Alejandro Nadal
El clima de la economía
mundial es inquietante. Las tormentas siempre son precedidas por un
periodo de calma y negros nubarrones se vislumbran en el horizonte. Lo
más grave es que no se percibe un nuevo motor que permita reactivar la
economía global. La guerra comercial es una realidad, la inversión en la
economía real sigue aletargada y la amenaza de una nueva recesión sigue
vigente.
En este contexto, ¿qué significa el paso de Christine Lagarde del
Fondo Monetario Internacional (FMI) al Banco Central Europeo (BCE)? Para
apreciar esta pregunta es importante observar las contradicciones de
Lagarde frente a las políticas de austeridad que tanto promovió el FMI
en el pasado.
Durante décadas el FMI aplicó una despiadada política de austeridad
fiscal en los países subdesarrollados. El objetivo siempre fue generar
un superávit primario en las finanzas públicas para asegurar el pago de
la deuda externa, aunque eso significara condenar a economías enteras al
estancamiento, el desempleo y la pobreza. En países como México el
paliativo fueron los programas
focalizadoshacia la reducción de la pobreza, otra fórmula preferida del FMI. Los resultados están a la vista: desigualdad rampante y pobreza para 60 por ciento de la población.
La
ayudadel FMI siempre tuvo el efecto de prolongar la agonía económica para asegurar la servidumbre financiera de países enteros. Pero en la crisis financiera de 2008 todo cambió. El FMI descubrió los beneficios de la política fiscal cuando se trata de rescatar a bancos y grandes corporaciones, y también acabó por aceptar que los bancos centrales inyectaran cantidades astronómicas de dinero de alto poder al sistema bancario y financiero.
La gestión de Christine Lagarde al frente del FMI estuvo marcada
desde el comienzo por los efectos de esa crisis. Al principio, el FMI
vio con beneplácito los paquetes fiscales de rescate y estímulo
activados por Paulson (secretario del tesoro bajo George W. Bush) y
Geithner (bajo Obama). Pero las voces en contra de ampliar el déficit
fiscal frenaron esa política fiscal.
Después la Reserva Federal se dio cuenta que tenía que colmar el
vacío dejado por el por el retiro de los apoyos fiscales. Y la Fed
inauguró su política de flexibilidad cuantitativa, que acabó por
inyectar más de 4 billones (castellanos) de dólares al sistema
financiero estadunidense. Nuevamente el FMI aprobó este enfoque de
política monetaria que iba en contra de los dogmas que el organismo
había exaltado durante decenios.
Estos movimientos en la política macroeconómica tuvieron su réplica
en Europa, con los rescates operados por varios países cuando el
contagio llevó la crisis a la UE. Y cuando Mario Draghi anunció que el
BCE
haría todo lo que fuera necesariopara mantener el valor y la integridad del euro, el FMI nuevamente estuvo de acuerdo.
A 10 años del desastre financiero, tanto la Fed como el BCE continúan
atascados en esta postura de generosidad extrema con el mundo
financiero y fría indiferencia con la economía real. Así, han anunciado
el mantenimiento de tasas de interés bajas para el futuro previsible.
Mientras tanto, la burbuja más espectacular de todos los tiempos sigue
creciendo en la Bolsa de Valores de Nueva York.
El fondo de todo esto es que tanto los bancos centrales en países
desarrollados y subdesarrollados por igual no tienen el control de la
política monetaria. Que Lagarde o Draghi sean directores del BCE no
cambia las cosas. Los bancos comerciales privados en Europa, al igual
que en todo el mundo, son los que controlan la oferta monetaria. El
papel del banco central es proporcionar la base monetaria acorde con el
funcionamiento de los bancos comerciales privados. Si éstos se exceden
en la creación de dinero (a través de sus operaciones de crédito), al
banco central no le queda más remedio que acomodarse a la demanda de
reservas proveniente de los bancos privados. El BCE sabe que cuando el
sistema bancario necesita reservas, al banco central no le queda más
remedio que prestárselas (fijando la tasa de interés de corto plazo
sobre esas reservas). El mecanismo no es suficiente para mantener el
control sobre la oferta monetaria. Y la crisis del euro es la mejor
prueba.
La designación de Lagarde para dirigir el BCE coincide con la
victoria electoral de Nueva Democracia en Grecia. Este partido
representa los intereses de la oligarquía corrupta y rentista en ese
país y este resultado electoral es la consecuencia directa de la
política de austeridad impuesta por la troika a partir del
estallido de la crisis. El FMI jugó un papel un poco menos terrible que
la Comisión Europea en Bruselas y el BCE. Para la señora Lagarde era
relativamente fácil aconsejar un poco más de mesura al tratar a la
economía griega porque sabía que, a final de cuentas, Bruselas y
Fráncfort tenían más peso en la decisión. Desde su nuevo puesto, a
Christine Lagarde le será difícil aplicar una política monetaria menos
hostil a los pueblos de la eurozona que todavía sufren los efectos de la
crisis que estalló hace 10 años.
Twitter: @anadaloficial
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