 y 1940 que para el mundo 
globalizado de hoy con liquidez internacional creciente y 
sobreproducción. 
Otro argumento 
es el de la incorporación de la nueva tecnología. Pero YPF ya explota 
esta técnica y extrae con ella diez mil barriles diarios y en todo caso,
 si se necesitara multiplicar la explotación, podría contratar dicha 
gestión y tecnología, en vez de entregar a cambio de ella el 50% de la 
explotación. La única razón de peso es el tiempo, pues con Chevron el 
flujo de divisas, que podría compensar la decreciente balanza comercial,
 se haría de manera inmediata, pero este razonamiento cortoplacista 
atenta contra la solución estratégica de los problemas. También en este 
aspecto es preferible, como se dijo, tomar crédito a bajo interés.
Vaca
 Muerta, se insiste, colocaría  a la Argentina en una posición de 
exportador con renovada fuerza. Pero lo que debe discutirse es si ese es
 el rol que pretendemos para nuestro país, o más bien, queremos 
utilizarlo para las necesidades internas y guardarlo para las 
generaciones futuras, mientras se encara una transición planificada 
hacia nuevas energías renovables.
A
 pesar de que aún no se conocen los términos del contrato, trascendió 
que los tribunales arbitrales sobre diferendos del acuerdo serán 
extranjeros, específicamente norteamericanos y franceses, lo que lesiona
 la soberanía política y económica nacional, dejando al país a merced de
 fueros imperiales tal como se denunció en el tema de la deuda con los 
fondos buitres. Ahora, se insiste en repetir de manera contumaz la 
película del CIADI. 
¿Qué otras 
sorpresas encontraremos en el contrato? Podemos prever que muchas, pues a
 diferencia de las grandes presentaciones y puestas en escena del año 
pasado con motivo de la nacionalización parcial de Repsol, o la 
importante apertura al debate sobre la ley de medios, esta vez el Poder 
Ejecutivo ha decidido primero avanzar en un nuevo marco regulatorio 
mediante decreto y no por ley, y en segundo lugar no dio a conocer los 
términos del acuerdo con la empresa. Los secretos de palacio nunca han 
llevado buenas noticias a las grandes mayorías.  
Mientras
 se defendió la nacionalización parcial de YPF el año pasado, los 
argumentos a favor de la explotación nacional de los hidrocarburos 
brotaban por doquier, y se expresaron en la consigna de una empresa 
“100% nacional”. Ahora, Argentina parece impotente para realizar lo que 
viene haciendo desde décadas, la explotación del subsuelo para extraer 
petróleo. El año pasado, se podía conseguir recursos, ahora es 
imposible. Antes con nuestros técnicos y nuestra voluntad podíamos 
retomar el camino del autoabastecimiento, ahora no nos queda otra que 
depender de acuerdos leoninos con la más sucia y contaminante de las 
empresas. 
No se trata de rechazar
 cualquier tipo de asociación para la explotación de un recurso, lo que 
está en discusión es si este acuerdo es favorable al país y si no se 
debía abrir el más amplio y democrático debate sobre el futuro de la 
política energética. En este debate también debe discutirse el ahorro de
 energía. Por caso, toda la inversión del primer año de Chevron, 1240 
millones de dólares, equivale al monto que el país gastó en la compra de
 gas natural licuado en 2013 hasta el mes de mayo. ¿Estamos dispuestos 
al ahorro de recursos y a eliminar los subsidios a las clases medias 
altas para crear un fondo de fomento y desarrollo de la energía? 
Cuando
 el gobierno nacional expropió las acciones de Repsol y se hizo con el 
control de la compañía apoyamos la medida. 
Era lo que veníamos 
reclamando desde hacía mucho tiempo. Pero también dijimos que lo 
hacíamos no porque estuviéramos conformes con la totalidad de las 
medidas adoptadas sino porque era un paso que permitía abrir el debate 
sobre la política petrolera. Lo apoyamos con severas críticas. En primer
 lugar al balance de la política petrolera desde el 2003, pues si es 
cierto que la privatización corrió por cuenta del menemismo, el 
kirchnerismo le dio continuidad e incluso, al pretender “argentinizarla”
 con el grupo Petersen, terminó por acelerar su desinversión y 
vaciamiento que devino en la dramática necesidad de importar cada vez 
más gas y otros combustibles. En segundo lugar, porque dejaba intactas 
las normativas sobre inversiones extranjeras de la época de la dictadura
 militar y de desregulación petrolera del menemismo. 
En su momento 
dijimos que: “Sobre el trasfondo del 51% de las acciones hay que avanzar
 de manera sistemática sobre la totalidad de la empresa para que pase a 
ser propiedad del Estado, con control social y de los trabajadores y 
avanzar hacia una política que contemple al 70% restante del mercado 
energético, hoy repartido entre un puñado de transnacionales como Total,
 Exxon, Chevron, Panamerican Energy o Petrobrás (la imagen misma del 
ejemplo para el gobierno de Cristina), que se están beneficiando, hoy en
 día y a cada minuto que pasa, del mismo régimen de dividendos, 
sobreexplotación y desinversión que Repsol” [2]. Y abrimos el interrogante sobre si en base a la renacionalización 
parcial se avanzaría por el camino de la soberanía nacional o se le 
entregaría para su explotación a otras corporaciones. Tenemos que decir 
que estamos más cerca de esta última opción que del “100% nacional”. 
Ahora,
 queremos llamar a la reflexión a todos aquellos militantes o 
simpatizantes del gobierno que se han entusiasmado con aquella 
convocatoria de 2012 a la recuperación de YPF y que llevaban orgullosos 
escarapelas celestes y blancas en sus pechos.  Hay que hacer como Arturo
 Jauretche y como John William Cooke, que le dijeron no incluso a Perón,
 y rechazaron en el Congreso la propuesta de asociación con la 
antecesora de Chevron, la Standard Oil. Hay que seguir por el camino de 
las convicciones. No importa del partido que sea ni las opiniones del 
pasado, hace falta demostrarle a la derecha reaccionaria que se frota 
las manos con este triunfo ideológico de que “no hay alternativa” a la 
Chevron, que sí la hay, que una política energética de la mano de 
nuestros hermanos latinoamericanos, de las inversiones del estado, de 
los técnicos e ingenieros de nuestro país, que diversifique y desarrolle
 energías renovables es posible. La derecha, por supuesto, hace 
demagogia con el peligro ambiental  y las concesiones a la Chevron, pero
 lo hace explotando el punto ciego de la política neodesarrollista 
oficial, aquella que siempre deposita en manos de las grandes 
corporaciones, sean ellas Monsanto, Barrick Gold o Chevron, el destino 
del desarrollo nacional.
 En la hora actual, kirchneristas o no 
kirchneristas, es necesario mostrar el más amplio y macizo frente común 
en defensa de la soberanía energética y de la soberanía nacional. 
Reclamar una asamblea constituyente de la energía y la producción, para 
discutir democráticamente entre todos el destino que queremos darle a 
nuestro subsuelo, así como a los minerales y demás riquezas de nuestra 
tierra. Es necesario profundizar el debate entre todos los sectores que 
se reclaman nacionales y populares para exigir una revisión completa del
 decreto y de los acuerdos firmados y demostrar la viabilidad de 
política petrolera en un sentido latinoamericano, basado en  la 
integración con Venezuela y otros países del ALBA y en la defensa del 
ambiente y las generaciones futuras.
Notas:
[1] Por qué no es conveniente ni imprescindible el contrato YPF-Chevron, Enrique Mario Martinez, 19-07-13, en línea: http://www.propuestasviables.
[2] YPF y la política petrolera. Un giro grande, pequeño, mediano. Jorge Orovitz Sanmartino, 03-05-2012. En línea: http://elavisperodigital.com.
Jorge Orovitz Sanmartino. Sociólogo, docente UBA, integrante de Economistas de Izquierda (EDI) y de la Junta Comunal N° 7, CABA. 
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
 

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