Las fronteras
Ninguno quiere regresar a su país
En la estación migratoria Siglo XXI, en cambio, sólo pequeñas y ordenadas filas de aspirantes
Tapachula, Chis., Las oficinas de la Comisión Mexicana de
Atención a Refugiados (Comar) en el centro de la ciudad están
permanentemente
sitiadaspor centenares de solicitantes de asilo. En cualquier momento pueden rebasar el millar. Son hondureños, haitianos, salvadoreños y cubanos la mayoría, en menor número llegan a estar representados otros continentes –Asia y África, digamos– y todos aquí tienen algo en común: no quieren –muchos no pueden, a riesgo de la vida– regresar a su país de origen.
Al menos es lo que argumentan hondureños y salvadoreños, asediados por las maras
y otros grupos delincuenciales. Los cubanos, como los nicaragüenses y
los ocasionales venezolanos, argumentan persecución política. Llegados
aquí, todos blanden el papelito de la esperanza, el cual indica la hora
de cita para seguir su trámite e ingresar a la sala de espera (esa es la
palabra: espera), donde al menos encontrarán silla y sombra, porque
afuera, en la calle, sólo hay sol e impaciencia.
La tarde de este miércoles, una mujer de Haití, entre la tensión del
día y la inclemencia del calorón tapachulteco, presentaba síntomas
severos de insolación, deshidratación y crónico sufrimiento. Asistida
por paisanas suyas, no lograba reponerse, por momentos perdía el
conocimiento, sudaba a mares. Entre voces de
llamen una ambulanciay
hagan lugar, el tiempo pasa. Finalmente le permiten ingresar a la Comar, donde al menos hay aire acondicionado.
Cada tanto sale personal de la comisión, adscrita la Secretaría de
Gobernación, con un fajo de documentos y va llamando por su nombre a las
personas, lo cual genera periódicas aglomeraciones en las
transitadísimas calles que aquí hacen esquina. Unas cubanas,
especialmente alegadoras, se colocan ante la puerta lateral del inmueble
y presionan casi corporalmente a los empleados de la Comar, que
finalmente cierran.
Esperen su turno, dicen innecesarimente, pues todos lo saben.
Arrimados a la pobre sombra de los cobertizos y aleros de las casas
vecinas, niños pequeños, mujeres de todas las edades y hombres mayores
dormitan o atienden sus celulares. Aumentan la aglomeración puestos de
aguas frescas, frituras preparadas y dulces, mientras niños locales se
entremeten donde la gente se apretuja vendiendo
agua helada.
Rodean a la Comar papelerías y salones de Internet, lo cual es casi
normal. Pero la fachada más amplia frente a las oficinas
gubernamentales, en amarillo intenso, es la de la academia de baile
Valery, que ofrece clases de punta, bachata, merengue y cumbia tribal (sic),
lo que se antoja apto para ambientar a los solicitantes, no porque
presten atención, sino porque –uno imagina– podrían dar ellos mismos
cátedra de esas danzas, que también incluyen hawaiano, tahitiano, árabe,
belly dance y
ejercicios reductivos.
Una cosa es constante en esta situación de emergencia migratoria que
no deja de cambiar. Con el cierre formal de la línea fronteriza en los
lugares habituales de cruce de indocumentados y la consistente
deportación de extranjeros, la estación migratoria Siglo XXI presenta
ahora sólo pequeñas y ordenadas filas de solicitantes. A orillas de la
carretera allí ya no se ven las decenas de familias haitianas que la
ocupaban en semanas anteriores, y los tendajones y fondas lucen vacíos.
Los congoleños de enfrente siguen ahí, acampando, esperando, viviendo.
Por primera ocasión desde que llegaron los primeros contingentes de la
Guardia Nacional, ésta supera en número a los migrantes.
Del mismo modo, en las colonias adyacentes a la estación migratoria,
aunque siguen viéndose familias alojadas en casas y cobertizos que
rentan, ya son sensiblemente menos. Y algo tienen en común los migrantes
que pululan o descansan en los zaguanes: todos miran y manipulan sus
teléfonos celulares, con o sin audífonos. Hablan todo el tiempo (¿a
Puerto Príncipe, a Kinshasa, a la casa de al lado?). Sería difícil
fotografiar a alguno que no esté al teléfono. ¿Qué es lo lejos o lo
cerca en este mundo de voces en francés colonial que cruzan el tiempo
real el Atlántico y el Caribe?
Hermann Bellinghausen
Enviado
Periódico La Jornada
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