Entrevista a Andrés Piqueras, sociólogo y miembro del Observatorio Internacional de la crisis
A
juicio del sociólogo Andrés Piqueras, “vivimos una crisis
civilizatoria, estructural del sistema capitalista, que cada vez es
menos reformable desde dentro porque ha dejado de aportar nada a la
humanidad; dentro de ese marco no hay salida”, explica. Piqueras es
profesor de Sociología en la Universitat Jaume I de Castelló, miembro
del Observatorio Internacional de la Crisis y militante de Socialismo
21. Además de colaborar con artículos en Rebelión.org, es coautor de
“El Colapso de la civilización” (El Viejo Topo); coordinador de
“Desarrollo y Cooperación. Análisis crítico” (Tirant lo Blanch) y autor
de “Movimientos sociales y capitalismo. Historia de una mutua
influencia” (Ed. Germania). Partidarios de la austeridad y
del keynesianismo concentran el debate. ¿Te parece este un dilema
válido? ¿Apunta al fondo de la cuestión?
La crisis actual
va mucho más allá. La austeridad y los recortes tienden a reproducir
las crisis cíclicas del sistema capitalista. Y el problema del
keynesianismo es que fracasó y no puede volverse a él. Hay que tener en
cuenta que la crisis del capitalismo es estructural. Cuando un sistema
o modo de producción no puede generar el desarrollo de las fuerzas
productivas –al contrario, despliega cada vez más su potencial
destructivo-, y ataca el nivel de vida de la población en general, en
ese momento deja de aportar nada a la humanidad. Y entonces se hace
cada vez menos reformable desde dentro. Es lo que ocurre actualmente
con el sistema económico capitalista.
¿Dónde habría que buscar, entonces, las soluciones?
Las soluciones se hallan, sin duda, fuera del sistema. Hay que tenerlo
claro. No nos encontramos ante una crisis cíclica más, sino ante una
crisis, como te decía, estructural y civilizatoria, la de la
civilización que surge a finales del siglo XVIII y principios del XIX,
y en la que estamos inmersos hoy. Esta crisis –económica, social,
cultural y ecológica- puede que no sea la final del capitalismo, pero
es evidente que el sistema capitalista que resulte de esta crisis será
diferente del que conocemos hasta ahora. Y hay otra cuestión básica:
cuanto más dure la fase declinante del capitalismo –que ya hemos
comenzado-, más sufrimiento y más consecuencias negativas generará.
Hablamos de una crisis estructural del sistema. ¿Son inherentes las crisis al capitalismo?
Las crisis cíclicas del capitalismo están estudiadas desde sus
orígenes. Hay que recordar la existencia de los ciclos Jutglar (cada 10
años) o los Kondratieff (aproximadamente 25 años de alza y otros 25 de
caída). Lo importante es que estos ciclos son manifestaciones que
indican una enfermedad crónica del sistema. En el capitalismo se
producen periódicamente crisis de sobreacumulación, porque los procesos
de producción incorporan cada vez más capital (en forma de maquinaria y
tecnología), en detrimento del trabajo humano. En otras palabras, se
acumula demasiado capital. Y esto es, en sí, una fuente de
obstaculización de la plusvalía. Por eso el desarrollo tecnológico
implica grandes contradicciones para el sistema.
¿En qué sentido?
Porque el desarrollo de la tecnología supone que cada vez sea menos
necesario el trabajo asalariado. De ahí que en los países con mayor
desarrollo tecnológico, se expulse fuerza de trabajo de los procesos
productivos. Es decir, aumenta el paro en los países centrales del
sistema; pero al mismo tiempo, el capitalista necesita del trabajo
asalariado para obtener la plusvalía, y ahí está la contradicción. ¿Qué
hace entonces el capital? Aumenta la explotación de la fuerza de
trabajo y utiliza, para ello, la fuerza de trabajo migrante; el
ejército de reserva mundial, que ha aumentado al incorporarse nuevos
países –como la antigua URSS o China- a la órbita capitalista y los
procesos de deslocalización.
El despliegue de las nuevas tecnologías no suele citarse como causa de la crisis estructural.
Pero es un factor decisivo. En la primera década de 2000, disminuye en
un 7% el trabajo en el proceso productivo por la incorporación de la
tecnología; y ello a pesar de que el desarrollo tecnológico lleva
frenado deliberadamente desde los años 90 para no obstruir la obtención
de la plusvalía. También la tasa de innovación científica aplicada
después como tecnología se frena a partir de mediados de la década de
los 90.
¿En qué punto nos hallamos de la crisis estructural?
En esta cuestión hay un debate abierto. Algunos estudiosos apuntan que
no hemos salido de la quiebra del modelo de crecimiento keynesiano
(singularmente a partir de la quiebra económico-energética de 1973). En
ese momento se impulsó una trama de recetas neoliberales, que
representaban, más que una salida de la crisis, una huida hacia
adelante. ¿Cómo? Aumentando la explotación de la fuerza de trabajo;
reduciendo los gastos y servicios sociales; recortando la parte de
contribución al conjunto social que aporta el gran empresariado;
reduciendo el capital destinado a la inversión productiva para
dedicarlo a la especulación financiera; y con la apropiación privada de
servicios e infraestructuras públicas, así como de la riqueza natural.
Pero otros autores apuntan que se salió de la crisis a finales de los
90, al recuperarse parcialmente las tasas de ganancia gracias a los
procesos citados. Pero lo cierto es que nunca se recuperaron las tasas
de ganancia ni el crecimiento económico de las décadas de los 50-60 del
siglo XX.
¿Es esto así a escala global, sin matices?
En los países centrales del sistema, las tasas de crecimiento decaen
bruscamente desde la crisis de 2007. Pero en otros lugares del mundo se
registra un crecimiento económico y de las tasas de ganancia (por
ejemplo, en los países emergentes, aunque no sólo). El conjunto de
países emergentes representan entre el 20 y el 30% del total de la
economía mundial, mientras que los tradicionales países centrales del
sistema disponen entre un 50 y un 60% de esa riqueza. Con el escaso
peso comparativo de las economías emergentes, es difícil que puedan
“tirar del carro” y revertir el proceso de crisis.
Comentabas que nos hallamos ante una crisis de sobreacumulación. ¿Podría considerarse asimismo de subconsumo?
La crisis es fundamentalmente de sobreacumulación. Lo que ocurre es que
la gestión de la crisis y las salidas que está imponiendo el capital,
provoca una crisis de subconsumo. A ello se le superpone una crisis
ecológica, que de momento no se ha hecho sentir de manera alarmante
para las poblaciones, pero que no se podrá obviar en las próximas
décadas. En ese sentido, nos hallamos en la curva descendente de
recursos energéticos –como petróleo o gas natural, entre otros- en los
que se basa, hoy en día, el modo de producción capitalista.
Por otra parte, ¿qué singularidades observas en el caso español?
Desde la segunda mitad de los 80 y, sobre todo, en los 90, se basa en
un modelo de crecimiento parasitario; en la inflación y
sobredimensionamiento de la construcción a costa del crédito, y, a la
vez, la expansión de este último al conjunto de la economía, incluidas
las familias. Otro elemento estructural lo constituiría el deterioro de
las rentas del trabajo. Los salarios reales en 2012 son los mismos que
en 1982, es decir, el mismo poder adquisitivo que tras la salida de una
larga dictadura. En paralelo, la riqueza de la economía española se
multiplicó casi por tres en las tres últimas décadas. Precisamente esta
caída de los salarios reales se compensó con el crecimiento del
crédito. También es parasitario porque, al entrar en el euro, la
economía recibe capitales del resto del mundo, que inflan los circuitos
financieros especulativos españoles. Estos capitales llegan porque
resulta muy fácil especular en el sector inmobiliario y, además,
buscando un “refugio”, dado que el euro es una moneda fuerte.
Realizado el diagnóstico, ¿Qué salidas de la crisis debería, a tu juicio, plantear la izquierda?
Las salidas habría que buscarlas cada vez más fuera del sistema. De
entrada, romper con el euro y las ataduras que implica el macroestado
europeo, que no es sino una estrategia del capital para romper con las
conquistas históricas de las clase trabajadora en el marco del estado
individual. Además, opino que habría que llamar a un proceso
constituyente que modifique las reglas del juego. Otros puntos para la
estrategia de transformación: la deuda no debería pagarse; los miles de
millones ahorrados se destinarían a impulsar un programa de inversiones
estatales para “engrandecer” el sector público social; acometer una
profunda reforma fiscal para extraer los recursos que el capital no
está aportando; establecer una moneda interna de pago a escala estatal,
complementada con otras monedas sociales, para las naciones del Reino
de España que confluyan en el proyecto; una profunda reforma laboral
que democratice la gestión productiva; y la nacionalización de la gran
banca, los recursos energéticos y las industrias estratégicas, entre
otros.
Eres miembro del Observatorio Internacional de la Crisis; ¿Qué tendencias se apuntan en el horizonte?
La Gran Depresión
del siglo XXI nos marca una encrucijada histórica de la que dependerá
el futuro de la humanidad. Si el sistema capitalista pervive, ello irá
en detrimento de las posibilidades de la vida en la humanidad y también
de la naturaleza; éste es el primer camino de la encrucijada; la
alternativa es que la humanidad reaccione y se dé a sí misma un nuevo
sistema histórico.
Por último, has apuntado en alguno de tus artículos que nos encontramos ante “una guerra de clases declarada desde arriba ”.
Efectivamente, se trata de una guerra de clases
unilateralmente desatada por el capital, cuando el Trabajo más
amodorradamente integrado en el orden capitalista de consumo se
encontraba; forzados por la ofensiva del gran capital, entramos en una
más que probable nueva era de enfrentamientos de clase. La guerra de clases
se desata con la globalización capitalista y el neoliberalismo, con el
fin de intentar evitar la caída de ganancias de la época keynesiana.
Nos hallamos ahora en ese punto. Pero esta estrategia evidencia
síntomas de agotamiento. Hoy, la cabezonería en aplicar las recetas
neoliberales contra la crisis llevan a que nos hundamos cada vez más en
el pozo de la misma.
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