Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo |
Introducción
Estados
Unidos recibe con los brazos abiertos a un régimen condenado al fracaso
y amenaza a la economía más dinámica del mundo. El presidente Trump ha
elogiado al recién elegido presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y le ha
prometido estrechar los vínculos económicos, políticos, sociales y
culturales con aquel país. Por el contrario, el régimen de Trump está
decidido a desmantelar el modelo de crecimiento chino, imponiéndole
severas y amplias sanciones y promoviendo la fragmentación de la gran
China.
La elección de amigos y enemigos de Washington está
guiada por una estrecha concepción de los beneficios a corto plazo y de
las pérdidas estratégicas.
En este artículo analizaremos las
razones por las que las relaciones entre EE.UU. y Brasil encajan en el
objetivo de dominación global de Washington y por qué la Casa Blanca
recela del crecimiento dinámico de una China independiente y
competitiva.
Brasil en busca de un padrino
Desde el
momento de tomar posesión, el presidente Bolsonaro anunció un programa
para revertir casi un siglo de economía dirigida por el Estado. Comunicó
la intención de privatizar el sector público al completo, incluyendo
actividades estratégicas como las finanzas, la banca, los minerales, las
infraestructuras, el transporte, la energía y las manufacturas. Además,
la venta dará un trato de favor a las corporaciones multinacionales
extranjeras. Los anteriores regímenes civiles y militares protegieron a
las compañías nacionalizadas, que formaban parte de alianzas tripartitas
entre empresas extranjeras, estatales y nacionales de propiedad
privada.
Al contrario que previos gobiernos civiles elegidos
democráticamente, los cuales procuraron (no siempre con éxito) subir las
pensiones, los salarios y el nivel de vida y reconocían la legislación
laboral, Bolsonaro ha prometido despedir a miles de empleados del sector
público, reducir las pensiones y aumentar la edad de jubilación, al
tiempo que reduce salarios y jornales para aumentar los beneficios y
reducir los costes de los capitalistas.
El presidente Bolsonaro
promete dar marcha atrás a la reforma agraria, asaltar las viviendas
campesinas y detener y expulsar a sus ocupantes para reinstalar a los
terratenientes y estimular la inversión extranjera como alternativa. La
deforestación del Amazonas y su entrega a los magnates ganaderos
supondrá la expropiación de millones de acres de tierra indígena.
En
política extranjera, el nuevo gobierno de Brasil se compromete a seguir
a Estados Unidos en todas las cuestiones estratégicas: Brasil apoya la
guerra económica contra China, acepta las incautaciones de tierras
palestinas por parte de Israel (optando por trasladar también su
embajada a Jerusalén), respalda los complots estadounidenses para
boicotear y derrocar los gobiernos electos de Cuba, Venezuela y
Nicaragua. Por primera vez en la historia, Brasil ha ofrecido bases
militares al Pentágono y fuerzas militares para todas y cada una de sus
futuras invasiones o guerras.
La entrega gratuita de recursos, salud y soberanía de Bolsonaro ha sido celebrada por Estados Unidos desde las páginas del Financial Times, el Washington Post y el New York Times,
los cuales han pronosticado un periodo de crecimiento, de grandes
inversiones y de recuperación... si el régimen tiene el “valor” de
imponer su traición.
Al igual que ha ocurrido en numerosas
experiencias recientes en las que han tomado el poder regímenes
neoliberales de derechas, en Argentina, Colombia y Ecuador, los
periodistas y expertos que escriben las páginas financieras han dejado
que sus dogmas ideológicos les impidan ver las eventuales dificultades y
crisis.
Las políticas económicas del régimen de Bolsonaro
ignoran el hecho de que dependen de la exportación agrícola y mineral a
China y que compiten con las exportaciones estadounidenses... Las élites
de la agroexportación se resentirán del cambio de sus socios
comerciales. Se opondrán, derrotarán y debilitarán la campaña anti-China
de Bolsonaro, si se atreve a persistir en ella.
Los inversores
extranjeros se harán cargo de las empresas públicas pero es poco
probable que aumenten la producción dada la tremenda reducción de
empleo, salarios y jornales que se producirá con la caída del mercado de
consumo.
Puede que los bancos concedan crédito, pero exigirán
elevados intereses por “alto riesgo”, especialmente cuando el gobierno
se vea confrontado por la creciente oposición social liderada por
sindicatos y movimientos sociales y el aumento de la violencia provocada
por la militarización de la sociedad.
Bolsonaro carece de
mayoría en un Congreso que depende del respaldo electoral de millones de
empleados públicos, trabajadores asalariados y eventuales, pensionistas
y minorías raciales y de género. Sera difícil lograr alianzas en el
Congreso... sin utilizar la corrupción para crear compromisos. El
gabinete de Bolsonaro incluye a varios ministros clave que están siendo
investigados por fraude y blanqueo de dinero. Su retórica anticorrupción
se desvanecerá ante las revelaciones judiciales.
Es poco
probable que Brasil aporte fuerzas militares de importancia para las
aventuras militares, regionales o internacionales, de EE.UU. Los
acuerdos militares con este país perderán peso cuando aumente la
agitación interna.
Las políticas neoliberales de Bolsonaro
profundizarán las desigualdades, afectando principalmente a los 50
millones de brasileños que han salido en los últimos años de la pobreza.
La buena acogida de EE.UU a Brasil servirá para enriquecer a Wall
Street, que tomará el dinero y saldrá corriendo, dejando que EE.UU. se
enfrente a la ira y el rechazo de su aliado fallido.
Estados Unidos se enfrenta a China
A
diferencia de Brasil, China no está dispuesta a someterse al saqueo
económico ni a ceder su soberanía. China sigue su propia estrategia a
largo plazo, consistente en desarrollar los sectores más avanzados de la
economía, incluyendo la tecnología electrónica y de las comunicaciones
de vanguardia.
Los investigadores chinos ya producen más patentes
y artículos científicos de referencia que los de EE.UU. Gracias a la
elevada financiación pública En aquel país se gradúan más ingenieros,
investigadores de vanguardia y científicos innovadores que en Estados
Unidos. Con una tasa de inversión del 44% en 2017, China supera con
mucho a EE.UU. Ha pasado de exportar artículos de poco valor añadido a
exportar bienes de lo más sofisticados como coches eléctricos a precios
competitivos. Los i-Phones chinos, por ejemplo, están desplazando a los
de Apple por precio y calidad.
China ha abierto su economía a las
corporaciones multinacionales con sede en EE.UU. a cambio del acceso a
tecnología avanzada, lo que Washington llama “incautación forzosa”.
Asimismo, fomenta los acuerdos multilaterales y de inversión,
actualmente con más de sesenta países, para la construcción de
infraestructuras a gran escala y largo plazo por toda Asia y África.
En
lugar de seguir el ejemplo económico chino, Washington se lamenta del
comercio injusto, el robo tecnológico, las restricciones al mercado y
las limitaciones del Estado a las inversiones privadas.
China
ofrecería a Washington oportunidades a largo plazo para mejorar su
actuación económica y social, si este reconociera que la competencia
china es un incentivo positivo.
En lugar de realizar grandes
inversiones públicas para mejorar y promover el sector de la
exportación, Washington ha recurrido a las amenazas militares, las
sanciones económicas y los aranceles con el fin de proteger a los
sectores industriales estadounidenses atrasados. En vez de negociar los
mercados con una China independiente, Washington acoge a regímenes
vasallos como el del Brasil de Bolsonaro, basado en el control económico
y las adquisiciones de EE.UU.
Estados Unidos lo tiene fácil para
dominar a Brasil y lograr ganancias a corto plazo –beneficios, mercados
y recursos–, pero el modelo brasileño no es viable ni sostenible. Por
el contrario, Estados Unidos necesita negociar, regatear y ponerse de
acuerdo con China, en tratos que beneficien a ambos países. Si EE.UU.
llegara a cooperar con China, el resultado final le permitiría aprender y
crecer de un modo sostenible.
Conclusión
¿Por qué Estados Unidos ha elegido abrir los brazos a un Brasil retrógrado en vez de hacerlo a una nación que lidera el futuro?
Básicamente
porque tiene un sistema político altamente militarizado desde sus
cimientos cuyo objetivo final es la dominación mundial: el imperialismo.
Estados Unidos no quiere competir con una China innovadora, pretende coaccionarla para que desmantele las instituciones, políticas y prioridades que la hacen grande.
Washington
exige a China que ceda la relativa autonomía del Estado, aumente la
penetración estadounidense en sus sectores estratégicos y confíe en los
banqueros y académicos del libre mercado. La política económica
estadounidense viene marcada por banqueros corruptos, especuladores y
lobistas que defienden intereses regionales particulares, incluyendo los
de regímenes como el israelí. La política económica china está definida
por los intereses industriales, y guiada por un Estado central con la
capacidad y la voluntad para arrestar a cientos de altos funcionarios
corruptos.
Estados Unidos no puede contener la trayectoria
ascendente china cercándola militarmente, porque la estrategia económica
de Pekín neutraliza las bases militares estadounidenses y supera las
limitaciones arancelarias mediante la diversificación de sus principales
nuevos acuerdos comerciales. Por ejemplo, China está negociando con
India un enorme aumento de las importaciones agrícolas, incluyendo las
de arroz, azúcar, leche, productos de soja y algodón. Actualmente, India
tiene un importante déficit comercial con China, especialmente en
maquinaria y bienes industriales, y está deseosa de reemplazar a los
exportadores de EE.UU. China ha firmado importantes acuerdos comerciales
y de inversión con países del Sudeste asiático, Corea del Sur, Japón,
Pakistán, Rusia y Australia, así como de África, América Latina (Brasil y
Argentina) y Oriente Próximo (Irán, Irak e Israel).
Estados
Unidos no tiene suficiente capacidad de influencia como para agarrotar a
China, ni siquiera en el sector de la alta tecnología, porque esta no
depende tanto de los conocimientos estadounidenses. Washington ha
garantizado los acuerdos con China, aumentando la exportación de
automóviles y entretenimiento; China puede aceptar endurecer las medidas
contra el llamado “robo de la propiedad” intelectual, especialmente
porque ya no es un factor primordial, desde que la mayor parte de las
innovaciones chinas son de creación propia. Además, las grandes empresas
y Wall Street demandan que Trump alcance un acuerdo de mercados
abiertos con China e ignore a sus enemigos autárquicos.
Frente a
la continua buena marcha de la economía china (6,5% de aumento del PIB
en 2018), su mayor énfasis en la ampliación de los servicios sociales,
su mercado de consumidores y la facilitación del crédito, la política de
aranceles coercitivos de Trump está condenada al fracaso y las amenazas
militares solo servirán para que China amplíe y mejore su defensa
militar y sus excelentes programas espaciales.
Sean cuales sean
los acuerdos comerciales temporales y limitados que surjan de las
negociaciones China-EE.UU., el régimen de Trump mantendrá su agenda
imperial unipolar basada en acoger a regímenes sumisos, como Brasil, y
enfrentarse a China.
El futuro pertenece a la independiente,
innovadora y competitiva China, no a regímenes vasallos, militarizados y
obedientes como Brasil.
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