Los  ciudadanos de origen hispano, que contribuyeron a la victoria demócrata  en las elecciones presidenciales de 2008, se están convirtiendo en un  problema para Obama.
 Los motivos de decepción con Obama entre los cerca de 50 millones de  hispanos se acumulan. Obama ha incumplido la promesa electoral de  impulsar una reforma migratoria que abra la puerta de la legalidad a los  más de diez millones de indocumentados.
Los motivos de decepción con Obama entre los cerca de 50 millones de  hispanos se acumulan. Obama ha incumplido la promesa electoral de  impulsar una reforma migratoria que abra la puerta de la legalidad a los  más de diez millones de indocumentados.Lo ha impedido la escasa voluntad política del presidente durante los  dos primeros años de mandato. Y la victoria republicana en las  legislativa de noviembre de 2010, que anuló cualquier posibilidad de  reforma.
Con Obama las deportaciones se han acelerado. En el último año han  aumentado las inspecciones de empresas que emplean a sin papeles, entre  críticas de asociaciones que defienden los derechos de los inmigrantes y  de asociaciones empresariales.
Los servicios de inmigración y aduanas del Gobierno federal  inspeccionaron 2.338 empresas en el año fiscal que empezó en octubre de  2010, según The Wall Street Journal. En el año anterior fueron 2.196.
Último motivo de fricción. Esta semana, por tercer año consecutivo,  el presidente Obama se ausentará de la conferencia anual de la  Asociación Nacional de Cargos Latinos Electos y Designados (NALEO, en  sus inciales inglesas), uno de los principales grupos de presión  hispanos del país. En 2008, durante la campaña para las presidenciales,  Obama participó en la conferencia y prometió regresar cuando fuese  presidente. Todavía no lo ha hecho.
La negativa a hablar ante el foro hispano es una anécdota, pero  significativa, porque refleja la tensión entre la Administración Obama y  la comunidad hispana, que en 2008 apoyó de forma masiva al presidente.
La ausencia del presidente a la conferencia anual de NALEO “es más  que una decepción”, declaró al diario Politico Arturo Vargas, director  ejecutivo de la organización. “No lo entiendo. No creo que haya prestado  a nuestros miembros la atención que merecen”, añadió.
En el mismo diario, el congresista demócrata Luis Guitérrez, que es  de origen puertorriqueño y, como Obama, de Chicago, también ha cargado  contra el presidente. “Cada vez le resulta más difícil al presidente  presentarse en un foro en el que tenga delante a latinos, porque se  encuentra en un atasco”, ha dicho. Gutiérrez cree que acusar a los  republicanos del fracaso de la ley migratoria ya no funciona.
El congresista de Chicago es una más de la voces críticas, en el  Partido Demócrata, contra el presidente Obama por su inacción en materia  de inmigración. No es la única. La decepción hace mella entre  legisladores y alcaldes latinos.
Lo que reprochan al presidente es que haya puesto el acento en la  parte represiva de la política migratoria –las redadas, las  deportaciones, los controles en la frontera– y haya descuidado el  problema de los millones de indocumentados legalmente desamparados y  necesarios en algunos sectores de la economía estadounidenses, como la  agricultura o los servicios.
Los demócratas, y algunos republicanos como George W. Bush, defienden  abrir la puerta a la legalización. Los republicanos se resisten a lo  que algunos de sus líderes consideran una amnistía.
Desde hace años ya hay más hispanos que afroamericanos en Estados  Unidos. Son la primera minoría. Y, si las proyecciones demográficas se  cumplen, los blancos dejarán de ser mayoría a mediados de siglo. Esta  evolución tendrá consecuencias políticas.
Los demócratas confían en que, alentados por la retórica hostil a los  inmigrantes de algunos republicanos, los hispanos se consoliden como un  grupo de votantes fieles y alumbren una hegemonía progresista similar a  la hegemonía conservadora que ha dominado este país desde finales de  los años sesenta hasta, como mínimo, la victoria de Obama en 2008. Cada  año habrá más votantes hispanos, y si estos siguen votando demócrata  como han hecho hasta ahora, se hace difícil ver cómo el Partido  Republicano puede evitar quedar en minoría.
En 2009, Cuauhtémoc Figueroa, uno de los estrategas electorales más  influyentes del país, avisaba de que la retórica antiinmigración de la  derecha estadounidense tendría efectos retardados. En los últimos años  los hispanos menores de edad –en algunas grandes ciudades ya son mayoría  en su segmento de edad– han escuchado mensajes que, según Figueroa,  recordarán cuando tengan edad para votar.
En las filas republicanas hay división. En el Tea Party, el  movimiento populista que impulsó la victoria republicana el pasado  noviembre, se escuchan a veces voces hostiles a la inmigración, pero  también a partidarios de abrir fronteras y convencidos de que la  inmigración es la fuerza de EEUU.
La idea de que los hispanos deban ser un electorado demócrata también  es cuestionable. Los republicanos alegan que, en cuestión de valores,  el hispano medio se asemeja más a un republicano que a un demócrata:  religioso, emprendedor, defensor de la familia tradicional,…
También argumentan que al votante hispano no hay que tratarlo de  forma distinta que a otros votantes, que lo que le interesa de verdad al  inmigrante con papeles es, como al resto, que la economía crezca, que  se cree empleo, que mejore el sistema educativo, que las calles sean  seguras.
Y apuntan que los políticos hispanos más prominentes –los que  triunfaron en las elecciones de noviembre– son republicanos, desde el  senador de Florida Marco Rubio, que suena como candidato a la  vicepresidencia en 2012, hasta la gobernadora de Nuevo México, Susana  Martínez.
Es significativo el vídeo electoral que el candidato a las primarias  republicanas Mitt Romney emitió la semana pasada. Centrado en el paro,  que afecta a casi 14 millones de personas, el anuncio mostraba a decenas  de ciudadanos “víctimas” de la economía de Obama, entre ellos a muchos  latinos.
En 2004 George W. Bush, que chapurreaba el castellano y promovía una  reforma migratoria, logró un 44% del votos hispano, un resultado  excepcional para su partido. Su rival, el demócrata John Kerry, se llevó  el 53%. Aquello se consideró un hito para el Partido Republicano, el  anticipo de un movimiento tectónico que podía cambiar para siempre el  mapa político de EEUU.
En 2008, sin embargo, Obama obtuvo el 67% del voto hispano. Su rival  John McCain, sólo el 31%. Obama movilizó a este electorado en estados  disputados como Florida, Nevada, Colorado y Nuevo México.
Dos años después, en las elecciones legislativas del pasado  noviembre, los demócratas de Obama obtuvieron un 60% de votos. Según un  sondeo de Gallup, el apoyo a Obama entre el electorado hispano ronda  ahora el 50%.
Como señalaba la semana pasada The Washington Post, es más alto que  otros grupos demográficos, pero inferior a 2008. Obama no lo tendrá tan  fácil como entonces para seducir un votante más difícil de sacar de casa  para votar, y más volátil que otros grupos étnicos o religiosos más  fieles a los demócratas como los negros o los judíos. La crisis  económica, que se ha enseñado con las minorías, tampoco le ayudará.
“Lo que (Obama y sus asesores) no entienden, creo, es que la gente no  irá a votar”, dijo el congresista Luis Gutiérrez en una entrevista con  el blog de izquierdas Crooks and Liars. “Se han creído que éramos suyos.  Desafortunadamente, tenemos una administración que nos prometió una  reforma migratoria amplia. ¿El presidente podría haber sido derrotado?  Sí. Pero queremos a alguien que caiga luchando”.
Marc Bassets / La Vanguardia
 
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