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domingo, 10 de abril de 2011

Utopía: Calderón y la gloria del triunfo

Eduardo Ibarra Aguirre
 

“Nos equivocamos” fue la frase que antecedió una y otra vez al recuento que, desde 1979 hasta nuestros días, hizo el subsecretario de Estado adjunto de la Oficina de Asuntos Internacionales de Procuración de Justicia y Narcóticos de Estados Unidos, durante la 28 Conferencia Internacional para el Control de las Drogas, realizada en Cancún, Quintana Roo.

William R. Bronfield usó una y otra vez la contundente frase “Nos equivocamos” para referirse a cuando el problema del tráfico de drogas fue visto “como una cuestión que únicamente tenía que ver con el cumplimiento de la ley, con enjuiciamiento, y pensamos que no requería un enfoque gubernamental pleno”; cuando el gobierno de EUA consideró “que podría ser resuelto rápidamente con una campaña agresiva” y “que el asunto se podría combatir país por país”.

Con 32 años de experiencia en la lucha contra las drogas, Bronfield concluyó “nos equivocamos, (el narcotráfico) tiene que ver con cuestiones económicas, políticas, de seguridad, diplomáticas, sociales, de salud, educación y aspectos culturales, y si no integramos todos esos elementos en nuestra solución estamos condenados al fracaso”.

Es, justamente, lo que múltiples voces apartidistas postulan desde ámbitos diversos, como los 45 mil morelenses que clamaron en las calles de Cuernavaca “¡Sí son nuestros muertos, no es nuestra guerra!” O los 35 mil en el Zócalo capitalino, además en 28 municipios de 21 estados y una docena de ciudades europeas y americanas.

Con una sociedad que, para fortuna del país, se dispone en forma creciente a demostrar su tan sonoro como legítimo “!Estamos hasta la madre!” del baño de sangre impuesto al país, Felipe Calderón se presentó a la cumbre de representantes de 123 países, ignoró las exigencias y pontificó la verdad única: “ Simplemente, mientras no se muestran alternativas de mayor beneficio o de menor costo para la sociedad y las personas, seguiremos siendo contundentes en la aplicación de la ley, el combate al crimen organizado y la aplicación de una política integral de prevención, contención y combate a los grupos criminales (…)”

Estimulado por los elogios de la titular de la DEA, Michael Leonhart, el abogado, economista y administrador público se lanzó sobre los que ven “de lo más cool y divertido consumir drogas”, la promoción asociada “al placer de las personas más admiradas como estrellas de rock, actores y actrices”. Es decir, Calderón Hinojosa puso en juego, un día después de las movilizaciones y del hallazgo de 59 cadáveres más en San Fernando, Tamaulipas, sus dogmas personales saturados de moralina.

Resulta inconcebible que William R. Bronfield tenga amplia capacidad autocrítica sobre las estrategias estadunidenses impuestas no sólo a México sino a la aldea global, en contraposición incluso a las resoluciones de Naciones Unidas, mientras el principal inquilino de Los Pinos, aislado como cada día está más y con decrecientes índices de apoyo ciudadano, se empecine en la verdad única que además no le pertenece porque el autor es Washington, para que gobiernos apátridas como el azteca le hagan el trabajo sucio.

Mas el valiente guerrero contra las bandas delincuenciales --sobre todo cuando viaja a Ciudad Juárez protegido por más de 5 mil soldados, marinos y policías--, hizo una certera denuncia sobre las incongruencias de quienes “pretenden controlar el tráfico de drogas, pero no hacen lo mismo con el de armas, en apego a los intereses de la industria armamentista mundial”. Sólo que el Eliot Ness mexicano (Obama dixit) no se atrevió a llamar a EUA por su nombre, se envolvió en Benito Juárez y pronosticó “la gloria del triunfo”.

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