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martes, 9 de abril de 2019

Primeras escaramuzas preelectorales


En un país con múltiples fracturas sociales y donde los distintos actores políticos se enfrentan con mayor virulencia, ha comenzado ya, como es habitual con notable antelación, la campaña electoral presidencial para unas elecciones que tendran lugar el martes 3 de diciembre de 2020. En esa fecha se definirán además las gobernaturas en unos 15 estados, los 435 escaños de la Cámara y un tercio del Senado.

La semejanza entre los partidos demócrata y republicano no impide que compitan vigorosamente por empoderarse y hacerse con los cargos electivos y de las sinecuras que ello conlleva. Para esos fines despliegan un antagonismo retórico considerable.

Y se ha iniciado tambien el forcejeo o el posicionamiento de las entidades y centros de poder del sistema, y sus intentos para promover y lograr que salgan adelante los políticos con aspiraciones presidenciales que cuenten con su visto bueno, lo que lleva aparejado el apoyo con grandes sumas de dinero para sus campañas y una cobertura favorable de los grandes medios de difusión.

Ya en 2016 se les habrían “colado” dos figuras que no estaban en sus primeros cálculos: el senador independiente Bernie Sanders y el empresario Donald Trump.

En los pasados dos años, el Partido Demócrata se ha desenvuelto torpemente y con dificultad, no ha articulado una visión alternativa frente al gobierno de Trump, y ha impedido los esfuerzos para colocarse como una real fuerza de oposición. Sin embargo se apresta con diligencia para intentar impedir el avance y posicionamiento de figuras alternativas o progresistas, ajenas a las élites de los partidos del sistema.

Alrededor de una docena de aspirantes con distintos perfiles, mayormente personajes políticos poco conocidos a nivel nacional ya han anunciado su pretensión de obtener la postulación presidencial demócrata. Lo hacen en el marco de una entidad cuya estructura nacional y su maquinaria electoral están controladas desde hace mas de dos decadas por una camarilla neoliberal en la que sobresalen, y se reparten cuotas de poder, los ex presidentes Bill Clinton y Barack Obama, la esposa del primero, Hillary, y otros con vínculos privilegiados en Wall Street y el mundo empresarial.

En la conducción del partido el peso del sector financiero es enorme, y en consecuencia en su núcleo dominante priman los partidarios de la desregulación de la banca, y pragmáticos conservadores que apoyan el gasto militar y una política exterior agresiva.

Esos estratos dirigentes, en su mayoria, se han venido alejando paulatinamente o han relegado sus vínculos con sectores tradicionales de la vieja coalición demócrata que se forjó en los años ´30 del pasado siglo, como son el ahora debilitado movimiento obrero, o la llamada minoría afroestadounidense, los latinos, diversos movimientos sociales y otros. No obstante, por supuesto, esas instancias políticas mantienen hacia ellos su habitual retórica engañosa y de falsas promesas.

Bajo el predominio del duopolio partidista y del concepto de “optar por el menos malo”, se ha considerado que millones de sus potenciales votantes no tienen a donde ir, ni otra opción que dar su voto “al menos malo” entre los dos candidatos del sistema. Máxime cuando este ha mostrado gran capacidad para absorber, e incluso dar cabida en su seno distorsionándolos, las demandas y movimientos en pro la igualdad y los derechos sociales.

Por el momento, ni siquiera una tercera opción, uno de los llamados “terceros partidos”, resulta para las mayoría una alternativa de “voto util”, con posibilidades de éxito, según el sistema se encargaria de demostrarlo..

El régimen de monopolio por dos partidos que se turnan en el gobierno ha sido una base fundamental de la estabilidad de la política nacional. Ese rejuego entre demócratas y republicanos ha sido elemento esencial para la repartición de las cuotas de poder entre los sectores dominantes y marco para la solución negociada expresa o sobrentendida de los conflictos o contradicciones de intereses entre dichos grupos.

Numerosas trabas y regulaciones existen para garantizar el rejuego y la exclusividad bipartidista; ni los demócratas ni los republicanos quieren a nadie estructurando partidos al margen del duopolio bipartidista. Para eso han construido un complejo laberinto de leyes discriminatorias y onerosas.

Ello ha empujado a figuras con posiciones alternativas o avanzadas, como Jesse Jackson y Bernie Sanders, a lanzar sus desafíos desde el interior del Partido Demócrata y con la pretensión, que ya antes ha resultado inalcanzable, de cambiarlo desde dentro.

Aunque la directiva de este partido casi impuso a Hillary Clinton* como su candidata en las pasadas elecciones, Sanders logró inmenso apoyo en las bases demócratas, a la vez que desató el entusiasmo entre millones de jóvenes y sectores independientes a tal punto que se le considera como el político más popular del país.

Esas bases populares y las estructuras que operaron durante su campaña en 2016 se han mantenido activas e influyeron para que Sanders haya anunciado un nuevo intento para disputar y obtener la candidatura demócrata, que tampoco en esta ocasión le resultará fácil.

Nótese que, desde hace semanas, por distintas vías se ha intensificado la campaña para intentar desacreditar a Sanders por su edad, o al calificar sus posiciones como “extremas” y divisivas, o con otros infundios. O como el propio Trump trató de descalificarlo: alguien “que ya perdió su oportunidad".

Los sectores dominantes del partido vuelven a enarbolar como viable solo una supuesta política centrista y “responsable”, que enajena y pierde la posibilidad de atraer y motivar a los jóvenes y buena parte de sus bases, como ya ocurriera en las pasadas elecciones.

Las élites políticas y mediáticas han logrado en buena medida constreñir el discurso público electoral en marcos estrechos que invariablemente refuerzan el status quo, aun cuando el electorado actual se muestra decepcionado de la política y de los políticos convencionales.

Se hace evidente que, para parar a Sanders o restarle votos, promueven a varios de los políticos que han anunciado, o están en vías de anunciar, su aspiración presidencial.

Ello incluiría, entre otros, a Joe Biden, ex vicepresidente y senador por Delaware por más de 30 años; el exalcalde negro de Newark y senador por New Jersey, Cory Booker, y un joven y carismático político de Texas, el exrepresentante Beto O´Rourke, todos con aparentes vínculos con las esferas políticas que controlan Clinton, Obama y compañía, y por tanto con evidentes posiciones pro-empresariales, respaldos financieros, así como con capacidades para usar con efectividad un lenguaje demagógico.

Entre los que se presentan como opciones alternativas y de diferente color que intentan también obtener la postulación por ese partido están, entre otros, la senadora de centroizquierda Elizabeth Warren, de Massachusetts; y mucho más a su izquierda la joven congresista Tulsi Gabbard, de Hawái.

En esta fase de la campaña, los aspirantes articulan sus discursos y estrategias, tantean el ambiente y arman sus conexiones con los grupos de poder local, con las estructuras nacionales del partido y, según el caso, con los líderes de los movimientos sociales y/o con los donantes que les van a resultar claves.

Mientras que en las esferas tradicionales y las directivas partidistas se estima que para derrotar a Donald Trump debe primar la moderación, el compromiso y a una agenda dirigida a las “clases medias”, varios de los aspirantes más progresistas señalan que la clave está en lograr sintonía con las demandas de distintos sectores populares, tratan de estimular el entusiasmo de las bases y de obtener la confianza de la gran masa de posibles votantes que generalmente se quedan en casa (y que constituyen casi la mitad del electorado).

Por el lado republicano, a pesar de todos sus problemas y adversarios, el presidente Trump parece tener la mayor probabilidad de aspirar a su reelección el próximo año.

Es una etapa muy temprana y en el camino seguramente habrá no pocas sorpresas.
Nota:
[*] En la campaña presidencial de 2016, Hillary Clinton recibió donativos por parte de multimillonarios del país por una cifra superior a todos los demás candidatos juntos. 

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