Editorial La Jornada
En una visita a la localidad texana
de McAllen, fronteriza con México, el presidente estadunidense, Donald
Trump, volvió a la carga con su obsesiva idea de construir un muro
infranqueable en la línea de demarcación entre su país y el nuestro. Con
el telón de fondo de una parálisis gubernamental que lleva ya tres
semanas por la negativa de la Casa Blanca a firmar el presupuesto
acordado en el Capitolio y que ha dejado sin sus salarios a cientos de
miles de empleados públicos, el mandatario republicano parece dispuesto a
tensar la cuerda hasta límites inéditos en su afán por conseguir que el
Legislativo le apruebe una partida de más de 5 mil millones de dólares
para la construcción del referido muro, una idea que muchos congresistas
de ambos partidos –demócratas y republicanos– consideran insensata,
dispendiosa y, en última instancia, irrealizable.
A estas alturas del pulso entre el presidente y el Congreso es
evidente que la exigencia trumpiana es, más que un instrumento de
política migratoria, policial o fronteriza, una pieza en el duelo
político ante la opinión pública de Estados Unidos: más que la muralla
en sí, lo que quiere Trump es consolidar su respaldo electoral de cara a
la elección presidencial del año entrante en la cual se juega la
relección. Para el magnate neoyorquino resulta fundamental presentarse
como un hombre consecuente y firme ante los ojos de los sectores más
cavernarios, xenófobos y racistas del país vecino que constituyen su
base social dura. En ese afán, ha coqueteado incluso con la idea de
provocar una confrontación institucional de gran escala con el
Legislativo mediante la declaración de emergencia nacional para
arrogarse poderes extraordinarios y pasar por encima del Congreso. Pero
incluso en ese escenario, la oposición demócrata podría demandar a Trump
por extralimitación presidencial y bloquear de esa forma los fondos
para el blindaje físico de la frontera.
Independientemente del curso que tomen los acontecimientos políticos
en Washington, a estas alturas, cuando ha transcurrido ya la mitad del
mandato del presidente estadunidense , no parece posible que el gobierno
fuera capaz de llevar a cabo el levantamiento del muro en los dos años
que le restan a su cuatrienio. Incluso en el caso de que lograra
relegirse, esa obra resultaría ya, desde un punto de vista de discurso
electorero, del todo innecesaria. En materia de acciones concretas,
parece ser que este despropósito no podría traducirse más que en un
tramo de barda fortificada en la demarcación entre ambas naciones y en
un dispendio de miles de millones de dólares.
En tanto, es previsible que conforme se acerquen los comicios
previstos para noviembre del año entrante el gobernante republicano irá
retomando las virulentas posturas chovinistas y xenófobas que lo
caracterizaron en la campaña presidencial de 2016, y con ello que vuelva
a las expresiones ofensivas y altaneras en contra de México y de los
mexicanos y que intensifique las atrocidades policiales en contra de
nuestros connacionales y de los latinoamericanos que intentan adentrarse
en territorio estadunidense en busca de trabajo y seguridad.
Para nuestro país, para su gobierno y para la sociedad mexicana se
configura, pues, el riesgo de un desafío de gran calado y cabe esperar
que, de concretarse, México sea capaz de reaccionar con mayor entereza,
dignidad y unidad que en el pasado reciente.
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