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sábado, 29 de febrero de 2020

Coronavirus: la militarización de las crisis



Hay que remontarse a los periodos del nazismo y del estalinismo, casi un siglo atrás, para encontrar ejemplos de control de población tan extenso e intenso como los que suceden en estos días en China con la excusa del coronavirus. Un gigantesco panóptico militar y sanitario, que confina a la población a vivir encerrada y bajo permanente vigilancia.
Las imágenes que nos llegan sobre la vida cotidiana en amplias zonas de China, no sólo en la ciudad de Wuhan y la provincia de Hubei, donde viven 60 millones, dan la impresión de un enorme campo de concentración a cielo abierto por la imposición de cuarentena a todos sus habitantes.
Ciudades desiertas donde sólo transita el personal de seguridad y de salud (https://bit.ly/2P2rlls). Se toma la temperatura a todas las personas a la entrada a los supermercados, centros comerciales y conjuntos residenciales. Si hay miembros de la familia en cuarentena, un sólo miembro tiene derecho a salir cada dos días para comprar víveres (https://bit.ly/2wCDnM7).
En algunas ciudades quienes no usen máscaras pueden terminar en la cárcel. Se alienta la utilización de guantes desechables y lápices para presionar los botones del ascensor. Las ciudades de China parecen lugares fantasmas, al punto que en Wuhan casi no encuentras personas en las calles (https://bbc.in/37KPKT3).
Es necesario insistir en que el miedo está circulando a mayor velocidad que el coronavirus y que en contra de lo que se hace creer, el principal asesino en la historia de la humanidad fue y es la desnutrición, como destaca una imprescindible entrevista en el portal Comune-info (https://bit.ly/2SNMnqq).
Lo habitual en la historia ha sido poner en cuarentena a personas infectadas, pero nunca se ha aislado de este modo a millones de personas sanas. El médico y académico del Instituto de Salud Global de la  University College London, Vageesh Jain, se pregunta: ¿Se justifica una respuesta tan drástica? ¿Qué pasa con los derechos de las personas sanas? (https://bit.ly/2wCDnM7).
Según la OMS, cada infectado de coronavirus puede contagiar a dos más, mientras el enfermo de sarampión contagia de 12 a 18 personas. Por eso Jain asegura que más de 99.9 por ciento de los habitantes de la provincia de Hubei no están contagiados y que la gran mayoría de la población atrapada en la región no se encuentra mal y es poco probable que se infecte.
El boletín 142 del Laboratorio Europeo de Anticipación Política (LEAP) reflexiona: China desencadenó un plan de acción de emergencia de magnitud sin precedentes después de sólo 40 muertes en una población de 1.2 mil millones de personas, sabiendo que la gripe mata a 3 mil personas en Francia cada año. En 2019 la gripe mató a 40 mil personas en Estados Unidos (https://bit.ly/3bYb9eX). El sarampión mata 100 mil personas cada año y la influenza (gripe) medio millón en el mundo.
El LEAP sostiene que estamos ante un nuevo modelo social de gestión de crisis, que cuenta con el visto bueno de Occidente. Italia siguió ese camino al aislar 10 pueblos con 50 mil habitantes, cuando había sólo 16 personas con coronavirus (https://bit.ly/32fmyCE).
China ejerce un sofisticado control de la población, desde la video-vigilancia con 400 millones de cámaras en las calles hasta el sistema de puntos de crédito social que regula el comportamiento de los ciudadanos. Ahora el control se multiplica, incluyendo la vigilancia territorial con brigadas de vecinos voluntarios en cada barrio.
Quisiera entrar en varias consideraciones, no desde el punto de vista sanitario sino del que deja el manejo de esta epidemia a los movimientos antisistémicos.
La primera, es que siendo China el futuro hegemón global, las prácticas del Estado hacia la población revelan el tipo de sociedad que las élites desean construir y proponen al mundo. Las formas de control que ejerce China son sumamente útiles a las clases dominantes de todo el planeta para mantener a raya a los debajo, en periodos como de hondas convulsiones económicas, sociales y políticas, de crisis terminal del capitalismo.
La segunda, es que las élites están usando la epidemia como laboratorio de ingeniería social, con la finalidad de estrechar el cerco sobre la población con una doble malla, a escala macro y micro, combinando un control minucioso a escala local con otro general y extenso como la censura en Internet y la video-vigilancia.
Considero que estamos ante un ensayo que se aplicará en situaciones críticas, como desastres naturales, tsunamis y terremotos; pero sobre todo ante las grandes convulsiones sociales capaces de provocar crisis políticas devastadoras para los de arriba. En suma, ellos se preparan frente a eventuales desafíos a su dominación.
La tercera, es que los pueblos aún no sabemos cómo vamos a enfrentar estos potentes mecanismos de control de grandes poblaciones, que se combinan con la militarización de las sociedades ante revueltas y levantamientos, como está sucediendo en Ecuador (https://bit.ly/2v56pmE).

viernes, 28 de febrero de 2020

El negro historial del Festival de Viña del Mar

ERqBYG2XkAE5K8bHugo Farias Moya

El lunes 24 de febrero fuimos junto a mi familia al festival de la canción de Viña del Mar. Se presentaban tres mujeres valientes y talentosas y por eso no ameritaba perderse este magno evento musical. Nuestra hija Camila nos compró las entradas con anticipación y viajamos con algunos días antes a la quinta región a disfrutar de unos días de vacaciones.
Debo aclarar que nunca en sus 61 años de historia había asistido a este festival. Siempre lo he considerado como la cuna de la derecha que astutamente lo ha logrado catapultar como un evento casi nacional. Como que los chilenos tenemos la obligación de enorgullecernos de este evento musical y así lo han instalado en el imaginario colectivo de la nación.
Pero en sus 61 años de vida de negro historial han dejado una huella enorme en el afán de lograr que este se identifique con lo más rancio de la derecha, no solamente de Chile, sino también de habla hispana. Siempre la Municipalidad de Viña del Mar ha sido el bastión de la derecha y así lo hacen ver para este evento de propaganda al servicio de la clase dominante de Chile.
En el nacimiento del Festival de Viña del Mar, que era conducido por Ricardo Garcia, que después fue el Director del sello discográfico Alerce, durante la dictadura, se le imprimió un carácter ciudadano y nacional. Pero esto no pasó de ser una buena idea, que como tantas otras, se desvirtuó en lo conocimos años más tarde. Después de este evento de carácter nacional pasó a convertirse en un evento internacional donde las arcas municipales vieron un buen motivo de llenarse los bolsillos.
Anécdotas hay por montones para rememorar estos hechos de carácter fascista. En 1972 TVN transmitió por primera vez a todo Chile el Festival. Ese año vino invitada la cantante de color sudafricana Mirian Makeba, que por entonces era famosa por interpretar el popular tema “pata pata”. Cuando terminaba su acto en pleno gobierno de la Unidad Popular pidió un aplauso para el Presidente Salvador Allende y para el pueblo chileno. Por supuesto que el facherío presente en la Quinta Vergara no le perdonó su osadía y comenzaron con una rechifla que no la pudo dejar cantar.
En el festival de la versión del año 1973 le tocó al turno de subir al escenario al conjunto folklórico Quilapayún, con la derecha pidiendo abiertamente el golpe de estado contra Allende. De hecho se inundó la quinta con panfletos que decían que había que cortarles la cabeza a los “upelientos”. Cuando comenzaron a cantar ya los momios de ese tiempo hicieron una batalla campal y no los dejaron actuar.
En el verano de 1974 en pleno gobierno militar, el comediante Bigote Arrocet le cantó a Pinochet, junto a su señora en el palco de honor, la canción libre del cantante Nino Bravo, que un año antes había muerto por un accidente automotriz. Esa vez el zalamero, por usar una palabra más elegante, realizó una patética performance ante todo el país. Este, después de contar algunos chistes homenajeó a la dictadura cantando de rodillas, con las manos al cielo, agradeciendo la “libertad” que nos devolvieron los milicos. Nunca en la historia del Festival hubo una noche más patética y fascista que esta.
Con los años siguientes los artistas chilenos y comprometidos con la oposición a la dictadura nunca fueron invitados. La Alcaldesa María Eugenia Garrido, nombrada a dedo por el dictador, censuraba a los artistas y a cualquier acto que oliera a comunismo. Ejemplo claro de esto fue la no invitación al conjunto nacional “Los Prisioneros” en plena auge de la voz de los 80, justicia que se reparó cuando llegó la seudo “democracia” que nos ha gobernado por largos 30 años.
Siempre el Festival de Viña del Mar ha sido, hasta el lunes 24 de febrero de 2020, un bastión absoluto de la derecha, de la reacción, del fascismo puro. Ha sido el bastión de propaganda absoluta y sin ninguna oposición del facherío, de la burguesía. Hasta el año pasado el locutor Martín Cárcamo se atrevió a pedir democracia para Venezuela. Claro que esta vez no pidió lo mismo para Chile. El doble estándar es abismante.
Todo esto se fue al carajo este último festival. Tanto ha sido el dolor para la derecha, que el Senador y niño símbolo de la corrupción, el del raspado de olla, el talibán fundamentalista de Iván Moreira ha hecho escándalo de proporciones porque la izquierda se ha tomado el Festival de Viña. No puede entender que después de toda la campaña en contra de Mon Laferte, de llamarla a funar, de realizar campaña para que no compren entradas para ver a las tres mujeres artistas, valientes y talentosas y con olor a comunistas de ese día. Claro, la palabra cultura y rebeldía no está en el léxico de la derecha. Aun así después de toda esa propaganda del terror igual la Quinta Vergara se llenó de juventud rebelde y valiente. Habían prohibido los cánticos, las pancartas. Habían prohíbo pensar y actuar. Pero aun así los jóvenes, con su natural rebeldía y osadía igual mostraron sus carteles y cantaron a rabiar. Lo demás todos lo vieron en la televisión, no pudieron silenciar a casi 20 mil almas demostrando su rabia.
Siempre habrá un antes y un después de este día hermoso, porque ya la Quinta Vergara no es su bastión exclusivo.
Podemos decir con orgullo: Y también nosotros estuvimos ahí ese día.

El brote en Irán, historia que se repite

Robert Fisk

Cuando surgieron los primeros reportes de coronavirus, tuve la sospecha de que Irán sería el blanco del enojo del mundo. La propagación del Covid-19 hacia Medio Oriente era tan inevitable como su historia, pues las rutas de los peregrinos musulmanes siempre han funcionado como un cauce para la pestilencia. Sin importar qué tan honesta o deshonesta es la respuesta de Irán al virus, el odio contemporáneo por el islam chiíta en las tierras sunitas musulmanas y el sesgo anti-iraní del mundo occidental iban a convertir a la pobre antigua Persia en paria de la peste.
Un virus que claramente se originó en China ahora, supuestamente, está convirtiendo a Irán en una amenaza para todos. El diario The New York Times anunció que emergía como una amenaza mundial la propagación del coronavirus a un conjunto de países vecinos (de Irán). El Jerusalem Post declaró que Irán ha alarmado a Medio Oriente con los temores por el coronavirus. El secretario de Estado, Mike Pompeo, afirmó que Washington está profundamente preocupado por informes que indican que el régimen iraní ha suprimido detalles vitales sobre el brote en su país.
Era inevitable, por supuesto. Tras haber negado, en un principio, que derribó un avión de pasajeros ucranio sobre Teherán el pasado 8 de enero, nadie iba a confiar en la palabra de Irán cuando anunció sus primeras muertes por coronavirus. La ciudad santa de Qom ya había sufrido 50 fatalidades, uno de sus ministros delató que el gobierno estaba negando el horror. Las 139 personas que dieron positivo en el país incluyen a un ministro de Salud que admitió que estaba enfermo después de haber dado una conferencia de prensa televisada en la que se le veía empapado en sudor. Con 19 muertos reportados esta semana, no ayudó que un clérigo iraní aseverara que los muros de las mezquitas de domos dorados de Qom protegerán a los peregrinos. Esto es una verdadera fantasía medieval. Los vecinos de Irán se unieron a las acusaciones. Los Emiratos, Bahrein y Arabia Saudita lo señalaron como la fuente de los brotes en sus territorios –tienen razón debido a que las víctimas, incluso las de Líbano, parecen haber estado en Teherán– pero es un acto de grotesca hipocresía, pues el mundo, colectivamente y durante años, ha aislado y sancionado a Irán, privándolo de los insumos más básicos, incluido equipo médico.
El virus coincide con las procesiones a Qom. Si hubiera surgido unos meses más tarde, entonces la fuente más peligrosa hubiesen sido –y todavía pueden ser– los peregrinos de la procesión del Haj hacia la Meca que tiene lugar a mediados del verano en Arabia Saudita.
El coronavirus no respeta al islam… ni al cristianismo. Recuentos históricos indican que los musulmanes de Medio Oriente creían que los cristianos podían ser inmunes a la peste negra cuando ésta llegó a la región. No fue así.
A sólo siete años de la muerte del profeta Mohamed, la pestilencia azotó toda la región. La epidemia de Amwas, llamada así por una aldea palestina cercana a Jerusalén (sus habitantes árabes contemporáneos fueron expulsados de la zona por fuerzas israelíes en 1948). La enfermedad mató entonces a 20 mil personas, entre ellas al compañero del profeta Abu Ubaidah ibn al Jarrah, y se propagó por toda Siria hasta lo que hoy es Arabia Saudita.
Durante una epidemia anterior, el segundo califa, Umar al Khattab, avanzaba de Medina a Siria, pero retrocedió cuando escuchó de Abu Ubaidah que la peste había alcanzado Siria. Incluso regresó a Arabia en un acto que provocó un debate que evoca el que actualmente provoca el coronavirus ¿Debemos quedarnos en el lugar al que llega la pestilencia? ¿O debemos irnos de nuestro hogar? Los antiguos musulmanes aparentemente se contentaron con una supuesta cita del mismo profeta –su corrección histórica está abierta a debate–. Mahoma dice que cuando la peste está en otra tierra, no se le acerquen; pero si ocurre en la región en que están, no salgan ni traten de escapar.
El académico Yaron Ayalon señala que tanto musulmanes como cristianos han enfrentado el dilema tanto físico como filosófico del contagio. Si una enfermedad se transmite de una persona a otra, debe haber manera de prevenirla, y de ser así, el argumento de que las epidemias eran un castigo divino por los pecados del hombre es más difícil de sustentar. Algunos escritores musulmanes sugieren que a pesar de que el contagio existe, Dios decide si una persona debe enfermarse.
Durante cientos de años, desde luego, Medio Oriente y el mundo islámico tuvieron una comprensión más sólida de la medicina que la que poseían los europeos. Un árabe cristiano de Irak, Hunayn ibn Ishaq, por ejemplo, tradujo tanto a Hipócrates como al médico y cirujano romano Galeno de Pérgamo.
Por su parte, el historiador musulmán del siglo XVI Mamlyk Egipto dijo que morir de la peste era equivalente a una muerte de mártir en la batalla –quizá debamos predecir un despertar de esta idea en Medio Oriente moderno– e incluso sugirió, aparentemente citando al profeta, que Medina y la Meca estaban rodeadas de ángeles para que ningún contagio entrara a estas ciudades.
Esta seguramente es una versión temprana de lo dicho por el clérigo de Qom, quien afirmó que las mezquitas de la ciudad protegerán a los peregrinos.
Los recuentos musulmanes de las grandes epidemias que fustigaron al mundo islámico son mucho más escasas que los documentos europeos que dan cuenta de hasta 800 mil muertes por la peste negra en Inglaterra sólo en el siglo XIV. Historiadores árabes creen que los contagios se originaron en Mongolia y hay pocas dudas de que llegaron a Persia a través de la Ruta de la Seda –a la velocidad que se movían los ejércitos y los camellos; no los aviones de pasajeros, claro está– y de ahí pasaron a Levante (Siria, lo que hoy es Líbano, Palestina, Israel contemporáneo) y después a Egipto.
El escritor sirio Ibn al Wardi, quien fue víctima de la epidemia en 1348, habló de la peste negra surgiendo de la tierra de la oscuridad. Hasta 30 por ciento de la población persa murió en el siglo XIV. El gran viajero árabe, Battuta documentó 2 mil muertes por día en Damasco. Cuatro años más tarde la Meca fue azotada por una plaga aparentemente llegada a través de la ruta de peregrinaje hacia Haj.
En 1347 la peste negra infestó El Cairo y mató a un tercio de su población a razón de mil fallecidos por día, de acuerdo con el historiador y periodista Max Rodenbeck, quien también anotó 55 brotes de la peste en la ciudad egipcia, lo que incluye 20 epidemias en poco más de 150 años.
Escribió: Fatalmente, gobernantes y gobernados siguieron pensando en la peste como resultado de la furia divina. El jeque Al Azhar estaba seguro de que era un castigo de Dios a los hombres, por fornicar, y a las mujeres por adornarse para caminar por las calles.
Ya en 1835, un viajero inglés en El Cairo documentó que su casero, su banquero, su médico, el hombre que rentaba burros, los parientes de su sirviente y un mago murieron por la peste que cobró las vidas de otras 70 mil almas.
Dudo que la cruel historia de los contagios en Medio Oriente sea tomada en cuenta por la Casa Blanca, o por los monarcas sunitas del Golfo. Dentro de los campos de refugiados de la región en Siria, Irak, Jordania y Líbano, sin embargo, esa historia acecha un poco más de cerca.
En comparación con las antiguas epidemias –dejando de lado el término pandemia– es una amenaza infinitesimal para la humanidad. Pero la forma en que se expande es de una velocidad que entenderían pasadas generaciones en Medio Oriente. La peste alcanzó Italia casi en el mismo momento en que golpeó Alejandría en Egipto. La Ruta de la Seda no sabía de sectarismos ni divisiones nacionales. Tampoco las rutas de peregrinaje del islam.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca

Sanders: ahí viene el coco


Cunde el pánico en el Estados Unidos de arriba. Bernie Sanders es el competidor a vencer por los otros contendientes, o por lo menos a restarle empuje, en las primarias de Carolina del Sur del sábado 29 y, sobre todo, en el supermartes (3 de marzo), cuando se disputarán mil 357 delegados al colegio electoral. El domingo 23 de febrero sonaron las alarmas en el establishment del Partido Demócrata, y en general de los adinerados, cuando Sanders se dibujó como favorito para obtener la nominación presidencial de esa agrupación.
Autodefinido como socialista democrático, adquirió un gran impulso en la contienda demócrata al imponerse por amplio margen en las primarias de Nevada con una cantidad significativa de voto latino, conquistar también el voto popular en las de Iowa y Nuevo Hampshire y acumular más delegados que los demás precandidatos. Pero no lo quieren ni el Comité Nacional del partido, ni sus figuras dominantes, como Obama, los Clinton o el también precandidato y ex vicepresidente Joe Biden, todavía favorito de esas instancias para la nominación. Claro, tampoco lo quieren Wall Street ni el país corporativo, donde, para empezar, las industrias de guerra y las grandes empresas farmacéuticas y de seguros se verían muy perjudicadas de llegar a la Casa Blanca el senador por Vermont.
Pero también todos los muy ricos, pues de una presidencia de Sanders debería esperarse una reforma fiscal que haga pagar más a los que más tienen, al revés de como ha sido en las últimas décadas. No se diga con Trump, cuando las grandes fortunas apenas contribuyen al fisco y ha continuado profundizándose la irritante desigualdad extrema, que ya iguala o supera la existente antes de la Gran Depresión de 1929. El llamado sueño americano nunca existió, pero ahora mucho menos puede hablarse de algo así en un país con millones de pobres y de personas sin hogar y en condición de calle y una población crecientemente aquejada de enfermedades crónico-degenerativas, con cada vez más millones sin acceso, o acceso muy limitado, a los servicios de salud. Es una verdadera paradoja que Cuba, con bloqueo reforzado casi hasta la asfixia, posea índices de salud superiores a los de su bloqueadora, la más grande potencia imperialista de la historia. Ahí están los datos de la Organización Mundial de la Salud y el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia.
Sanders aboga por políticas que el uno por ciento aprecia subversivas, socialistas, locas. Entre ellas, acabar con las intervenciones en el extranjero, implantar un sistema de salud gratuito y de cobertura universal, educación gratuita y liquidación total de la deuda de los universitarios, fomentar las energías renovables y el cuidado medioambiental y control de la venta de armas de fuego.
Según una última encuesta de Reuters, el senador por Vermont supera a todos sus contendientes en el favor de los votantes demócratas y conquista la mayor parte del voto afroestadunidense a escala nacional. La encuesta sólo no le otorga el voto afro en Carolina del Sur en particular, donde da como ganador de éste y, por consiguiente, del estado, al hasta ahora casi desaparecido ex vicepresidente Biden. Sin embargo, analistas aducen que la intensa campaña del multimillonario Tom Stayer en este estado le va a restar una cantidad de votos tradicionales de ese origen a Biden, que pueden dar la victoria a Sanders. En ese caso, se anotaría casi la cuarta victoria al hilo, pues en Iowa sólo le faltaron unas décimas para ganar en número de delegados, aunque se llevó el voto popular.
La cuestión con Sanders no es sólo el programa, muy humanista y de profunda vocación social. Puede que aún más preocupante para el uno por ciento sea la gran coalición transétnica y transgeneracional que ha venido construyendo el veterano político desde 2018, que puede trascenderlo por obvias razones de edad o hasta en caso de un magnicidio. Si la encuesta de Reuters refleja la realidad y son acertados los vaticinios de analistas sobre la preferencia del voto latino y juvenil por el senador, éste puede muy bien echarse a la bolsa una buena tajada de delegados el supermartes y, con la onda expansiva que eso cree, ganar California y Texas, con su enorme peso en el colegio electoral.
¿Podría Sanders ganar a Trump en 2020? Se antoja muy difícil que el establishment, capaz históricamente de cualquier cosa por suprimir a un adversario, acepte ese escenario cuando aires fascistas y continuistas circulan por los pasillos de la Casa Blanca. Pero en tiempos de grave crisis política nada debe ser descartado de antemano. No obstante, el hecho de que un movimiento como el que apoya a Sanders se haga con la nominación demócrata es ya una enorme proeza de gran significación política y puede implicar otros fenómenos novedosos para analizar en siguientes entregas.
Lo que está muy claro es que el capitalismo neoliberal no es aceptado ya por los electores en casi ningún país, incluido Estados Unidos y ello es, en parte, lo que explica las tentaciones fascistas en sectores de las clases dominantes.
Twitter: @aguerraguerra


martes, 25 de febrero de 2020

La dignidad de Venezuela

A pesar de las presiones, el Gobierno del presidente venezolano, Nicolás Maduro, ha logrado fortalecer sus relaciones exteriores y afianzar el flanco interno.
A pesar de la presión imperialista y sus aliados, principalmente algunos gobiernos europeos y latinoamericanos, agrupados estos últimos, en el denominado Grupo de Lima, el actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro Moro, ha logrado fortalecer sus relaciones en política exterior y afianzar el flanco interno en lo cívico como en los cuerpos armados.
Prueba de ello, ha sido la generación de importantes acuerdos en campos variados: hidrocarburos, militar, comercial, tecnológico, con potencias del calibre de China, Irán y potencias euroasiáticas asociadas, dispuestas a estrechar relaciones con Venezuela a pesar de las rabietas estadounidenses. Con una frustración y una impotencia que no puede disimular: Estados Unidos, Luís Almagro, actual y agónico repostulante al cargo de secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), el llamado grupo de Lima y todos aquellos políticos extranjeros y de venezolanos dotados de escuálida moral; braman desesperados por no lograr sus objetivos de derrocar al gobierno presidido por Nicolás Maduro.
Indudablemente y aunque les atormenta a los opositores internos y externos al gobierno venezolano, el gobierno de este país ha mostrado una fortaleza a toda prueba, soportando sanciones y agresiones que derrocarían a cualquier gobierno, que no sean aquellos donde el concepto de resistencia de su población, es parte central de sus políticas. Sólo desde el año 2017, Washington ha impuesto un total de 150 sanciones, en todos los campos imaginables, la última de las cuales ocurrió hace algunos días, cuando el gobierno estadounidense decretó medidas punitivas contra la aerolínea estatal Conviasa.
El sábado 15 de febrero el Ministro de Comunicación de Venezuela, Jorge Rodríguez denunció, que el bloqueo económico llevado a cabo por Washington  contra Venezuela, ha causado un grave daño a la nación bolivariana “Estamos demandando a la Administración de Trump por la contabilización del robo de nuestros activos y depósitos en banco extranjeros de empresas que se encuentran en nuestras fronteras, de nuestra Patria, cifra que asciende a 116 mil millones de dólares lo que se considera como una acción brutal de los gobiernos satélites y sus lacayos hacia Venezuela”. En este contexto, resulta toda una proeza, que el gobierno venezolano tome medidas concretas, destinada a regular la difícil situación económica y social en el país, llevando a cabo reformas destinadas a aliviar los problemas derivados, fundamentalmente, de la acción desestabilizadora de Estados unidos y sus aliados pero también de la conducta conspiradora llevada a cabo por la oposición venezolana, entregada absolutamente a los mandatos emanados desde la Casa Blanca.
Incluso con esa oposición, recalcitrante, belicosa, que en cualquier país del mundo sería juzgada – en función, por ejemplo de su petición de intervención militar por una potencia extranjera -  por traición, a pesar de ello el gobierno de Maduro está dispuesto a sentarse a negociar una salida que beneficie al conjunto del país, pero sin ceder en aquellos puntos que son intransables, como es el no permitir la injerencia de Washington y de las potencias petroleros europeas sin petróleo en las decisiones que se tomen y terminar todo tipo de sanciones, embargos y bloqueos contra el país sudamericano. Como prueba de buena disposición en este camino de diálogo, el Palacio de Miraflores (sede del Ejecutivo) ha invitado a observadores de distintos países y organizaciones, visualizando de esa forma que Caracas tiene las puertas abiertas, para llevar a cabo un cronograma de trabajo con los diversos sectores del país.
Como aval y apoyo de la mencionada decisión dialogante, el gobierno venezolano cuenta con amplio apoyo ciudadano, a pesar de las informaciones manejadas por los medios de información tutelados desde Washington, como también el respaldo del Ejército, con demostraciones de poder militar ciudadano como fue el ejercicio de defensa realizado el sábado 15 y domingo 16 de febrero, que congregó a 2.3 millones de ciudadanos. Con despliegue de blindados, tropas de infantería, buques de guerra, helicópteros, entre otros elementos, se realizó el llamado “Escudo Bolivariano 2020” destinados, según palabras del presidente Maduro “a garantizar la defensa de todas las ciudades, entrenarnos, capacitarnos y poner en práctica nuestras capacidades militares en todo su sistema operacional.
El Autoproclamado desestabilizador
Con el apoyo a toda prueba – incluso con hechos de corrupción que los propios medios de información estadounidense han denunciado – la administración Trump sigue apuntalando al autoproclamado presidente (ilegítimo por cierto) Juan Guaidó quien a estas alturas, en la historia de desestabilización contra su propio pueblo, ha mostrado que no tiene escrúpulos, sonrojo ni honor patrio, cuando se trata de cumplir las órdenes dadas por Estados Unidos. Guaidó, que suele recorrer países, gobiernos y empresas, para dar olor a legitimidad a un gobierno ficticio. Un gobierno falsario, que no dirige nada ni a nadie pero que se ha dedicado, a esquilmar las arcas venezolanas y a usurpar sus riquezas. Esto lo hacen sin tapujos, sin un dejo de vergüenza. Como dirigente de la oposición más radical y con una política de franca beligerancia, violatorio de las leyes venezolanas, Guaidó ha hecho de su autoproclamación un negocio particular, donde su familia y entorno se han enriquecido gracias a las medidas de sanciones y decisiones violatorias del derecho internacional, que han significado, por ejemplo, entregar miles de millones de dólares del Estado venezolano a las manos del grupo político comandado por Guaidó.
Fondos depositados en el extranjero de la petrolera estatal PDVSA, los activos de la empresa Citgo en Estados Unidos, depósitos estatales en bancos de España, Italia, Portugal y Gran Bretaña, que en forma ilegal están hoy en manos de políticos opositores, es decir fondos del estado venezolano que han pasado a cuentas personales del círculo de dirigentes de la oposición más extremista. A Citgo se ha unido la entrega de la empresa dedicada a la producción y comercialización de fertilizantes, Monómeros, filial de la empresa petroquímica Pequiven1.
Se trata de una verdadera fiesta del saqueo de las riquezas venezolanas a manos de los que dicen defenderla y han demostrado que su meta es simplemente arrasar con lo que pertenece al pueblo venezolano. Un Guaidó que bien sabe, que la aparente popularidad obtenida tras su autoproclamación en enero del año 2019 se ha malgastado en el trasiego de sus viajes al extranjero, donde su verborrea inconducente evita pronunciarse sobre los hechos de corrupción que lo involucran. Un Juan Guaidó devenido en un títere sin dignidad alguna, sometido al escarnio de la población venezolana cuando vuelve de aquellos periplos, destinados a pedir las penas del infierno para su propio país.
Un Guaidó dedicado a cabildear para los intereses de Estados Unidos y su afán de quedarse con las riquezas hidrocarburiferas venezolanas. Un político dedicado a labores de zapa, que no duda en hundir a Venezuela, a generar problemas de abastecimiento, en servir a los deseos de aquellos que por décadas han tenido su patria en el norte del continente americano. Un Juan Guaidó que según palabras del dirigente chavista Diosdado Cabello “está dando patadas de ahogado sin apoyo popular” afirmación dada tras la llegada del autoproclamado e ilegal Guaidó a Caracas.
Las tareas encomendadas a Guaidó y a la oposición golpista, por parte de Washington tiene por objetivo, igualmente, atacar a medios de comunicación defensores del proceso bolivariano, como es el caso de Telesur, que ha recibido en las últimas semanas, amenazas de intervención e incluso convertirla en una televisora al servicio de Guaidó y sus intereses. El pasado mes de enero el autoproclamado, como fiel mandadero señaló que Telesur se reestructuraría. Para darle curso a esta idea surgida en las oficinas de Mike Pompeo, nombró un nuevo directorio – sin tener facultad alguna para ello en una maniobra claramente   pirotécnica – decisión que fue descalificada el día 30 de enero del 2020 por la sala constitucional del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) de Venezuela que determinó “la nulidad absoluta por inconstitucionalidad y carencia de efectos jurídicos, del decreto de la “Comisión para la Reorganización de C.A. Telesur Venezuela y sus empresas filiales” creado por el ficticio gobierno de Guaidó.
A pesar de que su nombre se menciona insistentemente en los medios y quien en sus millonarias travesías pretende hablar por el pueblo venezolano, Juan Guaidó es, simplemente, un monigote, un muñeco parlanchín en manos del titiritero mayor que es Washington. Guaidó es el personaje irrelevante, no es el poder desestabilizador detrás de las acciones de la oposición venezolana. Y teniendo claro esto, el legítimo gobierno venezolano, presidido por Nicolas Maduro Moro ha decidió tomar medidas dirigidas a acusar al verdadero responsable de los crímenes cometidos contra el pueblo venezolano: Estados Unidos y su gobierno.
Así, el día 13 de febrero del 2020 el canciller venezolano, Jorge Arreaza, acudió a la Corte Penal Internacional en La Haya, para presentar una denuncia por crímenes cometidos por el Gobierno estadounidense contra Venezuela mediante “las medidas coercitivas unilaterales e ilegales impuestas (…) desde el año 2014. En declaraciones a la prensa desde La Haya, en Países Bajos, Arreaza dijo que Caracas tiene la convicción, que tales medidas constituyen crímenes contra la humanidad “generalizados y sistemáticos, los que han conducido a la muerte, enfermedad y hambre de los venezolanos” concluyó el ministro Arreaza.
La lógica indica, que Juan Guaidó debería responder también de los crímenes cometidos contra Venezuela, terminar en la cárcel por todos los males ocasionados con su conducta claramente criminal. Un credo político que trata de eliminar el gobierno legítimo venezolano sin tener siquiera una propuesta lógica y racional en lo político, económico, lo social que dé respuesta a las necesidades del país y embarcado más en quebrantar a Venezuela, generando un deterioro significativo de la situación económica y humanitaria en su propio país.  Su programa no es un programa venezolano, es un proyecto surgido de los sectores más reaccionarios de la derecha estadounidense, que usa como títeres a este grupo de personas escuálidas de moral y dignidad.
A título conclusivo; la primera y más elevada obligación de un gobernante democrático, es precisamente defender la democracia. Y, en tal propósito Maduro da demostraciones fehacientes de saber como hacerlo. La derecha mundial se desespera, a tal punto que ya asoma la idea de un criminal ataque bélico bajo el amparo del TIAR con los gobernantes del Grupo de Lima, sirviendo obsecuentemente de mampara al poder imperial estadounidense, a las potencias petroleras europeas sin petróleo y a Colombia, creciente enclave sionista en Latinoamericana. En este panorama se destaca la dignidad y fuerza con que Venezuela defiende su soberanía.

domingo, 23 de febrero de 2020

Capitalismo: peligro para la humanidad


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Detroit, Estados Unidos, símbolo de la decadencia del capitalismo
Foto: https://www.iagua.es/

El capitalismo no ofrece salida y el clima neonazi que puede vivirse hoy día, expresión de un sistema afiebrado, es más pernicioso aún, porque convierte el racismo en su motor primordial.

Capitalismo: ganancia para pocos

El sistema capitalista ha impulsado prodigiosos avances en la historia de la humanidad. El portentoso desarrollo científico-técnico que se viene registrando desde hace dos o tres siglos a la fecha -y que ha cambiado la fisonomía del mundo-, va de la mano de la industria moderna surgida a la luz de este sistema. Problemas ancestrales de los seres humanos comenzaron a resolverse con esos nuevos aires que, del Renacimiento europeo en adelante, se expandieron por todo el planeta.

Pero ese monumental crecimiento tiene un alto precio: el modo de producción capitalista sigue siendo tan pernicioso para las grandes mayorías como lo fue el esclavismo en la antigüedad. Para que, exagerando la cifra, un 15% de la población mundial goce hoy de las mieles del “progreso” y la “prosperidad” (oligarquías de todos los países y masa trabajadora del Norte), la inmensa mayoría planetaria padece penurias. Con el agravante -que la historia humana anterior no registró- de la catástrofe medioambiental consecuencia del insaciable afán de lucro, y la posibilidad cierta de una posible extinción de la especie humana si se activaran todas las armas de destrucción masiva (energía nuclear) de que actualmente se dispone.

No debe olvidarse nunca que, para constituirse como sistema con mayoría de edad, el capitalismo debió masacrar a millones de nativos americanos y africanos, generando así la acumulación originaria que dio paso a la industria moderna en Europa. En síntesis: el capitalismo es sinónimo, no tanto de desarrollo y prosperidad, sino más bien de destrucción y muerte para las grandes mayorías, beneficiando en realidad a poca gente en el planeta.

Y es que ese desarrollo material fabuloso no logra el reparto equitativo -con auténtica solidaridad- de los productos derivados de una colosal producción: se llega a la Luna o se desarrolla una inteligencia artificial que nos deja pasmados, pero no se acaba con el hambre. Se busca agua en el planeta Marte, pero no se puede terminar con la sed en la Tierra. Todo esto no se trata de un error coyuntural: el problema es estructural, de base. El sistema capitalista no puede ofrecer soluciones reales a los problemas de toda la humanidad. No puede, aunque quiera, pues en su esencia misma están fijados los límites. Como se produce en función de la ganancia, del descarnado lucro (que es para muy pocos), el bien común queda relegado.

Por más que el llamado capitalismo de rostro humano intente medidas caritativas para los más necesitados, válvulas de escape para permitir algunas mejoras paliativas (capitalismo keynesiano, Estado benefactor, socialdemocracia), el sistema en su conjunto se erige contra la colectividad humana -a la que convierte en esclava asalariada, explotándola- y contra la naturaleza, devenida una mercadería más para consumir, obviando la condición del planeta como casa común.

Como sistema, el capitalismo -al no planificar la producción- tiene momentos de expansión y repliegue. Se supone que “la mano invisible del mercado” la regula; pero esa “mano” nunca resuelve a favor de las grandes mayorías, sino en función de los capitales. Por tanto, periódicamente, se asiste a crisis sistémicas generales, que terminan padeciendo los más desposeídos: las mayorías populares. Como suele decirse: se privatizan las ganancias y se socializan las pérdidas.

Unos pocos ganan, muchos pierden

Desde el año 2008 transcurre una de las mayores crisis sistémica, comparable a la de 1930. Una especulación financiera sin par trajo consigo el quiebre de economías, con una recesión fenomenal que empobreció, aún más, a los más pobres e hizo desaparecer una exorbitante cifra de sectores medios y, con ello, numerosos puestos de trabajo.

El sistema no acaba de salir de su marasmo, aunque los grandes capitales en aprietos (bancos de primer nivel, grandes empresas industriales como la General Motors) reciben asistencia de sus Estados, mientras las grandes mayorías empobrecidas tienen que resignarse y ajustarse aún más el cinturón. En otros términos: las ganancias son siempre para el capital, las pérdidas se socializan y las paga la clase trabajadora, el pobrerío en su conjunto. El capitalismo no es solidario, y aunque se diga cristiano (por tanto, con una moral que debería hacer pensar en el sufrimiento de los más humildes), en realidad no tiene sentimiento de culpa. Lo único que cuenta es el dinero, la ganancia, el lucro.

En las potencias capitalistas (Estados Unidos, Europa Occidental, Japón), la crisis se siente de una manera distinta que en los países históricamente empobrecidos. El fantasma en juego en el Norte no es el hambre, pero sí la precarización de la vida, la falta de trabajo, el estancamiento económico. Los planes de capitalismo salvaje (eufemísticamente llamado neoliberalismo) en estas últimas décadas, además de incrementar las riquezas de los más ricos, empobrecieron de una forma alarmante al conjunto de los trabajadores en todas partes del mundo, contribuyendo así a su amansamiento, a quitarles el ánimo de lucha, a mantener calladamente los precarios puestos de trabajo.

Por un conglomerado de causas (planes neoliberales para las masas trabajadoras, una robotización creciente que prescinde de la mano de obra humana, traslado de plantas industriales desde la metrópoli hacia la periferia en beneficio de una mayor explotación), los trabajadores del (mal) llamado Primer Mundo vienen sufriendo un descenso en su nivel de vida. En Estados Unidos, la primera potencia capitalista mundial, es notorio.

Si bien ese país no dejó de ser un gigante, la calidad de vida de sus ciudadanos está lejos de una franca mejoría en expansión, como ocurrió varias décadas antes, terminada la Segunda Guerra Mundial. De “locomotora de la humanidad”, como se la consideró durante largos años (producía en aquel entonces la mitad del producto bruto de todos los países), la economía estadounidense dista de una sana expansión (hoy día aporta el 18% del producto mundial). El hiperconsumismo sin freno trajo aparejado un hiper endeudamiento (a nivel personal-familiar y nacional) técnicamente impagable. La deuda estadounidense se mantiene solo por sus armas.

Descenso del imperialismo estadounidense

El poder de Estados Unidos viene sustentándose, cada vez más, en su condición de “grandote del barrio”. La discrecionalidad con que fijó su moneda, el dólar, como patrón económico dominante a escala planetaria, y unas faraónicas fuerzas armadas que representan, en sí mismas, la mitad de todos los gastos militares globales, constituyen el soporte en que se apoya. Pero ese poderío, en sí mismo, no es sostenible en forma genuina. La principal potencia capitalista del mundo tiene hoy pies de barro.

La interdependencia de todos los capitales que fue sustentando el sistema a nivel global permite a la clase dominante estadounidense seguir manteniendo su supremacía; su Estado funciona como gendarme del orden mundial. Pero su dependencia de capitales de otras zonas (China, Japón) es vital.

Por otro lado, su monumentalidad se basa, en gran medida, en los recursos naturales que roba de distintas latitudes (petróleo, minerales estratégicos, agua dulce, biodiversidad). Sin ese militarismo desbocado -causa de muerte por millones, destrucción y avasallamiento de los grupos más vulnerables-, su supremacía económica no sería tal. En un informe del Global Policy Forum, James Paul, uno de sus autores, lo expresa sin ambages: “Así como los gobiernos de los Estados Unidos. (…) necesitan las empresas petroleras para garantizar el combustible necesario para su capacidad de guerra global, las compañías petroleras necesitan de sus gobiernos y su poder militar para asegurar el control de yacimientos de petróleo en todo el mundo y las rutas de transporte”.

La economía próspera de las décadas del 50 y del 60 del siglo pasado, cuando el país del norte se alzó como principal ganador de la Segunda Guerra Mundial, se terminó. Estados Unidos -que de ningún modo ahora es un país pobre- está en decadencia. Los homeless (gente sin hogar) son cada vez más mayoritarios. Los trabajadores que han perdido sus puestos, y con ello los beneficios sociales, se cuentan por millones. Industrias florecientes algunas décadas atrás, ahora languidecen, pues para el capital es más rentable invertir en la periferia, con salarios de hambre, que en el propio territorio estadounidense.

Un ejemplo icónico es la ciudad de Detroit. La que algunas décadas atrás fuera el centro mundial de la producción de automóviles -que nucleaba a todas las grandes empresas de capital netamente norteamericano con casi tres millones de habitantes- es ahora una ciudad fantasma, con apenas trescientos mil pobladores, fábricas cerradas, entre pandillas y calles sin luz. Lisa y llanamente, el capital no tiene patria ni nacionalismos sentimentales. Si a los accionistas de la General Motors, la Ford Motor Company o la Chrysler les es más lucrativo montar sus plantas industriales en cualquier enclave del Tercer Mundo y dejar en la calle a sus propios trabajadores, no tienen ningún reparo en hacerlo. Y lo han hecho.

La estrella esplendorosa que pintaba el show rutilante de Hollywood enseñando el “sueño americano”, está opacándose. Lo que no pudo conseguir la Unión Soviética en sus siete décadas de desarrollo -el oponerse a Estados Unidos como gran rival no solo político-militar sino, básicamente, económico- lo está logrando ahora la República Popular China. Con un complejo sistema de “socialismo de mercado”, el país asiático en pocas décadas logró un crecimiento económico impresionante, siendo en este momento el principal factor de peligro para la hegemonía estadounidense. Su asombro avance científico-técnico cuestiona seriamente la supremacía norteamericana.

Esa es la situación que hoy viene aconteciendo en Estados Unidos, y también en otros países de Europa Occidental: los trabajadores se van empobreciendo, por ello votaron a favor de la salida de la Unión Europea de los británicos (así como hay quienes también quieren hacerlo en Francia, Holanda, Italia), o a favor de un ultraderechista como Donald Trump en Estados Unidos, quien muy probablemente ahora pueda volver a ganar para un segundo mandato. El motivo para esa creciente derechización es el deterioro de la economía que, por supuesto, afecta a la clase desposeída y no a las oligarquías.

Trabajadores empobrecidos por “culpa” de otros trabajadores

Ante el empobrecimiento generalizado de los países capitalistas centrales entra en juego un agravante extremadamente pernicioso: la ideología dominante, de derecha y conservadora. De acuerdo con ello, se omite la verdadera causa de esa creciente pauperización recurriendo a un “chivo expiatorio”: los extranjeros, aquellos, que “van al Primer Mundo a robar puestos de trabajo y aprovecharse de la seguridad social”. En otros términos: alguien distinto, proveniente de fuera, es esgrimido como causante de los males.

En la Alemania de la posguerra de 1918, ante la derrota y humillación a manos de las otras potencias europeas que le ganaron en la carrera por el reparto de las colonias africanas, fue emergiendo un espíritu revanchista. Adolf Hitler, independientemente de su posible psicopatología, encarnó ese ideal, pues ponderaba lo que buena parte de la población alemana quería escuchar; ante el ultrajado nacionalismo pangermánico, asumió el ideal teutón de “raza superior” como estandarte privilegiado y adjudicó a los judíos la condición de chivo expiatorio.

No puede afirmarse que la corriente nazi en Alemania, o fascista en Italia -con Benito Mussolini a la cabeza-, sean atribuibles solo a la personalidad desequilibrada de líderes carismáticos; este puede ser un elemento importante, pero ambos representaban el ideal de buena parte de la población. Los alemanes querían recuperar el tiempo perdido, la moral pisoteada en la derrota de la Primera Guerra Mundial: entonces emergió el concepto de eugenesia, de un elemento concreto al que atacar, supuesto fundamento de todos los males y desgracias. Los campos de concentración atestados de judíos fueron el resultado de ello.

En los Estados Unidos actuales (y en buena parte de Europa Occidental que no termina de salir de la crisis financiera iniciada en el 2008) está ocurriendo algo similar: una clase trabajadora golpeada, en camino de empobrecimiento paulatino, necesita encontrar una razón de sus males. El sistema, a través de los fabulosos medios de manipulación de que dispone (medios masivos de comunicación, aparatos ideológicos del Estado, iglesias varias, redes sociales) impide vislumbrar las causas reales de la situación.

De ese modo, los inmigrantes indocumentados de Latinoamérica y el Caribe -en Estados Unidos- o los africanos llegados en las infernales pateras a través del Mediterráneo, así como musulmanes y gente del Medio Oriente en Europa, se van transformando en un elemento satanizado, supuesta fuente de todas las desventuras.

Hoy día no hay campos de concentración, ni en Europa ni en Estados Unidos; pero de alguna manera esa exclusión de corte nazi ya comenzó. Donald Trump, así como Hitler en su momento, encarna esa “misión redentora, purificadora”: su lenguaje xenofóbico, racista, ultranacionalista, quasi paranoico en algún sentido, rescata lo que una clase trabajadora golpeada quiere escuchar. “¡Fuera inmigrantes!” es la consigna.

¿Norte versus Sur?

El mundo de la opulencia del Norte va tornándose cada vez más hostil y refractario a los inmigrantes del Sur. No solo no quiere “hispanos”, “negros” o “musulmanes”; mucho peor aún: procede a deshacerse de ellos. El presidente Trump empezó a poner en práctica esos “valores”, institucionalizándolos. De hecho, con ese mensaje ganó la presidencia, y sus primeras medidas como mandatario de la Casa Blanca lo dejaron en evidencia. La promesa del muro fronterizo con México, más allá de una bravuconada pirotécnica de campaña, quiere ser concretado. La negativa de permitir ingresar “indeseables” musulmanes a suelo estadounidense se inscribe en esa línea.

En una línea similar también comienzan a prodigarse, cada vez con mayor frecuencia y virulencia, actos de corte nazi en Europa. Como expresión sintetizada de ello, como ejemplo patético y descarnado de esa dinámica, lo ocurrido en los canales de Venecia en 2017, donde un joven negro de origen africano se ahogó ante la mirada impávida de europeos que, incluso en algún caso, proferían insultos racistas.

Todo esto bien pudiera ser el preámbulo de nuevos Auschwitz o Buchenwald. Los chivos expiatorios -la psicología social nos lo enseña con claridad meridiana- sirven como elemento unificador para el grupo excluyente, que reafirma así su identidad supremacista excluyendo a los “inferiores” no deseables, satanizados como plaga bíblica.

El Brexit en Gran Bretaña, o Donald Trump en Estados Unidos, expresan ese encono visceral, encarnando al “malo de la película” (el inmigrante irregular) como el origen de todas las penurias, escamoteando así las verdaderas causas del problema: el sistema capitalista.

Más allá de que Trump pueda ser un megalomaníaco, un bravucón que se lleva el mundo por delante, representa lo que muchos ciudadanos estadounidenses comunes piensan, sienten, anhelan: volver a los tiempos dorados de su economía de 50 o 60 años atrás, presuntamente arruinada por los inmigrantes ilegales. Se olvida así que Estados Unidos es, ante todo, un país construido por inmigrantes, omitiendo la verdadera causa del problema: el empobrecimiento de los trabajadores tiene como auténtica y única razón un sistema que no ofrece salidas.

El nazismo se inició en los años 30 en Alemania, cuando un cabo del ejército, probablemente desequilibrado, devino representante de una mayoría empobrecida que ansiaba renacer como “raza superior”. Donald Trump sigue ese camino: representa el ideal supremacista de los WASP (white, anglosaxon and protestant -blanco, anglosajón y protestante-). El Ku Klux Klan supremacista (equivalente a los campos de concentración nazi y las cámaras de gas para judíos) se siente ahora dueño de la situación.

La llegada de Trump es un evidente síntoma de lo que está ocurriendo en Estados Unidos. Su “America first” es un llamado a recuperar una supremacía hoy en decadencia, esgrimido para cimentar su discurso sobre los inmigrantes irregulares. Tanto lo que él representa, como lo que significa el rosario de gobiernos de ultraderecha y neonazis que está expandiéndose por Europa (Italia, Hungría, Polonia, Croacia, República Checa, Holanda, Suecia, Finlandia), nos debe mantener extremadamente alertas a lo que siga, y prepararnos para enfrentar la locura en ciernes.

Capitalismo: peligro para la humanidad

El capitalismo no ofrece salida y el clima neonazi que puede vivirse hoy día, expresión de un sistema afiebrado, es más pernicioso aún, porque convierte el racismo en su motor primordial. El discurso conservador, reaccionario, cargado en muchos casos de fundamentalismo religioso, se ha adueñado de la ideología dominante. Las poblaciones, eternamente manipuladas por una maquinaria propagandística despiadada, terminan votando por sus propios verdugos, sin siquiera tener conciencia de qué están eligiendo. Ello sucede tanto en el Norte como, increíblemente, en el Sur (Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Piñera en Chile, Duque en Colombia, Giammattei en Guatemala, Bukele en El Salvador). La entronización del libre mercado, de la falacia de “quien quiere puede con esfuerzo personal”, del más ramplón y simplista individualismo y la necesidad de la “mano dura” para castigar la delincuencia rampante que caracteriza buena parte de países latinoamericanos, calan en la gente. De ahí que un sinnúmero creciente de mandatarios a nivel global tenga posiciones neofascistas, apoyados alegremente por el voto popular.

Junto a todo lo anterior, por cierto absolutamente preocupante, algo que también inquieta enormemente por su carácter mortífero es la catástrofe medioambiental que se vive, producto de la voracidad sin límites del lucro empresarial. No es cierto que la humanidad, cada uno de nosotros, seamos los causantes de ese desastre. Querer culpabilizar a cada habitante por su consumo es una artera maniobra distractora. Consumimos (loca, vorazmente en muchos casos) porque el modelo económico vigente nos conduce a ello. No se trata de “responsabilidad personal” para evitar ese consumo feroz; es el sistema capitalista el que se basa en la producción interminable, creando y recreando necesidades artificiales. La población, manipulada hasta la saciedad por la publicidad, solo sigue los dictados de las empresas que le manda a consumir.

También es altamente preocupante que el capitalismo tenga como válvula de escape, cuando no encuentra salidas, la promoción de las guerras (hoy día más de 20 frentes de guerra se registran en todo el planeta, causando muerte, destrucción, dolor… ¡y ganancias para algunos!). Todas las guerras son creadas por intereses sectoriales. Dicho de otro modo: decididas por los factores de poder que manejan el mundo. Jamás las poblaciones deciden nada al respecto; simplemente las padecen.

Sucede que hoy, dado el empantanamiento del sistema capitalista en su conjunto, y en especial de su principal potencia: Estados Unidos, las posibilidades de esas “salidas” son escalofriantes. Guerras cada vez más devastadoras, con armamentos que parecieran de ciencia ficción (energía nuclear), con la capacidad real de terminar con toda la especie humana. No hay que olvidar que quien juega con fuego se puede quemar. El problema es que en esos macabros juegos está comprometida toda la Humanidad, y ningún ciudadano de a pie participa en las decisiones.

En síntesis: el capitalismo solo promete penurias, destrucción y muerte para las grandes mayorías. ¿No es hora de reemplazarlo?

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Sobrevivir sin dólares, reto para los venezolanos

Sin acceso a la divisa, buscan opciones

Caracas. Cada vez se habla más de cómo circulan dólares en determinadas zonas de Caracas. Pero, ¿qué sucede con aquellos que no acceden a la moneda estadunidense o sólo lo hacen de forma esporádica? ¿Cómo enfrentan el día a día?
El proceso se aceleró durante 2019. Si antes era centralmente de clases medias altas –una entrada a una discoteca en las zonas adineradas caraqueñas se pagaba en dólares–, en meses recientes se elevó la presencia y necesidad de la moneda norteamericana.
El cambio central no fue tener al dólar como moneda de referencia y de ahorro, algo que, como en otros países de América Latina, por ejemplo, Argentina, es costumbre. La transformación fue que comenzaran a circular dólares para gastos de cada día: los billetes comenzaron a multiplicarse en las calles, en particular en denominaciones de uno a 20 dólares.
Quienes dolarizaron sus ingresos, cálculos y cuentas bancarias quedaron a salvo de las dificultades económicas. ¿Qué sucede, en cambio, con quienes quedaron por fuera, o en los bordes, de ese proceso?
La economía venezolana ha atravesado en los pasados cinco años situaciones tan complejas como el desabasto de productos de primera necesidad, la inflación e hiperinflación, o la ausencia y reventa de dinero en efectivo. La llamada dolarización es uno de los nuevos fenómenos dentro del cuadro prolongado de diferentes dificultades.
Ante esos escenarios han surgido numerosas formas de resistencia y recomposición. Mariana García y Hernán Vargas, investigadores venezolanos, han estudiado durante tres años esas mutaciones, particularmente en los sectores populares, pero también en las clases medias.
García y Vargas señalan cuatro puntos centrales para responder a la pregunta de cómo hace la gente para sobrevivir, para resolver.
En primer lugar están las migraciones laborales. La reconfiguración del trabajo que hace que te muevas del trabajo formal al informal, por cuenta propia, que puede ser adentro o fuera del país, porque la búsqueda es la de mayor cantidad de divisas. Así surgieron las iniciativas de trabajo informal, ventas, reventas, o pequeños negocios, como las ya características peluquerías en las calles.
Ese fue uno de los mecanismos ante el aumento de precios, depreciación de la moneda, y consecuente depreciación de los salarios. Los sueldos dejaron de alcanzar, mucha gente dejó los trabajos asalariados, y se perdió una característica de los años anteriores del chavismo, cuando, explica Vargas, todo el mundo quería trabajar fijo, contratado, en alguna institución pública, quizás en una privada.
En segundo lugar mencionan los subsidios y García explicó que una de las cosas determinantes en la materialidad cotidiana son las políticas de transferencia monetaria directa, o de subsidio al consumo, como el Comité Local de Abastecimiento y Producción (Clap) o los bonos.
Esto tiene un peso tremendo en la supervivencia de la gente que vive de su trabajo, dijo Vargas. A esas políticas se debe agregar el subsidio invisible de los servicios, como agua, luz, gasolina y algunos transportes.
En tercer lugar, los investigadores señalaron cambios en el consumo, el cual bajó en comparación con el modo de vida que se había logrado en los años anteriores del chavismo.
El modo de vida de estos años que era que todos los fines de semana te ibas a tomar cerveza con los amigos, los asalariados podíamos almorzar en la calle todos los días, todo eso se viene a pique y eso es importante en términos de cómo se recompone la vida en Venezuela, explica Vargas.
A esto siguen las resistencias colectivas. Las reconfiguraciones han llevado a unas formas colectivas cada vez mayores, que pueden ser organizadas, mercados comunales, campesinos, sistemas de intercambio entre comunidades organizadas y cooperativismo.
Esas formas colectivas descritas por Vargas se articulan con lo que, explica, es el crecimiento de lo pequeño, como la agricultura familiar, el apoyo mutuo entre familias, el intercambio directo entre vecinos, por grupos de WhatsApp. Lo pequeño, multiplicado en la escala nacional, tiene impacto masivo.
Las estrategias para conseguir ingresos en dólares dependen de posibilidades, habilidades y reflejos históricos. Así, por ejemplo, para las clases medias, acostumbradas a oficios tradicionales, como por ejemplo los profesores, se ven en la necesidad de irse, porque no saben hacer otra cosa distinta que trabajar a cambio de un salario por eso que sabe hacer.
Esa migración, que es transversal a la sociedad, genera remesas y reconfiguraciones de los espacios, donde en algunas zonas medias ves cada vez más puros viejitos caminando por ahí viendo cómo resolver, viejitos que a veces se quedan con los más pequeños. Allí muchos de los jóvenes se fueron al extranjero a trabajar y enviar dinero a las familias.
Esa serie de dinámicas reconfiguran el mapa de la economía de cada día, de las calles y los comercios, creando divisiones entre acceso y cantidad de dólares. Se trata de una dinámica visible, que incrementa las desigualdades, generando una estabilidad para una franja pequeña de la sociedad, aquella que logró garantizar ingresos en dólares.
Tienes sectores que de los mil dólares hacia arriba empiezan a operar de otra manera, empiezan a tener dinero para poder comprar cosas, otro carro, un negocio, importan y exportan porque van y vienen, viene aquí a hacerse la cirugía estética, el trabajo odontológico, cosas que en otro lado son más caras, explica Vargas.
La expansión desigual de los dólares en la economía crece mes tras mes. El gobierno de Nicolás Maduro afirma que se está ante una autorregulación de una economía en resistencia, lo que parece significar que se trata una situación que se permitió e incentivó en un contexto de asedio por las sanciones económicas que Estados Unidos impuso a Venezuela.

 Periódico La Jornada

El “desenvejecimiento” del mundo


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La vida personal, el envejecimiento depende menos de la edad fisiológica que de la edad social. La edad social es inversamente proporcional a la capacidad de pensar, sentir y vivir lo nuevo como futuro, como tarea, como presente por vivir. Se es tanto más joven cuanto mayor es la capacidad de vivir la vida como si esta fuese una experiencia de nuevos comienzos constantes que apuntan, no a repeticiones del pasado, sino más bien a futuros —mapas por explorar y caminos por recorrer con disposición a enfrentar riesgos, asumir ignorancias y responder a nuevos desafíos. Es el futuro como anticipación, como “todavía no”, como latencia, como potencia. Como sabemos que nunca vivimos sino en el presente, el futuro es siempre el presente incompleto, el presente como tarea, como acontecimiento, del que somos personalmente responsables. Tener futuro es ser dueño del presente. Por el contrario, se es tanto más viejo cuanto más convencido se está de que el mundo ya ha decidido por nosotros lo que podemos esperar o no esperar y que, en consecuencia, el futuro está cerrado. Envejecer, por tanto, es vivir en constante repetición, como si cada repetición fuese única e irrepetible. Es pasar los días con la indiferencia del paseo diario.

Hay tres formas de vivir en constante repetición: como si el pasado fuese un eterno presente y tanto las rutinas como las instituciones y las noticias lo confirmasen día a día (envejecimiento por muerte viva); como si el pasado hubiese pasado dejando tras de sí un vacío inquebrantable que solo la partida de cartas, la televisión o la conversación sobre enfermedades estarían en condiciones de eludir (envejecimiento por vida muerta); y, por
último, como si tanto el pasado como el futuro fuesen igualmente distantes e inaccesibles, creando así el pánico insuperable de que solo el gasto excesivo del cuerpo en alcohol, en drogas, en el gimnasio, en la iglesia o en terapia podría evitar (envejecimiento por vida sin muerte).

En las sociedades de cuerpos industrializados e informatizados en las que vivimos se crearon servicios públicos y privados para asistir a las personas con más dificultades con la repetición de la repetición. En el fondo, se trata de normalizar la decadencia. En estas sociedades el envejecimiento es siempre el resultado de un agotamiento crónico de las energías gastadas o por gastar. Consiste en colgar el cartel de entradas agotadas en la puerta del teatro de la vida, aunque no se haya representado ni una sola obra desde hace mucho tiempo, o incluso si nunca se ha hecho un primer ensayo.

En el caso de las dos primeras formas de envejecimiento, el objetivo es invertir en el pasado como si no hubiese pasado. Consiste en la cada vez mayor comercialización de servicios de envejecimiento conjunto. Generalmente son eficaces porque la invención de la repetición oculta astutamente la repetición de la invención. La idea básica es que las experiencias de envejecimiento, por insoportables que sean, siempre son más soportables cuando se comparten. En el caso de la tercera forma de envejecimiento, en lugar de la omnipresencia del pasado, se busca la omniausencia del pasado, un eterno presente que dispense al futuro de tener que atormentar a los vivos con las malas noticias que todavía no son noticia. Son las técnicas de envejecimiento por rejuvenecimiento. Se trata de una versión modificada de la metáfora de la película “El curioso caso de Benjamin Button”, basada en el cuento de F. Scott Fitzgerald, en el que el protagonista nace viejo y rejuvenece a medida que pasa el tiempo hasta morir siendo un bebé. Con las técnicas de envejecimiento por rejuvenecimiento, el reloj de la estación de ferrocarril de la pequeña ciudad sureña de Estados Unidos, en lugar de ir hacia atrás, se detiene, y con él también se detiene el tiempo.

Como he mencionado, la edad social no coincide con la edad fisiológica, pero la falta de coincidencia es mayor o menor dependiendo de los períodos históricos, los contextos sociales y los factores colectivos que los caracterizan. Lo mismo ocurre con las sociedades. El mundo industrializado en el que vivimos comenzó a envejecer aceleradamente en la década de 1980. De repente, el futuro se cerró, el nuevo sentido común de que no había alternativa a la sociedad capitalista injusta, racista y sexista en la que vivíamos entró en nuestros hogares más rápido que cualquier entrega de pizza a domicilio o ubereats, se difundió a través de los noticiarios, de las redes sociales emergentes y de la sabiduría pret-à-porter de la “comentocracia”. Nuevas experiencias y expectativas de la vida colectiva estaban desacreditadas para siempre, el mundo era naturalmente injusto, los ricos eran ricos porque lo merecían y los pobres eran pobres de todo, pero sobre todo de juicio, teníamos que vivir con la imperfección, incluso si esta podía reducirse reemplazando la racionalidad de los mercados por la irracionalidad del Estado, a costa del que vivían los menos capaces de sobrevivir en una sociedad competitiva. La primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, decretó mejor que nadie la muerte del futuro: “There is no Alternative”, la famosa consigna TINA. Y Francis Fukuyama transformó esta muerte en el triunfo final de la sociedad occidental –“el fin de la Historia” –, aprovechando el hecho de que Friedrich Hegel, fallecido desde 1831, no podía rebelarse contra una interpretación tan burda de su filosofía de la historia. El cemento desarmado con la caída del Muro de Berlín se fue rearmando en mil cementerios del futuro que se fueron construyeron en todo el mundo. Y se necesitaban muchos para enterrar tanto futuro.  

Este gran procedimiento para envejecer el mundo se traduce hoy de modo predominante en la primera forma de envejecimiento mencionada: el envejecimiento por muerte viva. Pero las otras dos formas de envejecimiento están igualmente presentes. El envejecimiento por vida muerta es la forma de envejecimiento preferida por los fundamentalistas religiosos. Actúan sobre el vacío provocado por el pasado y prometen hacerlo renacer bajo la forma de un futuro glorioso en otro mundo. Para los promotores de este envejecimiento, la vida que vivimos está muerta y solo puede resucitar cuando los relojes de la historia comiencen a andar hacia atrás o cuanto todos, al unísono, empiecen a dar la hora final de la eternidad. No hay responsabilidad social por la injusticia. Hay, eso sí, culpa por sufrirla; y la única solución es expiándola.

La tercera forma de envejecimiento (vida sin muerte) es la que domina en la generación de los millenials, la que nació al inicio del período en que el teatro del mundo cerraba la cortina de un futuro diferente y mejor. Fue una generación condenada a nacer vieja. Nacieron sin el pasado del futuro porque entretanto la idea de la alternativa había desaparecido del horizonte. Por eso, nunca se les ocurrió derribar el sistema injusto que les robaba la esperanza de un futuro diferente y mejor. Su objetivo fue tener éxito personal dentro del sistema. Sacrificaron tiempo, derechos, ocio y placer con la esperanza de una victoria que, para la gran mayoría, nunca llegó. Querían vencer al sistema, venciendo en el sistema. Era precisamente lo que quería el sistema para vencerlos de manera más eficiente. Esa generación es hoy la que domina en la tercera forma de envejecimiento (vida sin muerte).

La geopolítica de las estrategias de envejecimiento merece un análisis más detallado que no cabe hacer aquí. Por ahora basta tener en mente que ni el mundo envejeció de manera uniforme, ni las formas de envejecimiento se distribuyeron por igual en el planeta. Fue sobre todo en el llamado Norte global donde, paradójicamente, las personas pasaron a querer vivir más tiempo sin haber sido consideradas viejas. Lo que quiero destacar en este momento es que están surgiendo señales concluyentes de que el proceso de envejecimiento del mundo no es irreversible. No se trata de rejuvenecer lo que, como mencioné arriba, es una forma de engañar al envejecimiento. Se trata más bien de “desenvejecer”, es decir, de volver a creer en un futuro diferente y en la capacidad para luchar por su realización. Se trata de rechazar la repetición infinita del presente porque está conduciéndonos inexorablemente hacia el abismo.

Emerge un deseo de lo nuevo que no es una barbarie, porque la barbarie es donde ya estamos. En todo el mundo están surgiendo revueltas de personas de todas las edades fisiológicas porque, como dije, la diferencia fisiológica no cuenta en la perspectiva del envejecimiento o desenvejecimiento del mundo. Presencias colectivas de jóvenes y viejos ocupando las calles y las plazas públicas del mundo contra la política de la repetición y los políticos repetidos, de Chile a Italia, del Líbano a la India. Son los nuevos insurgentes disconformes con la inminente catástrofe ecológica; la concentración escandalosa de la riqueza; la captura de las instituciones democráticas por antidemócratas; la irracionalidad de los mercados supuestamente racionales; el robo de proporciones gigantescas de nuestra privacidad e intimidad por los nuevos robber-barons Google, Facebook, Amazon o Alibaba; la indiferencia grotesca por el sufrimiento de inmigrantes y refugiados muertos en el mar, en la selva, en el desierto o depositados en campos de concentración, como si Auschwitz fuese apenas una memoria cruel, hoy superada por la victoria del bien sobre el mal.

Las fuerzas políticas de derecha, que siempre se han alimentado del envejecimiento del mundo, claman asustadas contra lo que designan como insolencia, como si no fuese insolente todo lo que llevó a los nuevos jóvenes y los nuevos viejos a tomar las calles para desenvejecer. Las mismas fuerzas argumentan que no existen propuestas, o sea, repeticiones, las únicas novedades que reconocen. Pero la verdad es que hay propuestas. De la India a Chile, las fuerzas represivas y los partidos políticos se enfrentan a la indignación de los desenvejecidos contra la letra muerta de tanta constitución. Se enfrentan a propuestas de asambleas constituyentes populares plurinacionales. Se enfrentan a propuestas de transportes públicos eficaces y gratuitos como ejercicio de la economía de cuidado con la naturaleza. Y se enfrentan, sobre todo, a la celebración de la diversidad nacional, cultural, religiosa y sexual; a la búsqueda de zonas liberadas del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado; a la exploración de formas de economía comunitaria, campesina, indígena, familiar, feminista, cooperativa.

En la medida en que el mundo desenvejece, los poderes que produjeron el envejecimiento del mundo e hicieron del mismo la industria de su eternización se enfrentarán cada vez más a la insolencia causada por su propia insolencia. ¿Envejecerán?

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

https://www.alainet.org/es/articulo/204747  

¿A qué le teme Rafael Correa?


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“…no admitan que nadie crea nada que no comprenda. Así se producen fanáticos, se desarrollan inteligencias místicas, dogmáticas…Y cuando alguien no comprenda algo, no cesen de discutir con él hasta que comprenda, y si no comprende hoy, comprenderá mañana, comprenderá pasado, porque las verdades de la realidad histórica son tan claras, y son tan evidentes, y son tan palpables, que más tarde o más temprano toda inteligencia honrada las comprenderá”.
Fidel Castro Ruz

Sólo los odiadores de derecha e izquierda cierran los ojos ante la evidencia palpable de que el proceso político en el Ecuador tiene un antes y un después de Rafael Correa Delgado. Las acusaciones de corrupción hechas a raíz de la traición de Lenin Moreno Garcés no pueden, ni podrán, negar el intento de “asaltar el cielo” hecho por Rafael Correa y la llamada Revolución Ciudadana. La prisión de Jorge Glas no simboliza la corrupción del régimen correista, por el contrario, simboliza la traición de un enano que se declaró incapaz de sostener el mundo en sus espaldas y decidió entregar el poder a sus enemigos. La corrupción sistémica salpicó, también al correísmo, qué duda cabe, pero la gangrena en este caso, no llega a la cabeza, que ahora está volviendo con fuerza. Las élites y sus sirvientes se niegan a aceptarlo, pero la política en el Ecuador, por lo menos en los próximos cincuenta años, no se podrá hacer sin Rafael Correa o lo que él representa. Como el peronismo en la Argentina, Lula en el Brasil o el chavismo en Venezuela.

Lo hemos sostenido en más de una ocasión, el progresismo es la izquierda posible en los actuales momentos a nivel latinoamericano. Las FARC y el ELN en Colombia son la demostración de que la insurgencia guerrillera puede ser manejada a su antojo por la reacción interna y el poder mundial. El zapatismo en México sobrevive aislado, como una especie de Estado dentro del Estado, sin llegar a ser un peligro real. La única alternativa con futuro en la región es el Progresismo Latinoamericano. Contra él apuntan todas las armas del establishment, de la democracia liberal, del neoconservadurismo mundial.

Que les asusta a las élites y al poder mundial que las dirigen

En primer lugar, les asusta que los procesos progresistas despierten la conciencia de las masas. No aceptan que pueda haber fisuras en el bloque de dominación. Se trata de preservar la creencia ciega de que las élites son sus benefactoras y no sus victimarios. De hecho, en el Ecuador, por ejemplo, después del correísmo un sector de las masas ya sabe que sujetos como Fidel Egas o Guillermo Lasso piensan más en sus negocios que en los intereses de la gente. Haber despertado la conciencia de una parte de las masas es uno de los más importantes logros del progresismo latinoamericano.

Les asusta que esa porción ínfima de las masas entontecidas por el poder hegemónico comience a reclamar sus derechos, no como reivindicaciones sociales, culturales o de simples derechos humanos, sino como derechos políticos tendentes a participar en las decisiones del Estado. Eso no lo puede aceptar el poder tradicional, porque con ellos se apunta al corazón de sus intereses.

Les asusta, entonces, que esas masas pongan en disputa el poder político, terreno q las élites han considerado inviolable desde siempre. Aceptan la disputa Inter oligárquica, pero jamás la disputa inter clasista.

Les asusta ver que el poder progresista se aleja cada vez más de la Casa Blanca y se acerca a los enemigos del hegemonismo norteamericano y, por ende, se vuelve menos dependiente.

Les asusta cualquier intento de mejorar la educación con proyección libertaria, esto es, con el fin de liberar a las masas de la ignorancia. Excelencia para la educación privada, mediocridad y mala calidad para la educación pública.

Les asusta disminuir el desempleo porque, por esa vía, se eleva el valor de la fuerza de trabajo.

Les asusta un plan de incrementos tributarios porque los sectores productivos prefieren asegurar sus ganancias en los paraísos fiscales a reinvertirlas en el país.

Les asusta la existencia de una prensa libre, independiente y crítica que sea la voz de la ciudadanía y no la caja de resonancia de los intereses privados.

Les asusta la existencia de una justicia desde el pueblo y para todos los ecuatorianos, sin clasificarlos en de primera, segunda y tercera categoría.

Les asusta el desarrollo científico y tecnológico autónomo, con talento nacional y libre de dependencias.

Les asusta los procesos de integración de los pueblos latinoamericanos.

Les asusta la modernización y desarrollo del campo porque la malformación desarrollista es la garantía de sus negocios privados.

Les asusta la democratización de las Fuerzas Armadas y la modernización de la Iglesia católica, apostólica y romana.

Les asusta que se difundan y fortalezcan las culturas que en el Ecuador existen, manteniendo solapadamente la hegemonía de la estética y contenidos de la cultura blanco-mestiza y pro norteamericana.

En fin, les asusta un cambio en las formas y los contenidos de la vida nacional.

Todo lo que atente a estas ideas hegemónicas ha sido combatido por las élites, habiéndose incrementado ese combate desde la llegada de Rafael Correa al poder, no tanto por su capacidad real de realización práctica, sino por su audacia de poner los temas fundamentales de la política y de la economía sobre el tapete de la discusión nacional.

Los límites del progresismo latinoamericano

El Progresismo se enmarca en la era de la hegemonía del capital financiero. El viejo imperialismo, entendido como “fase superior del capitalismo”, sigue siendo el mismo, pero actúa de otra manera.

El eje principal de su dominación es la deuda externa. Entre 2009 y 2018, según la CEPAL, la deuda externa de América Latina aumentó en 80% y la deuda externa de países como Argentina y Brasil sobrepasa el 80% del PIB, lo que demuestra que el desarrollo de nuestra región se mueve en el ámbito del mito y no de la realidad. Los intereses de los prestamistas sobrepasan lo económico y entran, de lleno, en los terrenos de la política. A estas obligaciones de hierro es que el progresismo latinoamericano tiene que enfrentar.

La contradicción está en que, para poder cumplir sus planes de atender a los sectores marginales de la sociedad, el progresismo se ve obligado a pactar con el capital financiero mundial y sus aliados locales y permitir la exportación de sus recursos naturales, con lo cual, de hecho, contribuye a fortalecer el régimen de dominación internacional que existe. La deuda, entonces, actúa como un condicionante poderoso equivalente a una camisa de fuerza.

La naturaleza del progresismo nos hace pensar, incluso, que es una estrategia del mismo capitalismo financiero mundial, lo cual no le quita su potencial fuerza transformadora, dado que el impulso que pueden tomar las masas podría desencadenar un auténtico proceso revolucionario, lo que dependería de la existencia de una vanguardia político-espiritual capaz de dar dirección revolucionaria a este proceso. Como en las artes marciales, sería posible usar la fuerza del mismo enemigo para alcanzar el triunfo.

El progresismo actúa como inversor del sector privado, bien sea mediante las asociaciones público-privadas o las concesiones de los activos públicos, lo que es funcional a la estrategia de reacomodar el capitalismo a las exigencias de la dominación corporativa mundial.

El progresismo necesita mantener contentos a los sectores menos favorecidos de la sociedad, motivo por el cual recurre a programas de asistencia social y mantiene fuertes rubros de subsidios que alivianan muy relativamente la grave situación de los desposeídos y sirven, a la vez, para crear grandes expectativas de mejoramiento personal y colectivo, convirtiéndoles a esos sectores en clientes electorales del proceso.

El progresismo tiene al “ciudadano” como sujeto histórico del cambio, lo que para nuestras sociedades no deja de ser una interesante novedad, pero que lejos está de ser un axioma político que no necesita demostración. De hecho, en el Ecuador, por ejemplo, en la experiencia del correísmo durante una década no puede decirse que la “ciudadanía” como categoría y concepto sirvió para empujar el carro de las transformaciones irreversibles que el sistema necesita. Más bien, la elevación del nivel de vida de algunos sectores bajos de la ciudadanía los convirtió en una precaria clase media que, pronto, olvidó su compromiso con el cambio. Esa limitación merece una profunda reflexión que puede aportar en la comprensión dialéctica de los cambios cualitativos que la “ciudadanía” puede ir sufriendo en la medida que el proceso de cambio avanza.

En fin, los límites del progresismo son estos y muchos más, que deben ser tomados en cuenta para avanzar en la marcha a las transformaciones profundas que países como el nuestro necesitan.

¿A qué le teme Rafael Correa?

La razón por la que Rafael Correa inicia una nueva etapa de la política y cierra otra, es porque estaba prevalido de la necesidad de cambio que el Ecuador tenía. No era posible mantener el país de la partidocracia en el que los sectores dominantes actuaban como gerentes de una empresa capitalista, con todos los vicios de los empresarios inescrupulosos e insensibles. Correa vino con fuerza a tratar de cambiar esta realidad. Habiéndose dado el marco jurídico que necesitaba (Constitución de Montecristi) Correa inició la tarea. Se trataba de un proceso que debía ir de manos a más -menos radical en sus inicios, más radical en la medida que avanzaba-. Los trecientos años de duración se explicaban sólo en el marco de esta concepción. A lo que Correa le tuvo miedo fue, precisamente, a la radicalización de este proceso, a sobrepasar los límites que el progresismo latinoamericano como concepción tiene.

El argumento que más se escucha para explicar esta situación es que no había condiciones para avanzar, pero suena más a excusa que a una explicación válida. Cuando se gana una elección con más del 70% de la voluntad popular hay que saber utilizar ese poder legal y legítimo para avanzar sin titubeos en el proceso de cambio. Rafael Correa y la Revolución Ciudadana hicieron el trabajo a medias, dejando truncas, o a medio hacer, casi todas las tareas de la compleja transformación.

Sucedió en la economía, en cuyo nivel no fue capaz, la revolución ciudadana, de superar el deficiente desarrollismo que por más de medio siglo no había dado resultados positivos. La heterodoxia económica no fue suficiente.

Rafael Correa tuvo miedo de avanzar a la realización de una verdadera reforma agraria que transformara radicalmente la estructura de la propiedad de la tierra en el Ecuador y rescatara el sector agrícola en el que está la verdadera vocación productiva de los ecuatorianos. La infraestructura construida fue importante, pero no suficiente. Las reivindicaciones del agro siguen siendo una deuda que el Estado tiene con los campesinos, los pequeños agricultores y hasta los medianos empresarios agrícolas.

Igual sucedió en el nivel educativo. Acabar con las universidades de garaje no fue suficiente, ni tan siquiera la creación de Yachay y tres universidades más. La transformación real del sistema educativo consiste en unificar la educación a nivel nacional, dándoles a las nuevas generaciones una educación nacional y unificada que haga ciudadanos comprometidos con los procesos de cambio y no ciudadanos de primera, segunda y hasta tercera categoría. La concepción misma de la Revolución Ciudadana sobre la educación nunca trascendió los límites de la excelencia académica para formar profesionales defensores del sistema, lejos se estuvo de sentar las bases para implementar una educación liberadora, que lleve a los jóvenes a tomar conciencia de la solidaridad y la conciencia social.

Poco puede decirse que Rafael Correa hizo por la cultura. Tuvo temor de tomar ese toro por los cuernos, porque significaba avanzar en el proceso de crear un nuevo Estado, plurinacional y multicultural. Entró en conflicto con los diversos pueblos y nacionalidades del Ecuador, dejando entrever, en sus concepciones culturales, una sesgada preferencia por la hegemonía de la cultura blanco-mestiza.

Escandalizó sobre los privilegios dentro de las Fuerzas Armadas, pero su brazo no fue lo suficientemente fuerte para acabar con los mismos y crear unas Fuerzas Armadas del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Toda la enjundia represiva y reaccionaria de los militares quedó intacta, como ahora se demuestra con el gobierno traidor de Lenin Moreno.

En una década se pudo realmente transformar la matriz productiva, que fue, durante este tiempo, uno de sus más importantes caballos de batalla, pero no se avanzó más de un metro en ese propósito. Tuvo miedo a transformar la matriz productiva, se conformó con barnizarla. El nuevo Ecuador venía de la mano de la transformación que en este nivel se podía hacer. Correa prefirió la modernización del capitalismo ecuatoriano a entrar en conflicto con las fuerzas internas y externas que lo defienden y sostienen.

Esa falta de decisión le llevo a conflictuarse con los sectores populares de la ciudad y del campo. La modernización del capitalismo trajo como consecuencia la reacción de los sectores populares que exigían de un gobierno que hablaba en su nombre mayor atención a sus reivindicaciones históricas. Cuando Correa vio que el pueblo podía trascender su proyecto de creación del Estado Nacional y encaminarse a otro tipo de democracia, se detuvo y no quiso seguir adelante. Al finalizar la década del gobierno correista la fuerza transformadora de los inicios pasó a estar en manos del pueblo y no del gobierno que decía representarlo.

Antes del triunfo de Lenin Moreno, la Revolución Ciudadana de Rafael Correa había comenzado a volver al redil de los intereses corporativos del capitalismo financiero mundial. Lenin Moreno fue la continuación de la decadencia de la llamada Revolución Ciudadana, la demostración práctica de los límites de un proyecto que, sin dirección revolucionaria y con clara perspectiva de trascendencia del sistema capitalista, termina siendo una exitosa estrategia de recomposición del capitalismo, esta vez, con apoyo popular y cánticos revolucionarios.

Han transcurrido catorce años del primer triunfo de Rafael Correa Delgado, se impone preguntarnos: ¿qué queda del proceso iniciado por él?

Quedan los ideales del Progresismo Latinoamericano que se ha convertido, hoy por hoy, en la izquierda posible y queda el prestigio del líder que en el Ecuador lo representó. Toda la artillería de la CIA imperialista y el odio de las élites internas no han podido manchar todavía su figura. El apoyo popular a Rafael Correa Delgado crece de forma exponencial y, aunque la reacción interna logre sacarle de la próxima contienda electoral, no dudemos de que quién lo represente tiene amplias posibilidades de triunfar.

Hoy la garantía del triunfo de los ideales del progresismo es una alianza del correísmo con el movimiento indígena-popular y pequeños grupos de la izquierda revolucionaria como Ñukanchik Socialismo que, sin ser fuerzas electorales, pueden contribuir a la creación de esa dirección revolucionaria que le ha faltado al Progresismo Latinoamericano, en un nivel de honestidad diferente al que plegaron las fuerzas de la “izquierda histórica” en los años iniciales del proceso.

El regreso de Rafael Correa no puede repetir los errores cometidos en la primera etapa de la transformación del Ecuador. Una segunda oportunidad debe ser para vencer o morir.

Mindo, Ecuador, 17-2-2020
https://www.alainet.org/es/articulo/204841