“Irán está haciendo muchas cosas malas”, dijo Trump. ¿Estados Unidos no?
Según
algunos expertos en la materia, la energía atómica puede ser la
solución al problema energético de la humanidad en un futuro inmediato.
De acuerdo con este parecer, esta energía, bien manejada, es altamente
beneficiosa: no produce gases de efecto invernadero negativo –en ese
sentido, es más amigable ecológicamente–, sustituye la dependencia del
petróleo –por tanto su precio no varía dependiendo de las fluctuaciones
del oro negro–, no agota recursos no renovables. Pero por otro lado,
quienes la adversan ven en ella algo sumamente peligroso, por cuanto
genera desechos de muy difícil y costosa eliminación y –muy grave– puede
producir accidentes nucleares, que aunque son raros, en caso de darse
son devastadores. Ahí está el recordatorio de Three Mile Island (Estados
Unidos, 1979), Chernobyl (Ucrania, Unión Soviética, 1986) y Fukushima
(Japón, 2011). Aunque lo más criticable de esta energía es que permite
la fabricación de armas de destrucción masiva, siendo las bombas
atómicas los ingenios humanos más pavorosos que se hallan concebido.
En
estos momentos el gobierno de Irán, desairado por la política
desplegada por el presidente Donald Trump, quien abandonara el Plan
Integral de Acción Conjunta (PIAC, nombre oficial del acuerdo nuclear)
consensuado con varios países además de Estados Unidos, y quien
reimpusiera sanciones a la nación persa, no ve los beneficios de haber
aceptado restricciones establecidas a su programa nuclear. En
consecuencia, como medida de presión política para intentar detener las
sanciones impuestas por Washington, las que le impiden vender su crudo
–principal fuente de sus ingresos–, comenzó un proceso escalonado de
desmantelamiento de dicho pacto.
De esa manera, a partir
del pasado 1º de julio superó el límite de enriquecimiento establecido
por el PIAC, aumentando paulatinamente dichos niveles, lo cual le
permitiría, en un corto tiempo, poder generar uranio enriquecido con lo
que llegar a elaborar armamento atómico. La Casa Blanca reaccionó
“sumamente preocupada” ante esto. El presidente Donald Trump no dudó en
declarar, muy enfático, que “Irán está haciendo muchas cosas malas”.
Algún
tiempo atrás Corea del Norte realizó pruebas con armamento nuclear.
Buena parte del mundo, y Estados Unidos a la cabeza, reaccionaron
airados ante esa “desafiante demostración”, condenando del modo más
categórico el experimento realizado. Ello llevó a negociaciones entre
ambos países que aún no han finalizado, buscando la desnuclearización de
la nación asiática.
¿Por qué se condenó a Corea del Norte
en su momento, y se hace lo propio con la República Islámica de Irán
ahora? ¿Quiénes los condenan exactamente?
Washington
orquesta las protestas, y seguramente ahora serán los países
occidentales, la Unión Europea, probablemente Naciones Unidas, quienes
alcen la voz. Algún tiempo atrás, con Norcorea la condena salió del
Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Es decir, de los únicos países
(¡los únicos!) que tienen derecho a veto sobre los otros (¿dónde está la
tan cacareada democracia?). Son esos países, casualmente, los que
constituyen las principales potencias nucleares del mundo: Estados
Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña. Y de entre ellos, quien
protesta más enérgicamente es nada más y nada menos que Estados Unidos,
la principal potencia bélica del mundo.
Nadie quiere la
guerra, en eso estamos de acuerdo. Pero… ¿será cierto? Oficialmente
todos la deploran, pero no es ninguna novedad que Estados Unidos tiene
como su gran negocio nada más y nada menos que las guerras.
Hay
hipocresía en juego, porque curiosamente los cinco países con derecho a
veto miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas son los
principales productores de armas del planeta, no solo de las letales
bombas atómicas. De hecho, con su política, Estados Unidos concentra, él
solo, la mitad de todos los gastos militares del mundo. Y su economía
depende en forma creciente de la industria bélica; el llamado complejo
militar-industrial es quien, de hecho, fija su política exterior,
siempre guerrerista, cada vez más agresiva. ¿Será cierto que no quieren
la guerra?
Por supuesto que la energía nuclear, más allá
de los beneficios que puede traer no solo en el ámbito energético
(generación de electricidad) sino en otras aplicaciones pacíficas
(medicina, agricultura, industria, alimentación), es peligrosa por lo
arriba expuesto. Según voces autorizadas y muy mesuradas, esas
aplicaciones pacíficas son muy cuestionadas por los accidentes que ya se
han provocado en varias ocasiones, siempre con consecuencias
terroríficas. Pero su aplicación a la guerra es algo a todas luces
monstruoso.
Más aún: si se liberara todo el potencial
atómico que concentran los pocos países que la detentan (en número de
misiles con carga nuclear: Rusia y Estados Unidos alrededor de 7,000
cada uno, Francia 240, Gran Bretaña 160, China 140, Pakistán 110, India
80, Norcorea 10 e Israel –pese a que oficialmente no las declara– 200),
se destruiría en su totalidad el planeta, dañándose seriamente Marte y
Júpiter, exterminándose toda forma de vida en nuestro mundo,
produciéndose una onda expansiva que llegaría hasta la órbita de Plutón.
Paralelamente, como comentario, valga decir que pese a esa monumental
proeza tecnológica, el hambre sigue siendo uno de los principales
flagelos de la humanidad. Por supuesto, es de esperarse que prime la
racionalidad y jamás se llegue a un enfrentamiento con armas atómicas.
Ello significaría, lisa y llanamente, la extinción de toda forma de vida
en la Tierra.
Pero lo curioso, o más bien indignante, es
que quien más alza la voz para protestar por el desarrollo científico
autónomo de Irán y su programa nuclear –quien, en realidad, de momento
no ha manifestado su intención de desarrollar armamento atómico– o por
las pruebas nucleares de un país soberano como Corea del Norte, es el
principal detentador de cabezas nucleares y de fuerzas militares
convencionales, promotor y actor, directa o indirectamente, de todas las
guerras del siglo XX y de las que van en el presente siglo XXI.
¿Cómo
es esto: hay armas atómicas “buenas” y “malas”? ¿Por qué las que posee
Washington “defenderían la libertad y la democracia” en el mundo, que
mientras las de Pyongyang, o eventualmente las de Teherán, serían un
atentado contra la paz mundial? No se entiende bien eso.
No
hay que olvidar nunca que de todos los países que poseen poder militar
nuclear (y de Estados Unidos no se sabe con exactitud cuántos ingenios
bélicos posee, porque esos son secretos muy bien guardados, pero se
supone que no menos de 7,000, cada uno de ellos con 20 veces más
potencia que los utilizados en las ciudades japonesas al final de la
Segunda Guerra Mundial), de esos países el único que se atrevió a usarlo
contra población civil no combatiente fue Estados Unidos.
Se
nos invita a indignarnos por la prueba con una bomba de hidrógeno
realizada por Corea del Norte, o por el rompimiento de un pacto por
parte de Irán (respondiendo, en verdad, a un rompimiento previo hecho
por Washington, quien le fijó ilegales sanciones que lo dañan
severamente), pero nunca se habla de las bombas de Hiroshima y Nagasaki.
La prueba de Pyongyang, cuestionable seguramente como atentado al medio
ambiente, no cegó vidas humanas. Las de Japón, innecesariamente
utilizadas en términos militares, puesto que la suerte del país asiático
ya estaba echada cuando se lanzaron en 1945, causaron cerca de medio
millón de muertes instantáneas, más muertes y secuelas abominables
después de varias décadas. Al día de hoy, 74 años después, aún siguen
naciendo niños con malformaciones producto de la radiación nuclear. Lo
increíble es que jamás Estados Unidos recibió castigo por eso, y mucho
menos una repulsa pública obligada, como se quiere hacer con Norcorea, o
seguramente se podrá hacer con Irán. Por el contrario, su acción se
presenta casi como heroica, porque con eso se habría afianzado la paz
global. De ahí a las actuales “guerras preventivas”, un paso: ataco
antes que me ataquen.
¿La paz se defiende con bombas atómicas? Parece que, al menos para algunos, la fórmula del Imperio Romano sigue vigente: “si quieres la paz prepárate para la guerra”. No hay dudas que la historia la siguen escribiendo los que ganan. ¿Se podrá empezar a escribirla de otra manera?
https://www.alainet.org/es/articulo/200941
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