Los movimientos son el reaseguro más eficaz de los gobiernos frente a las derechas y el imperio. Trabajar para debilitarlos es apostar al suicidio del proceso de cambios.
Raúl Zibechi | La Jornada
                                                                                                                   Los debates que están generando los conflictos entre movimientos  y gobiernos progresistas, de modo muy particular en Ecuador y Bolivia,  ameritan algunas reflexiones que apunten a clarificar lo que está en  juego, porque de algún modo esas tensiones involucran a todas las  fuerzas antisistémicas. Lo que sucede estos días en ambos países es  consecuencia de que allí coinciden movimientos que han mostrado potente  energía anticapitalista con gobiernos que, por lo menos en las  intenciones, buscan superar el estado de cosas heredado. 
En la región  sudamericana pueden detectarse dos grandes líneas de fuerza: las  relaciones interestatales y las tensiones emancipatorias. Una y otra  divergen y confluyen según las diversas coyunturas, los espacios y  puntos de mira. Pero más allá de que ambas dinámicas tengan aspectos  contradictorios, no puede abordarse la realidad regional sin incluir  ambas, a riesgo de sesgar excesivamente el análisis.
Desde el  punto de vista de los estados, y de las relaciones entre ellos, parece  evidente que los cambios acaecidos en la última década son relevantes.  Una parte importante de los países de la región cuenta con gobiernos que  tomaron distancias del Consenso de Washington y de las políticas del  imperio. En este punto deben incluirse dos matizaciones. La gama de  grises es muy amplia, y va desde el gobierno de Cuba, enfrentado a  Estados Unidos, hasta gobiernos que formulan críticas muy tenues al  imperialismo, como los cuatro del Cono Sur que conforman el Mercosur. En  el medio, hay situaciones como la de Venezuela, que viene manteniendo  un enérgico contencioso con los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca,  pero tiene a la vez una fuerte dependencia comercial con ese país. En la  situación actual, aun la más pequeña distancia hacia Estados Unidos  juega un papel positivo, y así debe ser valorada.
En segundo  lugar, hay dos grandes vertientes: los países que integran la Alba y los  demás gobiernos progresistas de la región. Aquéllos, más allá de las  señaladas contradicciones, pugnan por desbordar el libre comercio,  estructuralmente favorable a las multinacionales y los países del norte.  En este punto también vale una salvedad: hay quienes desean ir más allá  y otros que ni siquiera se lo proponen, aunque luego los resultados  puedan ser similares. Una vez más, no es lo mismo Bolivia o Venezuela,  forzados muchos veces a aceptar la lógica de las multinacionales, que  otros que juegan directamente a favor de ellas.
En tercer lugar,  hay gobiernos que, independientemente de la retórica, de la que nadie  está libre, sólo se diferencian del imperio en que defienden a sus  empresas, o sea a las burguesías locales, frente a la voracidad de otras  multinacionales afines a los países del norte. Pero en modo alguno  tienen una lógica diferente a la del capitalismo más depredador. Tal es  el caso de Brasil, de Chile cuando gobernaba la Concertación y de  Argentina. O sea, sus diferencias con Washington no pasan por los  intereses populares sino por los del sector más concentrado del  empresariado nacional.
Si tomamos el punto  de vista de la emancipación, o de los movimientos antisistémicos, las  cosas son más complejas aún. En un extremo, todos los gobiernos esgrimen  una actitud de defensa y fortalecimiento del Estado que no puede menos  que chocar con los movimientos que, naturalmente, buscan desbordar los  marcos del Estado-nación. Sin embargo, los niveles de represión han  descendido de modo notable allí donde hay gobiernos progresistas o de  izquierda. Es una diferencia no menor, imposible e inconveniente de  soslayar, respecto de países como Colombia y Perú, donde mandan las  derechas represivas.
No debe llamar la atención que el conflicto  gobiernos-movimientos sea más estridente allí donde éstos son más  potentes, como en Ecuador y en Bolivia. El reciente congreso de la  Federación de Juntas Vecinales de El Alto (Fejuve) emitió una  declaración muy fuerte, en la que asegura que el gobierno se jacta en  sus discursos diciendo que es un gobierno de movimientos sociales, pero  en la práctica sigue siendo un gobierno oligárquico (que) sólo se ha  dedicado a dividir y utilizar a las organizaciones sociales de Bolivia.  La Fejuve dice que el gobierno del MAS ha utilizado a los pueblos  indígenas y sectores populares del país para sus campañas políticas,  pero éstos siguen siendo excluidos de las decisiones políticas y son  utilizados solamente por el gobierno para legitimarse y encaramarse en  el poder.
Si esta es la posición de una de las organizaciones más  potentes del país, protagonista de la Guerra de Gas de 2003 en la que  sufrió más de 50 muertos sólo en las jornadas del 12 y 13 de octubre,  imagínese la realidad en otros países que no cuentan con gobiernos como  el de Evo, nacido de los movimientos y apoyado por un amplio abanico de  organizaciones sociales. A mayor potencia de los movimientos, más  necesidad de marcar su propio terreno frente a los estados, aun de  aquellos que se denominan plurinacionales.
Por otro lado, es  cierto que la dinámica de mayores y más abarcativas iniciativas de los  movimientos puede debilitar a los gobiernos progresistas y de izquierda  y, de ese modo, fragilizar la dinámica antimperialista. El rechazo a la megaminería  como núcleo del proyecto de desarrollo puede verse de dos modos:  como defensa de un proyecto alternativo o como un ataque a las finanzas  estatales siempre necesitadas de mayores ingresos para blindarse de la  especulación financiera.
No debería olvidarse que aun habiendo  ciertos niveles de contradicción entre antimperialismo y emancipación,  es un conflicto real sólo desde la óptica de los estados. Porque han  sido los movimientos, en resistencia contra las políticas imperiales,  los que han creado una nueva relación de fuerzas en la región. Por  último, los hechos recientes muestran que los movimientos son el  reaseguro más eficaz de los gobiernos frente a las derechas y el  imperio. Trabajar para debilitarlos es apostar al suicidio del proceso  de cambios.
 
 
 
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