Mario Alejandro Valencia. Centro de Estudios del Trabajo, Cedetrabajo
Como si no hubiera sido suficientemente riguroso lo que ha tenido que padecer América Latina tras dos décadas de imposición de recetas provenientes de Washington, que tienen a su población sumida en la peor crisis social, económica y ambiental, ahora el presidente Juan Manuel Santos, obsecuente y dócil a los intereses estadounidenses, le implora a Obama que “dirija su mirada al hemisferio”.
Además, advierte el presidente colombiano: es “por su propio bien”, es decir, no para beneficio de América Latina. Estados Unidos debe, dice Santos, fijar sus “prioridades” en “el inmenso potencial económico, político, ambiental y humano que existe al sur de las fronteras”, en lugar, agregaría yo, de estar buscando en el Medio Oriente o en África del Norte.
El rol que el gobierno norteamericano ha definido para Juan Manuel Santos, en su nueva política hacia América Latina, es el de servir de cabecilla en sus pretensiones globales, simulando interés por el futuro regional. Pero la agenda exterior estadounidense no tiene desviaciones y la actual crisis económica, sin precedentes, obliga a la potencia a resolver sus necesidades con neoliberalismo por las buenas, o como lo afirma Aurelio Suárez, “globalización con un fusil en la sien”.
Por las buenas, profundizando el modelo de “libre comercio” y, en el caso colombiano, suplicando la aprobación de un TLC del que se ha demostrado hasta el cansancio que sólo beneficia a las corporaciones gringas. ¿Algún medio volvió a hablar de los impactos negativos que los mismos estudios oficiales concluyeron iba a tener el TLC sobre la producción, el agro y el trabajo? ¿Si no asesinaran a un solo sindicalista, ahora sí sería bueno el TLC para Colombia?
El gobierno de Santos también juega su papel en la creciente estrategia de militarización estadounidense. Con razón Estados Unidos considera que la vinculación de Colombia al Consejo de Seguridad de la ONU es un voto más para sus planes, como quedó probado con el beneplácito colombiano a la invasión a Libia, para que EE.UU. se hiciera al control de sus reservas petroleras.
No se puede olvidar que fue Santos, siendo ministro de Uribe, quien negoció y dejó listico el acuerdo militar que cedía el control de bases militares colombianas al ejército de Estados Unidos para sus aspiraciones hemisféricas. Acuerdo que, aunque la Corte Constitucional tumbó, se implementa en la práctica con millonarios contratos de adecuación de bases nacionales al servicio del ejército gringo.
La mirada de Estados Unidos es la del águila fijando a su presa. Es la mira teledirigida de los misiles disparados contra el pueblo iraquí, afgano y ahora libio, y mañana donde se necesite. Es lo que Santos, con su artero liderazgo, pide hacer con América Latina.
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