Hoy se cumplen 96 años del triunfo de la Revolución Rusa.
En 1871 la clase obrera y el pueblo de París había “tomado el cielo
por asalto”, dando nacimiento a la Comuna, precoz ensayo de
construcción de una nueva sociedad y un nuevo estado. Por su osadía los
comuneros fueron reprimidos con una crueldad sin límite por los
representantes de las “democracias” y la “civilización occidental y
cristiana”.
Pero la semilla de la Comuna, regada con la sangre de miles de víctimas, habría de germinar en el otro confín de Europa.
En 1917, en un día como hoy, los obreros, soldados y campesinos rusos
retomaron el camino pero no ya en una ciudad sino en el país más
extenso del planeta, Rusia. Habiendo asimilado las enseñanzas de la
Comuna aquellos no se limitaron a tomar el cielo por asalto; hicieron
lo propio con el Palacio de Invierno de los zares y en una jornada
extraordinaria pusieron fin a siglos de cruel absolutismo monárquico,
despotismo aristocrático e imperio de la ignorancia y la superstición.
Con la Revolución Rusa se abrieron las puertas de una nueva etapa en la historia de la humanidad
por donde luego transitarían las revoluciones china, vietnamita y
cubana, modificando drásticamente la correlación mundial de fuerzas y
abriendo un espacio sin el cual ni los movimientos de liberación
nacional del Tercer Mundo, ni los procesos de descolonización en África y Asia, ni las arriba mencionadas revoluciones habrían sido posibles.
Sin el apoyo soviético difícilmente podría la revolución china haber
sobrevivido a las acechanzas y ataques del imperialismo en sus primeros
años; o el heroico pueblo vietnamita haber derrotado y humillado a los Estados Unidos en la Guerra de Vietnam; o haber Cuba resistido la agresión yankee
sin la colaboración que le brindara la Revolución Rusa. El balance
histórico sobre lo que ésta ha significado es una tarea aún pendiente.
Para los teóricos y publicistas de la derecha, y para algunos
izquierdistas ofuscados por su dogmatismo, la historia de esa gran
revolución se reduce a los horrores del estalinismo. Caprichosamente
dejan de lado algunas cosas más que también ocurrieron y que no fueron
para nada triviales: la contribución de la Unión Soviética
a la derrota del nazismo fue decisiva e insustituible, pagando con casi
veinte millones de muertos el precio de una hazaña que sólo violentando
los hechos históricos se podría subestimar.
El mundo no sería lo que es hoy si las fuerzas de Hitler hubieran triunfado en la Segunda Guerra Mundial.
Transformó además a la sociedad más atrasada de Europa en una potencia
industrial, tecnológica y militar, capaz de en el breve –históricamente
hablando- plazo de cuarenta años tomar la delantera en la conquista del
espacio al lanzar el primer satélite artificial y el primero tripulado
por un hombre, Yuri Gagarin. La Revolución Rusa acabó con el
analfabetismo, sentó las bases de una sociedad igualitaria como nunca
antes había existido en país alguno e incorporó a la mujer a la vida
social, otorgándole derechos que en los países capitalistas avanzados
sólo serían en parte conquistados medio siglo después.
Desgraciadamente esta experiencia terminó muy mal: implosionó y se
derrumbó sin que nadie saliera a la calle a defender una conquista
histórica como la Revolución Rusa. Esto, por múltiples razones de orden
interno –debilitamiento en el vínculo democrático entre masas, partido
y estado y su sofocante burocratización; rigidez y deficiente manejo
de la economía; incapacidad de responder ante los desafíos de la
tercera revolución industrial, entre otros- y también de orden externo,
entre los cuales sobresale la permanente hostilidad de las potencias
imperialistas desde los mismos albores de la república soviética, la Guerra Fría
y, en los años ochenta, los exorbitantes gastos militares que la Guerra
de las Galaxias de Ronald Reagan obligó a incurrir en la Unión
Soviética (y que también sembraron las semillas de la actual crisis
financiera del estado norteamericano).
Rindamos homenaje a esa empresa heroica, a la figura de Lenin, su
genial conductor, y a los bolcheviques que tuvieron la audacia de
acompañarlo y a los ex mencheviques, como Trotsky, que en Agosto de
1917 se unieron al partido de Lenin para consumar la más grande
revolución social de toda la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario