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martes, 15 de enero de 2019

Profundizar la democracia, frente a la dictadura sin fin

Guatemala

El actual ejecutivo guatemalteco convierte la acción política en el juego del gato y el ratón: agresión-respuesta-nueva agresión amplificada (especialmente a partir de la revelación del involucramiento de familiares de Jimmy Morales y empresarios en casos de corrupción). Este ejercicio permanente y violento debilita la institucionalidad y convierte las reglas democráticas en caricatura, cada vez más sujetas a la discrecionalidad e intereses de los funcionarios públicos y los diferentes poderes tras el trono.
La aceleración de esta dinámica tras el asalto a la Corte de Constitucionalidad, CC, (con el inicio de demandas contra tres de cinco miembros, lo que modifica la correlación de fuerzas), acorrala al Estado de derecho existente -de por sí, débilmente democrático- y amenaza con hacer saltar el tablero de la Constitución vigente. La estrategia hoy es abrir un paréntesis de legalidad y derechos, durante el cual cualquier autoridad (un funcionario de aduanas, una ministra designada y no electa, un militar devenido en padre de la patria) se considera legitimada para reinterpretar y aplicar la ley, en función de intereses superiores de la nación.
No nos debe engañar el barniz bufonesco y marcadamente histriónico de las decisiones políticas tomadas, sobre todo las que provienen de la Presidencia y Vicepresidencia. Tras las bambalinas del discurso simple y enrevesado, el guion involucionista se desarrolla con notable éxito.
Boleto de ida sin retorno
A estas alturas, no parece haber retorno para los promotores de la desinstitucionalización prodictatorial. La rectificación no cabe en el lenguaje de quienes conciben la política como el arte de la guerra y la exclusión total del diferente.
Por el contrario, el camino empedrado hacia la neodictadura del siglo XXI anticipa nuevas embestidas: en lo institucional (CC, Procuraduría de los Derechos Humanos, dependencias del Ministerio Público, sectores del Tribunal Supremo Electoral-fraude) y en lo social, con amenazas crecientes a las libertades de expresión, organización, participación y movilización.
El escenario ideal apunta al finiquito de esta democracia (que, paradójicamente, nunca alzó el vuelo). Fin del juego. Viva el neoliberalismo/capitalismo (más) autoritario, sin derechos individuales ni colectivos. Bienvenido el nuevo despotismo, en el reino de la arbitrariedad.
Se trata de anular las garantías institucionales y sociales todavía existentes, en función de una nueva gobernanza: otro pacto de élites de carácter autoritario, que sustituye el actual, igualmente elitario y falsamente democrático, pero agotado en su capacidad de generar consensos mínimos.
Neodictadura, con idénticos actores
La dictadura reconfigurada garantiza el statu quo, sin concesiones ni modificaciones. Por ello vincula en su promoción al sector empresarial tradicional (continuidad del modelo de despojo), militares (mantenimiento de negocios legales y criminales, aplicación de la doctrina de seguridad militarizada), economía emergente legal y criminal (operada sobre todo por alcaldes y diputados), sectores trumpistas en Estados Unidos y Unión Europea (gobernanza protransnacionales y de seguridad hemisférica). La dictadura (instrumento) amplía el margen de utilidades (objetivo), en una época en que el capitalismo prescinde -sin márgenes para la corrección política- de la democracia formal.
Esta comunión de interés conecta en una línea histórica larga con el proyecto histórico de dominación, y en una línea corta con el amplio consenso que llevó al gobierno a Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti (2012-2015) y pretendió convertir el Partido Patriota en un modelo de gobierno para la estabilidad política y el despojo.
Fascismo social, resistencias articuladas
La dictadura política se apoya en el profundo conservadurismo social (se requiere enfrentar este para anular de raíz aquella): apela a los temores (el otro, el diferente, el diverso, el indígena), construye falsas identidades (himno, bandera), define aspiraciones y sentidos de vida (emprendimiento y éxito individual), rechaza los cambios progresistas y populares. Por eso es tan eficaz, a pesar de su carácter rudimentario, o precisamente por su carácter rudimentario.
La encrucijada dictadura/democracia nos atrapó, con ventaja táctica -y experiencia histórica acumulada- para la primera opción. El reto ahora es garantizar espacios de acción en la democracia que no se concretó, para seguir construyendo la democracia real que queremos, que desde mi punto de vista tiene que ser participativa, diversa, comunitaria-anticapitalista, feminista, plurinacional y popular, construida desde abajo, de forma horizontal y permanente.
La actual espiral de aplastamiento de (opciones) de libertad y derechos se consolidará si no existen respuestas diversas en formas, actorías y contenidos, a la vez que masivas y articuladas, que prioricen el fortalecimiento de la unidad antidictadura y popular, por encima de mi papel en cada acción y mi proyecto.
La falta de acuerdos tácticos (pese a las notables coincidencias estratégicas), la dificultad de ampliar el horizonte de la indignación a los sectores hoy atrapados por la indiferencia, la concepción unívoca (no diversa) y centralizada de la política transformadora, y el análisis (y confrontación) parcial del modelo de dominación, son -en mi opinión- cuatro retos a enfrentar para acometer la impostergable ruptura y profundización democrática.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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