Carolina Escobar Sarti
Ecce signum es una voz latina que, traducida al idioma castellano, significa: he aquí la prueba. Hace dos días escribí un artículo que denominé“Los estados terroristas”, en alusión a la absolución legal del terrorista convicto Luis Posada Carriles, en un tribunal de Texas, en Estados Unidos. Dije entonces que ningún terrorista existe sin un Estado terrorista.
Haciendo un poco de memoria, fue aquel fatídico 11 de septiembre de 2001 el que cambió la historia y sirvió de parteaguas “oficial” entre la era anticomunista y la era antiterrorista, definidas desde la política exterior de Estados Unidos. Hay que poner siempre al enemigo en algún lugar cómodo y visible. A raíz de aquel atentado, el gobierno estadounidense levantó la bandera contra el terrorismo a nivel planetario, y luego de haberla izado empujó otra guerra inútil, la primera del siglo XXI: la de Irak. Lo que nunca se dijo y nunca se dice es que el calificativo de terrorista, definido entonces y vigente hoy, no responde a una estricta definición conceptual, sino que más bien se inscribe en la categoría de los amigos y los enemigos.
El señor Luis Posada Carriles no sólo es el gurú del terrorismo occidental, habiendo ejecutado innumerables actos terroristas que produjeron muertes y atemorizaron a grupos poblacionales, sino que fue ex agente de la CIA y entró de manera indocumentada a Estados Unidos. Aun así fue absuelto y liberado de todos los cargos. Esto confirma que hay estados terroristas incubando y protegiendo a sus legionarios. Pero Luis Posada Carriles no sólo se convierte en el símbolo de esta perversa dinámica, sino que ha ridiculizado al país que lo sigue malcriando. En su juicio, este señor de 83 años, con un dispositivo de rastreo de sistema de posicionamiento global (GPS) en el tobillo, sostuvo que siempre ha estado y estará del “lado de Dios, la democracia, la justicia y el deber”.(¡!)
Señaló Posada Carriles que estos últimos meses habían sido los “más duros” de su vida porque “no le juzgaban comunistas y tiranos enemigos de EE. UU. y América”, sino “representantes del país” que él ama y cuyos “ideales” defiende. “Al fin este calvario ha terminado y la justicia norteamericana confirmó su independencia al absolverme de todos los cargos”, dijo, muy feliz, a la prensa. Ecce signum.
Con razón su abogado calificó de “histórico” el veredicto unánime de absolución de los 11 cargos que pendían sobre Posada Carriles. Y para ponerle la guinda al pastel, el enjuiciado cerró aludiendo directamente a sus enemigos, diciendo: “Que sigan rabiando los verdugos”. Si algo le haría bien a la política exterior de Estados Unidos, es dejar los compadrazgos de lado y cortar a todos con la misma vara. En otras palabras, congruencia. Varios dictadores y terroristas de todo el mundo han sido amamantados, durante décadas, por Estados Unidos. Y luego, cuando las sociedades quieren salir de ellos, la respuesta depende mucho de su amistad o no con la gran potencia; si son aún amigos, les dan el consabido espaldarazo, si no, dejan que caigan solos y luego ayudan a “democratizar” el país donde esto sucede.
El caso de Bahréin es la prueba más reciente de lo que digo. El presidente Obama no ha tenido la mejor respuesta a lo que sucede en ese país, sobre todo en este contexto de Primavera Árabe. Su gobierno condenó en recio la represión en Siria, Yemen y Libia, pero hace mutis frente a los abusos de la monarquía sunita de Bahréin en contra de la mayoría chiíta y de varios actores que luchan por la democracia en aquel país.
El terrorismo, la gobernabilidad y la democracia no son asuntos para definirse y juzgarse en clubes de amigos, sino cuestiones de Estado con reglas claras. El caso de Posada Carriles es paradigmático, no sólo por sus características, sino por sus consecuencias. Si pasáramos este caso a través del tamiz de la historia, podríamos comenzar por hablar de decadencia. Y luego, ¿quién tendría el valor de decirle a una persona joven que sobre estos cimientos se levantan la democracia, la paz, la libertad y la justicia?
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