La Jornada
 
                uando se busca derribar gobiernos de izquierda la primera tarea consiste en deslegitimar y destruir sus bases sociales de apoyo, punto de inflexión para llamar al golpe de Estado o el magnicidio. La estrategia posee dos flancos, el internacional y el interno. Ambos buscan estrangular la economía, provocar descontento, crear desánimo y promover una ruptura institucional. Los movimientos se dibujan en un tablero donde cada pieza tiene un valor estratégico. Nada se deja al azar.
El actual flanco externo lo integran Estados Unidos, sus aliados de  Europa Occidental, organismos internacionales como el Banco Mundial, el  Fondo Monetario Internacional, el Parlamento Europeo, la OEA, los  partidos de derecha mundial, los servicios de inteligencia, delegaciones  diplomáticas y mercenarios. Hoy, en este grupo, hay que sumar, tras la guerra fría, un  nuevo aliado entre las fuerzas desestabilizadoras, se trata de los  partidos socialdemócratas y la internacional socialista. Ellos se unen  en lanzar torpedos para hundir la línea de flotación de los gobiernos  populares. Así, constituyen un aliado inesperado. Autoproclamados  defensores del libre mercado y protectores de las libertades  individuales, son las más beligerantes. Todo lo que rebase sus  convicciones, dentro de la globalización neoliberal, lo consideran un  peligro para la paz mundial y la alianza de civilizaciones. Por  consiguiente, no dudan en arremeter contra el actual gobierno del Estado  Plurinacional de Bolivia, la República Bolivariana de Venezuela,  Ecuador y Cuba. Sus portavoces forman la avanzadilla, el supuesto fuego amigo
.  En el pasado reciente, nadie hubiese comprendido un comportamiento  similar si los socialdemócratas hubiesen participado de la campaña  desestabilizadora para derrocar el gobierno chileno de la Unidad Popular  y Salvador Allende en 1973. Hoy, sin duda, sin temor a equivocarme,  estarían conspirando. Es en esta dimensión internacional donde se  explica la acción del ex presidente de Colombia Álvaro Uribe Vélez. Su  quehacer forma parte de esta urdida trama en la cual se utilizan todos  los argumentos, desde adjetivar el régimen como una dictadura, a su  presidente como un déspota y a su territorio como un edén para el  terrorismo internacional, las FARC y el ELN. Hechos suficientes para  emprender y justificar sanciones. En este marco, tampoco podemos dejar  fuera de juego a España. Su gobierno progresista también juega un rol  desestabilizador, cuando asegura que el gobierno bolivariano presta su  apoyo a ETA. Un granito más de arena para que Venezuela entre a formar  parte de los denominados Estados terroristas.
Por otro lado, el flanco interno, lo integran políticos, académicos, periodistas, empresarios, comunicadores, movimientos sociales gremialistas, instituciones como la Iglesia católica y las organizaciones no gubernamentales son la mano que mece la cuna. Portavoces y sujetos de la conspiración, su función consiste en paralizar las actividades productivas, desgastar al gobierno y boicotear cualquier política social en las áreas de salud, educación, vivienda popular o cultura. Para tal fin se valen de la política del rumor. Nada más eficiente que propagar mentiras para desacreditar. Así, se ponen en circulación noticias que hablan de enfrentamientos internos, división en las fuerzas armadas o la posible desaparición de productos de primera necesidad: azúcar, leche, harina, medicamentos; es decir, todo cuanto afecte el normal funcionamiento de la vida diaria. Es la estrategia del caos y la ingobernabilidad. Con ellas también se fortalece el campo ideológico de los conspiradores. Así, la sicosis colectiva de sectores dubitativos caen en la espiral del miedo. Asustados se dan a la tarea compulsiva de acaparar y vaciar los supermercados sin ton ni son. Esta actitud es la base del mercado negro y el desabastecimiento.
En este escenario, los medios de comunicación social, en manos  de los monopolios de la información, se convierten en pieza clave. Con  sus múltiples tentáculos, llegan a los lugares más apartados de la  geografía nacional, acrecentando su capacidad para configurar una  opinión pública adversa al gobierno popular. Son los responsables de  expandir los rumores y hacerlos creíbles. Prensa, radio, televisión,  agencias de noticias unen sus fuerzas. En muchos casos, la batalla para  contrarrestar la avalancha, es desigual. Los empresarios de la  comunicación son parte de la oligarquía dueña de la mayoría de radios,  periódicos, semanarios, revistas políticas, prensa amarilla,  sensacionalista y canales de televisión por cable y en abierto. Sin  descanso, sus estrategas trabajan con un alto nivel de sofisticación.  Producen editoriales, tribunas de opinión, encuestas y entrevistas. Y en  el lado oscuro, presentan videos, conversaciones telefónicas,  fotocopias, cartas y documentos ad hoc. Pocos cuestionan su  veracidad. Un ejemplo para demostrar lo dicho lo representa el caso  Uribe. Las pruebas aportadas son parte del paquete entregado por el  Pentágono, la CIA y los servicios de inteligencia militar  estadunidenses. Con ellas Álvaro Uribe emprende su cruzada y acusa al  presidente Hugo Chávez de violar los derechos humanos y patrocinar el  terrorismo internacional. Para hacer aún más creíble esta imputación, la  estrategia hace uso de personajes que hablan de persecución política,  ataques a la libertad de prensa y represión a los partidos opositores.  Especialistas e intelectuales construyen un relato que reafirme las  acusaciones de Uribe. Es el momento para que entren en escena los disidentes
.  Bien retribuidos, se les pasea por las cadenas de televisión privadas,  las radios y los periódicos. Sus palabras buscan caricaturizar a Hugo  Chávez de corrupto, megalómano y que no falte el adjetivo de caudillo  populista.
Con todo el arsenal desplegado, el paso siguiente es llamar al país a luchar contra el tirano y su régimen autocrático. En este esfuerzo hay que armarse de valor, el noble objetivo de salvar a la patria impone un sacrificio, no importa que para ello se derrame un poco de sangre. Todo con tal de impedir el establecimiento del comunismo. Así se cierra la estrategia de la desestabilización, se legitima un golpe de Estado y se llama al magnicidio. Y si no funciona, siempre queda una bala en la recámara, el frente externo dará su visto bueno para una invasión preventiva.
 
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