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lunes, 11 de abril de 2011

ALEPH: El rostro del victimario

Carolina Escobar Sarti
Las víctimas no han pedido ser víctimas ni quieren serlo por siempre, pero hay un sistema que las hace víctimas la primera vez, la segunda, la tercera y hasta el agotamiento.

Por ejemplo, una adolescente violada es víctima la primera vez cuando el victimario pasa por su cuerpo, pero luego lo vuelve a ser cuando decide denunciar su situación y los policías le dicen que a saber qué hizo ella para merecer esto. Segunda victimización. Luego, tiene que pasar por el examen médico, a veces realizado sin la menor sensibilidad; tercera victimización posible.

Después, tendrá que enfrentar las preguntas de mucha gente que, más por curiosidad que por verdadero interés, querrá saber la parte más sucia de la historia. Cuarta victimización. Vendrá inmediatamente el proceso judicial que demandará de ella ofrecer el testimonio más de una vez. Quinta victimización. Y encima de todo, si es una historia para los medios, tendrá que ver su caso en diversos periódicos que, según sus particulares estilos, harán de ello un espectáculo o una noticia. Sexta victimización. Y luego, si su caso queda impune, será la victimización mayor y durará una vida. Eso, si la víctima “tuvo la suerte” de quedar viva, porque si no, esa ruta de revictimización, la recorrerán y padecerán sus familiares.

Por eso, toca poner los ojos sobre el victimario; hay que hacer de cada caso un asunto de justicia y no un espectáculo social que convierte a la víctima en objeto de lástima y no en un sujeto con dignidad. Nuestro sistema de justicia, con apenas un 2 por ciento de casos de asesinato resueltos, funciona para beneficiar al victimario y no para defender a la víctima. Es un sistema de injusticia. Es el andamiaje perfecto para la impunidad. Por demás desgastante.

He seguido de cerca el recorrido de una familia que lleva seis años de buscar justicia en el caso de su hija de 19 años que fuera torturada, asesinada y violada. Una familia de clase media, urbana, tranquila, que se ha topado desde el primer día con un sistema de justicia que desaparece registros, cambia datos, da informaciones contradictorias, obstaculiza procesos y no ha dado aún con el asesino de su hija. El padre de Claudina Isabel Velásquez, la joven cuyo crimen ha quedado hasta hoy en impunidad, está cansado. Es él quien ha hecho suya, personalmente, la causa de su hija, y cuando habla de cansancio, lo hace acompañar de incontenibles lágrimas. No es difícil imaginar cuánto le toca pasar a padres y madres del área rural, pobres, que no saben leer o escribir, en casos como este.

La justicia no está en las manos del sistema de justicia. ¿En manos de quién está? Recuerdo que Helen Mack demoró más de una década en resolver el caso del asesinato de su hermana Myrna. Y digo que a ella le tocó resolverlo, porque sin Helen perseverando de la manera que lo hizo, incluso arriesgando la propia vida, nada habría pasado. Por otra parte, ahora veo que, finalmente, el caso de Fernando García se va resolviendo. Han tenido que pasar 27 años para que el rompecabezas se fuera armando; el año pasado, fueron condenados a 40 años de prisión Héctor Roderico Ramírez Ríos y Abraham Lancerio Gómez, agentes que trabajaban en la Brigada de Operaciones Especiales (Broe) de la Policía Nacional, cuando arrestaron a García, en 1984. Ayer fue capturado Jorge Humberto Gómez López, ex comandante del Cuarto Cuerpo de la extinta Policía de aquella época. Nineth Montenegro, su esposa entonces, también ha sido un motor indiscutible para conseguir justicia. Pero, en el caso de Fernando García, han tenido que pasar casi tres décadas para que la justicia llegue, y como dice Nineth: la justicia tardía no es justicia.

En Guatemala, todo el peso de una investigación lo llevan las víctimas y sus familias. Eso es un crimen de Estado. Las víctimas y sus familias no necesitan más lástima, necesitan toda la justicia a la cual tienen derecho, porque cualquier persona que se considere ciudadana, no pide justicia, la exige. Con un pasado de una impunidad, cuya normalización raya en lo obsceno, es tiempo de ponerle rostro a los victimarios, tanto del pasado como del presente.

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