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viernes, 9 de marzo de 2012

El FMLN y el pueblo: artífices del cambio

Oscar A. Fernández O. (*)   
SAN SALVADOR - Estamos conscientes que nuestro país se encuentra en un cruce histórico, en un momento cuya tendencia apunta a la profundización de la crisis. Tenemos que desenredar esta especie de nudo y no disponemos de todo el tiempo, y para hacerlo sin que se agudice la violencia social, se necesita  insoslayablemente el imperio de la razón, la justicia y la capacidad plena de liderazgos de primer nivel. Los Estados, su forma de gobernar y las sociedades en general atraviesan por una tirante relación, que nos está llevando a la deslegitimación de la institucionalidad y la política. Es urgente establecer cuáles son las oportunidades de avanzar y aprovecharlas inmediatamente, pero al mismo tiempo evitar los riesgos de resquebrajar el débil Estado heredado, como pretende el capitalismo anarquista.

Se necesita establecer cuáles son las facultades críticas para gobernar con una visión de largo plazo y que propuestas, por exigentes que sean, pueden ser factibles en un corto y mediano plazo. Los recursos limitados del Estado deberán concentrarse en un reducido número de mejoras, capaces de lograr una diferencia real. Pretender abarcar más no sería ni lógico ni responsable, porque no se pueden afrontar las grandes transformaciones recurriendo simplemente a “más de lo mismo pero un poco mejor”. La estrategia óptima reside, por consiguiente en trabajar sobre un número adecuado y realista de reformas con un techo limitado para asegurarles factibilidad, mientras al mismo tiempo, adoptamos una posición suficientemente profunda para que el impacto sobre la capacidad de gobernar marque el cambio frente a la tradicional ineptitud y corrupción demostrada por las administraciones anteriores.

La transición democrática hacia sus niveles superiores (descentralización del Estado y participación real de los ciudadanos en las decisiones de la Nación), que implica además el completo ejercicio de las libertades y la justicia social, comienza, para nosotros los revolucionarios con lo planteado en los Acuerdos de Paz y no ha concluido. Ciertamente se ha avanzado de manera lenta y superficial, con la participación de los partidos políticos de oposición y la constitución de importantes pero insuficientes instituciones públicas civiles. Por tanto si los Acuerdos de Paz fueron concebidos como la puerta para entrar a una nueva sociedad más igualitaria y libre, veinte años después solo hemos avanzado a escasos centímetros del umbral.

La sociedad salvadoreña en su mayoría interpretó aquél trascendental paso, más allá que un simple cese de hostilidades, como la salida a la profunda crisis de ajuste, entre las estructuras políticas autoritarias del viejo régimen y las nuevas necesidades y exigencias de los salvadoreños. Los acuerdos de Paz y la Constitución conforman, desde nuestro punto de  vista, el proyecto para materializar y consolidar esas aspiraciones.

La oligarquía económica, poder de facto por excelencia, se abroga el derecho de violar sistemáticamente la Constitución e impone leyes que claramente violan los derechos humanos y su aplicación está sistemáticamente dirigida contra sus enemigos de clase.  Bajo este género de política, se consolida un sistema basado en la concentración de los ingresos económicos producto del modelo librecambista, que ha sido colocado por encima de la dignidad, la justicia y los derechos de las personas.

Esta camarilla, usando su poder de facto y todos los trucos imaginables, se ha encargado de ir frenando las posibilidades de avanzar más rápido. Los revolucionarios somos los llamados a vencer dichos obstáculos, junto al pueblo salvadoreño e ir construyendo una sociedad que nos lleve a crear las condiciones para dar el salto transformador.

El entorno internacional es dramáticamente complicado. Los Estados tienen grandes limitaciones para resolver sus propios problemas (endeudamiento, corrupción, administración deficiente, seguridad pública, pobreza, etc.) y muestran incapacidad de enfrentar los problemas globales (economías trazadas por el FMI, terrorismo, crimen internacional, epidemias y pandemias muy graves, desastres medioambientales, extrema pobreza y hambre, etc.) En contraposición a los fervientes deseos de la humanidad de vivir en paz y con pleno uso de sus derechos, el planeta se enfrenta a un número de conflictos, guerras e injusticias, internas e internacionales, mayor que en cualquier otra época, con el desarrollo de un súper poder militar que sobrepasa la capacidad legal y legítima de las Naciones Unidas y otras organizaciones jurídicas internacionales, a lo que se suma la proliferación sin control de ojivas nucleares, armas bioquímicas y tecnología sofisticada de guerra, cuya ubicación es desconocida. El mercado negro de armas y el narcotráfico constituyen juntos, sin duda, el imperio paralelo al poderosoestablishment del gran capital mundializado. La sociedad está sumergida hoy, como lo estuvo en el siglo pasado, en una explosiva polarización entre la pobreza y pobreza extrema de las mayorías y la opulencia insultante de unos pocos.

El rediseño de la forma de gobernar se sustenta en medidas modestas pero factibles que influyan en la construcción de un futuro mejor. Creemos que incluso leves mejoras en los procesos críticos de gobierno, pueden marcar la diferencia entre la extrema polarización y consiguiente enfrentamiento de la sociedad y la consolidación de la democracia dentro del progreso, hasta que vengan ideas mejores y condiciones propicias.

La seria crisis sociopolítica y cultural que vivimos los salvadoreños  puede ser útil y quizás esencial para provocar cambios e innovaciones profundas, pero no podemos dejarlo en manos de las corrientes conservadoras corporativistas y mercantiles que hasta hoy han gobernado, pues para lograr que algunas de las crisis inevitables no se vuelvan consuetudinarias y resulten en innovaciones deseables, son necesarias ideas y acciones nuevas, frescas, de cambio y arraigadas a las necesidades de la sociedad.

El poder personificado en el capital financiero global, que hoy dirige la historia mundial, vuelve ilegítimos a los estados nacionales, reprime la acción política tradicional, reorganiza a las sociedades en sectores de consumo y hace emerger un nuevo grupo de “intelectuales” de la internacionalización financiera, quienes disfrazan de teoría una serie de procedimientos empíricos que conforman el nuevo patrón de acumulación: la ideología del neoliberalismo. Pero todo esto a generado a su vez, nuevas fuerzas sociales que defienden sus derechos como una forma de resistencia ante una poderosa máquina generadora de violaciones y  de una cultura de agresión y violencia contra los pueblos más vulnerados.

Por lo tanto, es necesario aumentar el poder de la sociedad que significa no la desaparición del Estado, sino al contrario la recuperación del mismo, como una creación del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Debe priorizarse la búsqueda permanente de las personas aptas para construir mecanismos de control del manejo de la cosa pública y sus instituciones.

Hacer que el Estado llegue a la sociedad a través de los partidos políticos y las instituciones únicamente, ya no es posible, por eso resulta impostergable crear un nuevo espacio público amplio no estatal, que en coordinación con las instituciones centrales y los gobiernos locales, abra un nuevo espacio de decisiones. Ese será nuestro gran aporte en un futuro de medio plazo.

En el marco de la consolidación de una democracia participativa es esencial cambiar el concepto tradicional cerrado y aislado de gobernar, por uno actualizado, abierto, representativo, democrático y fundido con las masas trabajadoras, con el fin de preservar una amplia interpretación del interés público que abarque las necesidades de los seres humanos como un todo. Estas élites deberán incluir a políticos representativos, funcionarios de primer orden, obreros y activistas sociales de distintas categorías, sin que se caiga en el error de crear burocracias amamantadas por los procesos de transición social y que de acuerdo a la experiencia se convierten en círculos de poder reaccionarios que terminan planteando como fin “la humanización del capitalismo” y un brutal impedimento a la lucha de clases.

No es posible, dar saltos de la noche a la mañana porque existen estructuras reaccionarias que no lo permiten y el primer aspecto es crear una estrategia anti-neoliberal. Es un proceso de transición que nos permite no desviarnos del camino y se refleja en algo que es la base para cambiar el modelo actual: el aseguramiento de las condiciones básicas de la población. El Estado no es el fin, sino un medio para la construcción de la democracia participativa, del poder ciudadano.

Por eso votar por el FMLN es votar por el proceso de cambio que ya ha comenzado, un cambio que no es palabra vacía, no es propuesta que se la lleva el viento, no es sólo una consigna partidaria, ni mucho menos un slogan del “marketing electoral”, es una estrategia y una realidad que ya está en marcha hacia el futuro.

(*) Columnista de ContraPunto

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