
Editorial La Jornada
frágily que la crisis económica reciente –
la mayor en generaciones– ha puesto en peligro los Objetivos del Milenio, entre los cuales se encuentra reducir a la mitad de la pobreza y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal y disminuir en dos tercios la mortalidad infantil para el año 2015.
No era necesario aguardar a la cumbre que se realiza en aquella  ciudad canadiense para arribar a la conclusión enunciada por los  miembros del G-8. Con independencia de los descalabros en la economía  planetaria que se manifestaron desde finales del año antepasado, la  imposibilidad de alcanzar las metas fijadas en materia de combate a la  pobreza era evidente desde hace una década, cuando fueron formuladas en  una reunión de los países miembros de la ONU en Nueva York. El factor  explicativo de dicha inviabilidad radica en la aplicación del modelo  económico neoliberal aún vigente: las directrices económicas emanadas  del denominado consenso de Washington
 generan, de manera  inevitable, desigualdades que se traducen en la concentración desmedida  de la riqueza en unas cuantas manos y en el empobrecimiento de los  sectores mayoritarios de la población, o bien en el agravamiento de su  pobreza.
Si en periodos de relativa normalidad económica la lógica  neoliberal de dejar hacer y dejar pasar
 redunda en el beneficio  de los capitales más poderosos, esa tendencia se agrava con el  advenimiento de cada crisis cíclica: a pesar de que los quebrantos  financieros, bursátiles y cambiarios desembocan, por lo regular, en  intervenciones estatales de gran calado, éstas no han evitado la  depauperación generalizada de las mayorías; por el contrario, tras los  quebrantos del capitalismo mundial tienden a socializarse las pérdidas, y  las recesiones acaban por convertirse, en suma, en mecanismos de  concentración de la riqueza; un dato revelador al respecto es el que se  desprende de un reporte publicado por Merrill Lynch y Capgemini, según  el cual, a pesar de la crisis mundial reciente, se incrementó en 17 por  ciento el número de millonarios en el mundo.
Ante la evidente inoperancia del neoliberalismo a escala planetaria, sería deseable que los dirigentes mundiales cobraran conciencia de que, con una política económica centrada no en las necesidades del capital, sino de las personas, es posible reducir e incluso erradicar la pobreza. Sin embargo, como puede apreciarse en la simple enunciación de los puntos de polémica en la reunión que se desarrolla en Toronto, no parece haber, en el momento presente, voluntad política suficiente para atender las raíces de la problemática. De esa forma, este cónclave del G-20 corre el riesgo de convertirse en un nuevo y costoso ejercicio de simulación planetaria ante una realidad lacerante y sumamente peligrosa.
 
Una vez más este tipo de reuniones sólo sirve para dejar claro como se ríen de todos nosotros gastándose nuestro dinero para no hacer nada. Nunca se habla de nada que no sea su propio beneficio y el de sus corporaciones aliadas.
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