Editorial La Jornada.
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, destituyó ayer al general Stanley McChrystal, quien estaba a cargo de las fuerzas de ese país y de la OTAN en Afganis tán, y anunció que será remplazado por David Petraeus, quien  encabezó la misión estadunidense en Irak y actualmente se desempeña como  jefe del comando central del ejército del vecino país. McChrystal y  varios de sus asesores habían formulado, en entrevista con la  publicación Rolling Stone, duras críticas contra el actual  ocupante de la Casa Blanca y algunos de sus colaboradores. En respuesta,  Barack Obama señaló que el uniformado había mostrado
tán, y anunció que será remplazado por David Petraeus, quien  encabezó la misión estadunidense en Irak y actualmente se desempeña como  jefe del comando central del ejército del vecino país. McChrystal y  varios de sus asesores habían formulado, en entrevista con la  publicación Rolling Stone, duras críticas contra el actual  ocupante de la Casa Blanca y algunos de sus colaboradores. En respuesta,  Barack Obama señaló que el uniformado había mostrado 
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, destituyó ayer al general Stanley McChrystal, quien estaba a cargo de las fuerzas de ese país y de la OTAN en Afganis
 tán, y anunció que será remplazado por David Petraeus, quien  encabezó la misión estadunidense en Irak y actualmente se desempeña como  jefe del comando central del ejército del vecino país. McChrystal y  varios de sus asesores habían formulado, en entrevista con la  publicación Rolling Stone, duras críticas contra el actual  ocupante de la Casa Blanca y algunos de sus colaboradores. En respuesta,  Barack Obama señaló que el uniformado había mostrado
tán, y anunció que será remplazado por David Petraeus, quien  encabezó la misión estadunidense en Irak y actualmente se desempeña como  jefe del comando central del ejército del vecino país. McChrystal y  varios de sus asesores habían formulado, en entrevista con la  publicación Rolling Stone, duras críticas contra el actual  ocupante de la Casa Blanca y algunos de sus colaboradores. En respuesta,  Barack Obama señaló que el uniformado había mostrado poco juicio
en sus declaraciones y lo llamó a rendir cuentas a Washington.
Más allá de la anécdota de una insubordinación militar inaceptable,  el episodio refleja las fracturas existentes en el equipo que gestiona  la ocupación de Washington en Afganistán y evidencia el potencial nocivo  de esa aventura bélica para el gobierno de Obama, justo cuando éste  atraviesa por circunstancias problemáticas en distintos frentes: el  pasado martes, un juez anuló la moratoria de seis meses impuesta por la  Casa Blanca a las perforaciones petroleras marítimas, tras el desastre  ambiental ocasionado por British Petroleum en el Golfo de México, y a  ello se suman la incapacidad del gobierno estadunidense para aprobar las  regulaciones al sistema financiero de ese país, la parálisis en las  negociaciones de una reforma migratoria –una de las principales promesas  de campaña del hoy mandatario– y la pérdida de simpatías electorales de  su partido, el Demócrata, frente a los comicios intermedios de  noviembre próximo.Si bien es cierto que Obama mostró, desde su arribo al poder hace casi año y medio, voluntad de modificar la proyección internacional de su país ante el mundo –como se reflejó con los gestos de distensión hacia el mundo islámico y con los anuncios del retiro de tropas de Irak y el cierre de Guantánamo–, en el caso de Afganistán el político afroestadunidense no se deslindó del espíritu belicista y colonialista que caracterizó a su antecesor, y antes bien lo acentuó: a los señalamientos formulados en su discurso de investidura sobre la necesidad de
forjar en Afganistán una paz duramente ganada, siguió una actitud tibia ante los ataques recurrentes de las fuerzas invasoras en contra de supuestos objetivos talibanes que han dejado un indignante saldo de inocentes muertos y heridos. Por añadidura, la Casa Blanca respaldó unas elecciones deslegitimadas de origen –por haberse realizado bajo ocupación militar–, y a tales errores siguió, en diciembre pasado, el anuncio de una
nueva estrategiaque consiste en reforzar la ofensiva contra las milicias islámicas para lograr una
conclusión exitosade la guerra e iniciar el retiro de tropas en junio de 2011.
A la luz del reciente escándalo por las declaraciones de  McChrystal, es claro que el empeño de Obama en continuar la ocupación en  territorio afgano –agresión criminal e injustificable que ha tenido un  enorme costo de muerte, destrucción y zozobra para la población de ese  país– carece de perspectivas de éxito y se ha convertido en un callejón  sin salida para su gobierno. Para colmo, en los ocho años transcurridos  desde la invasión del infortunado país centroasiático, Washington y sus  aliados han convalidado el régimen impresentable y fraudulento de Hamid  Karzai, sobre quien pesan documentadas acusaciones de vínculos con el  narcotráfico, y han cancelado con ello cualquier aspiración de  democracia y estabilidad en suelo afgano.
En la circunstancia presente, la permanencia de las tropas  estadunidenses en esa nación no sólo representa un castigo  injustificable para la población, sino constituye un grave riesgo para  el poder político de Washington: Afganistán puede convertirse, de seguir  los acontecimientos su tendencia actual, en el Vietnam de la  administración Obama.
 
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